Capítulo Ocho: Detonante.

1785 Words
La chica previamente cautiva en el maletero miró a la otra de peluca oscura con tanta seriedad y miedo que la segunda supo que no podría mentirle por mucho que lo intentara. Leyó en su rostro la angustia, y no era para menos, la habían tenido encerrada allí por alrededor de una hora. —¿Cómo sabes que planean hacer eso?— preguntó la espía para cerciorarse de que lo que decía la ajena era cierto. —Los escuché— dijo, mirando hacia el lugar del after party con cierto temor —No les importan los demás, solo dijeron que tenían varias bombas activas, y que no dudarían en usarlas cuando les dieran la orden—. —¿Cuántos eran?— quiso saber la mujer a cargo, haciendo que se agacharan para caminar a esa poca altura, casi a gatas por el suelo, escondiéndose detrás de los autos para no ser vistas. —Vi a cuatro, pero de seguro tienen un equipo más grande... Ahora ¿Quién eres?— preguntó de vuelta la chica, un poco confusa y sobre todo asustada por tal situación que le había tocado vivir. —Dos por auto...— comentó la espía, parando un momento, pues había alguien vigilando en una de las esquinas del estacionamiento —Por ahora, no es preciso que sepas quién soy, pero puedes contar con que no te haré daño, con eso es suficiente—. Le hizo señas a la otra chica de que se cubriera pegándose al auto del que estaban detrás. Ella asintió ante lo dicho por la desconocida, confiando de alguna manera en que lo que decía era verdad. Después de todo, no le quedaba otra opción. Ella le hizo llegar hasta un bonito auto color plata donde le ordenó subir y recostarse en los asientos para no ser localizada. —Vendré por ti más tarde, quédate aquí— fue lo que le pidió, desde lo más profundo de su ser, deseando poder mantener a la chica con vida. Cuando volvió a entrar al hotel, recordó lo sucedido en la habitación con Anoir, agradeciendo haber vertido ese líquido en su bebida, algo glorioso en todo su esplendor. Pasó saliva con un poco de dificultad, pues no quería volver a cruzarse con él en lo que restaba de madrugada, así que tendría que ser muy sigilosa para salir ilesa de todo aquello. Caminó como si nada sucediera, sonriendo a los que volteaban hacia ella, perdiéndose entre el vaivén de sus caderas, quedando casi hipnotizados. Tenía que averiguar algo sobre las dichosas bombas de las que habló la rehén. Subió al primer piso, donde sabía que se encontraba la habitación del de apellido Rumbatz, el problema sería hallar el número. Subió por las escaleras, ya que no quería ser detectada por los demás presentes, sobre todo para quienes fueran la seguridad del lugar. Ya sería muy sospechoso verla subir y bajar tantas veces seguidas. Se escabulló lo mejor que pudo, pasando al primer piso con el corazón en la garganta, pero feliz de poder hacer algo para saber si las bombas estaban en algún lugar. Por su parte, no había visto nada fuera de lo común en su camino hasta ese piso. El pasillo con el que se encontró era sumamente largo, como todos los demás, tanto que parecían ser interminables, sin embargo, al tener forma ovalada, en ciertos puntos no se veía el final del pasillo, aunque todo a la vista era repetitivo. Caminó con extremo sigilo hasta llegar a una de las primeras puertas que le pareció sospechosa. Colocó su oído en la puerta, tratando de hallar algún sonido, y justo cuando estaba perdiendo la esperanza, escuchó pasos yendo directo hacia la puerta, de modo que salió disparada de allí, tratando de no verse demasiado sospechosa caminando por ese piso aunque no fuera el propio. Pegó su cuerpo a la pared cuando pensó que ya su cuerpo no se vería, tras haber corrido un poco para no ser vista del todo. Pudo escuchar entonces la conversación que mantenían dos sujetos, los cuales hacían ver que el gobierno de turno era un desastre y que merecían escarmiento, jurándose lealtad entre ellos. Definitivamente esos no era a los que buscaba, de modo que comenzó a caminar lejos de ahí poco a poco, solo para poder encontrar a su objetivo. De repente, se topó con la habitación de Anoir, por lo que tembló por dentro, pensando en lo que podría hacerle si la veía por esos rumbos, sin embargo, lo que logró divisar luego le dio la fuerza que necesitaba, era el de apellido Rumbatz junto a dos hombres más, dejando a dos agentes de seguridad fuera, vigilantes y atentos a cualquier movimiento que se detectara cerca de la habitación. Estela maldijo por lo bajo, sabiendo que no le sería fácil la entrada a dicha habitación, como podría haberlo sido con cualquier otra persona. Supo que si quería averiguar algo, tenía que escuchar, no había tiempo para subirse a los ductos de ventilación, y ese también sería un gran riesgo, después de todo. Se quedó allí, y si escuchaba pasos nuevamente, entonces correría lejos fe allí lo más rápido, pero era su oportunidad. Los hombres decidieron conversar un rato en la puerta pasados unos minutos, dejando escuchar palabras como detonar y hacer fuego. La chica frunció el ceño, con que era cierto lo que le dijo la rehén... Siguió escuchando, siendo lo siguiente dicho por