Capítulo Siete: Antagonista.

1811 Words
Mientras que Tobías compartía un efímero momento de felicidad junto a Koran, fuera de la residencia se hallaba un hombre con una máscara en color bronce, esta solo tenía rejillas en los ojos y la nariz. La boca estaba por completo cubierta, siendo su rostro irreconocible. Observaba decidido hacia dentro de la propiedad del dueño de la agencia de investigación. En sus manos llevaba un rifle, y su intención era clara, no solo mirar a través del objetivo del arma, sino disparar de ser necesario. Su ser deseaba desde siempre tener esa oportunidad. Tenía ubicada la sien del llamado Onixen, por lo que decidió ejercer presión en el gatillo, sin inmutarse. Liberó el aire retenido, buscando tener mayor puntería desde su lugar, pero cuando apretó dicho pasador, lo que salió del arma no fueron balas. En vez de disparos, lo que salieron fueron llamas. Este hombre, confuso, miró el arma sin poder creer lo acontecido. Se hallaba solo, como siempre, solo que la situación no era la mejor para estarlo. Había comprado el arma a un serbio, eso fue lo que intentó decirle, que no era un rifle común. Bufó, dejando de lado el objeto, pues se hallaba a metros de distancia de su objetivo, no podía llegar a él de ese modo, y lo único que le quedaba eran dos pistolas pequeñas, un desastre total, debió haber encargado a sus hombres tamaña misión, como lo era enfrentar a uno de sus grandes rivales. Dejó el lanzallamas en su sitio de nuevo. Dentro de la maleta de mano que llevaba consigo, buscó alguna pistola, y cuando recargó de balas esta, se acercó varios metros más hasta dar con la ventana de la cocina, donde se hallaban luego de un rato los hombres conversando, esta vez mucho más amenamente. Abrió una de las pequeñas ventanillas, colocando ahí su mano con el arma, mientras esta apuntaba a plena cabeza del espía. Creía que todo iba de acuerdo al plan, hasta que salieron las balas. Sus comisuras se ensancharon, estirándose hacia arriba en un gesto lleno de valentía y victoria, pero la escena a continuación solo pudo hacerlo dejar de sonreír al instante. Onixen estaba boca abajo en el piso protegiendo la integridad de Koran, sin un solo tiro encima, y tardaría demasiado en recargar. Maldijo en el aire, sin poder creer aquello, debido a que nunca le había pasado algo similar, era uno de los mejores en cuanto a armamento y defensa, hubo estudiado en varias academias militares, obteniendo así títulos y cargos de enjundia, no era sensato que ahora, en la práctica, fallara como un amateur. Colocó una de sus manos en el puente de la nariz, comenzando a notar una migraña muy grande. Solo a él se le ocurría hacer algo como eso, seguir a su propio enemigo hasta poder meterse en su vida de tal manera que no tuviera más opción que confiar en él. No lo logró esa vez, como era de esperarse, pero no se quedaría de brazos cruzados mientras pudiera hacer algo para evitar ser asesinado en un momento tan crucial. —Tu fin se acerca— fue lo que dijo él al pasar por un lado de la mencionada ventana. Tomó sus cosas con rapidez, empacándolas una vez más. Ya cuando ambas víctimas cruzaron el patio trasero de la propiedad, este se encontraba más que vacío y el espacio solitario, únicamente la niebla se hacía presente en el ambiente. Era bien entrada la noche, por eso, las estrellas, a pesar de querer salir y brillar, no lo hacían. El cielo parecía despejado momentos atrás, pero la lluvia le sorprendió camino a la motocicleta, por lo que tuvo que correr a ponerse su casco encima de la máscara, era la única manera de no ser descubierto ni perseguido. Eso quiso creer el hombre, pero ya el espía dentro de la casa tenía una buena descripción suya y una buena visión acerca de lo que planeaba hacer y cómo se veía. Había actuado por impulso, pero se le hacía injusto tener que pasarse la vida entera teniendo que cazar a alguien sin tener éxito, y el único día en el cual lo tenía a su disposición, no llevaba el suficiente armamento como para enfrentarlo. Si una cosa tenía clara era que eso no volvería a suceder mientras él tuviera las ganas de