ellos "desde el sótano de cocinas". De inmediato, sus sentidos se agudizaron, por lo que corrió lo más rápido que le dieron las piernas, tras quitar sus tacones, pues harían demasiado ruido en contacto con el suelo, aunque fuera alfombrado. En su camino, se topó con varias personas, razón por la cual tuvo que actuar con normalidad y seguir caminando como si sus pies dolieran horrores. Al llegar al área de cocina del hotel, una sala inmensa, la cual parecía de un restaurante, de tantas personas dentro haciendo su trabajo, increíble la manera tan precisa de manejar los materiales y las herramientas de trabajo. Su misión era escabullirse allí. Como pudo, entró en el cuarto de cambio donde ellos colocaban su uniforme, lo sabía porque había trabajado alguna vez cerca de una cocina de tamaño industrial, en especial de un restaurante de renombre. Una vez allí dentro, vio varios delantales colgados de un perchero de acero. Tomó uno, quitó sus alas y cualquier tipo de ropa que pudiera desacreditarla como ayudante de cocina. Al terminar de vestirse, se sorprendió de ver en el pequeño espejo allí dispuesto lo bien que se veía. Había logrado la misión de hacerse pasar desapercibida. Tragó saliva con fuerza, rezando interiormente para que no le llamaran la atención por estar allí. Cuando salió, caminó hacia la puerta que daba al sótano de verduras y frutas. Abrió y observó los varios escalones hacia abajo, encendió la luz y cerró tras de sí, nadie le quitaría la oportunidad de desenmascarar al tan nombrado Mr. Rumbatz, el hombre perfecto, así solían llamarle, cosa que encontraba de verdad deplorable. Según ella y la mayoría de las personas, nadie merecía ser llamado perfecto, sobre todo porque los humanos son criaturas inexactas, llenas de errores, de dudas y de emociones distintas a lo largo de su vida. Volviendo al tema, Estela bajó todos los escalones necesarios para pode llegar hasta la bodega donde se encontraban la mayor parte de los alimentos conservados sin refrigeración. La iluminación era muy buena, y por suerte no había nadie allí, al parecer ningún alma le prestó atención a que ella bajara a ese lugar, cosa que agradecía con toda el alma. Pasó entonces a revisar cada rincón del lugar, queriendo encontrar algún indicio que le llevara a lo que buscaba, lo importante. Incluso utilizó su olfato para localizar la pólvora donde fuera que se encontraba, y el olor allí dentro era intenso, parecido al azufre. Pasó entonces a tantear los ladrillos de la parte posterior del local uno por uno, por si acaso alguno era hueco, y si lo era, había encontrado oro en ese lugar. Una vez que hubo tanteado al menos diez diferentes, escuchó cómo la puerta se abría, de modo que se escondió detrás de uno de los anaqueles, en un punto ciego del cuarto, ya que no quería ser encontrada, sería una catástrofe al estar a punto de descubrir una bomba que tenía por misión volar parte del edificio, y de seguro habrían más. Se mantuvo callada por varios segundos, intentando hacer que no existía, como si pudiera mezclarse con la sombra y volverse invisible. De repente, dejó de escuchar ruidos de pasos y alimentos moviéndose hacia una cesta. Se quedó inmóvil, pues de seguro escuchó cuando su cabeza se echó hacia atrás, y justo el ladrillo ahí dispuesto devolvió un eco bastante grande. Bingo. Aún así, tuvo que dejar de moverse, no podía volver a producir ruidos si no quería ser descubierta. Pasados unos cuantos segundos, pensó que la persona se había retirado de ahí, pero le impresionó ver la cara de la rehén con una linterna en la mano y el rostro desfigurado del susto. También saltó un poco al ver su cara, pero al mismo tiempo logró calmarse. —¿Qué haces aquí?— preguntó por lo bajo Estela, sin poder creer aún lo que sus ojos veían. —¡No podía quedarme ahí sabiendo lo que traman!— fue su respuesta muy fiera, haciendo a la contraria retirarse del lugar donde estaba para pasar a tantear ella la pared de ladrillos hasta dar con el correcto —En el lugar donde crecí hay bombardeos cada dos por tres, hemos tenido que aprender a identificar los lugares donde pueden haber detonantes, de lo contrario sería mortal—. La chica con peluca asintió, dejando a la ajena hacer su trabajo, ya que se encontraba tan motivada. Tras dos minutos, logró desactivar el dispositivo que halló dentro del espacio entre el ladrillo y la pared contigua. Estela la ayudó a desactivar las restantes, y entre las dos se aseguraron de que no hubiera ninguna otra bomba escondida, y en cuanto se aseguraron, apenas pudieron respirar con un poco de tranquilidad, pero no demasiada, en especial la que había sido rehén, algo que no le deseaba a nadie en absoluto. —Debemos irnos ya— informó la de cabellos falsos, incapaz de quedarse ahí un momento más, estaba harta y llena de miedo por si Anoir Laferrere tenía algún tema contra ella. Y es que desmayar a alguien no era cosa de todos los días, de modo que era entendible si tomaba represalias. —Bien, te sigo— fue la respuesta de la que hubo desactivado las bombas.
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