seguir con tal plan de ejecución. ¿Que cómo había empezado su fascinación por Onixen? Esa era una pregunta sencilla, pero no fácil de responder, ya que lo cierto era que no tenía una respuesta muy clara. Solo sabía que desde sus inicios en aquel mundo, siempre resonaron más ese y otros nombres antes que el suyo propio, y estaba harto. Tenía una lista entera de enemigos a eliminar para poder tomar su lugar entre los más buscados, los más aclamados por el público en general. Si bien, desde el rencor no se podía hacer mucho, él se había decidido a exterminar a ese grupo como las ratas que eran, poco a poco y con lentitud, disfrutando de cada momento en el que pudiera acorralarlos. En especial a los dos primeros de la lista, la adorable y hermosa Estela junto al raro genio de Onixen. Había estudiado sus personalidades y sus asaltos casi al pie de la letra, sin perder siquiera un pequeño rastro, buscando el secreto de su éxito. Por mucho que lo intentó, no logró imitar en un principio su estilo despreocupado y lleno de elegancia a la vez, de manera que si no podía hacerse ver por sí mismo, entonces tendría que eliminar a su competencia. El refrán citaba "si no puedes contra tus enemigos, úneteles" pero este ser no era alguien a quien le gustara el trabajo en equipo, y él era el único que tenía derecho a sobresalir en el mundo, una estrella merecedora de tanto éxito que las demás personas quedaran tontas a su lado. Su ego era tan grande que pensaba que haciendo las cosas a su manera, podría llegar a ser el todopoderoso en su reino imaginario. En su motocicleta llegó bastante lejos de la dirección en la que se encontraba al principio, asegurándose de perder tanto a Onixen como a quienes pudieran estar de su parte en cualquier lugar. Tenía que pensar con claridad hacia dónde planeaba llevar esa misión, pues perdía de a momentos el control, como cuando casi lograba disparar a la cabeza del espía, y si lo hubiera hecho, tampoco sabría cómo habría reaccionado en primera instancia. Había actuado sin pensar, y a veces el precio a pagar por ello era tan alto que se hacía imposible reponerse ante una pérdida semejante. Por lo menos pudo respirar con algo de tranquilidad al llegar a una gasolinera. Miró su reflejo en un charco de agua generado por la lluvia, este solo le devolvía la visión de una máscara, ni siquiera de su rostro verdadero, pero así de cobarde era. No le gustaba apreciarse en ningún espejo, ni siquiera de niño lo hacía, porque tenía la creencia de que si se dejaba llevar por su reflejo, terminaría siendo tal cual la persona a la que más odiaba en su vida, su padre. Este hombre era el ser más tonto del universo, y no podía creer que alguien así haya logrado siquiera casarse y conseguir una vida estable con un empleo aún más estable. Pisó aquél charco, harto de que su mente le torturara, pasando hacia la pequeña tienda de conveniencia allí dispuesta. Sus pasos resonaban por el pasillo que debía recorrer para llegar a la puerta del negocio, pero era un sonido agradable. Abrió la puerta, empujando el pasamanos color rojo opaco. Una campana sonó, avisando que alguien había entrado, y al final de los varios pasillos pudo ver al encargado de la tienda leyendo una revista, bastante concentrado. Ya podía intuir qué venía en esa edición. Pasó al área de comestibles, llevando la maleta en una de sus manos, pues no la dejaría fuera, así le pagasen. Tomó un pan hecho de hojaldre, relleno de alguna cosa a la que no le prestó mucha atención, cogió también cualquier bote de leche que le generara confianza por color y fue directo a pagar, no din antes pasar por un botiquín de emergencias. Al estar en la caja, le estiró varios billetes al encargado, el cual le aceptó dicho pago con desconfianza, pues los billetes estaban en extremo nuevos, algo poco usual, debido a que la moneda tenía años circulando de la misma manera. Una vez que tuvo su compra, tomó un folleto gratis de los dispuestos en un pequeño estante, ni siquiera le importó qué contenía, solo quería aparentar que compraba con interés y formaba parte de alguna secta religiosa. Fue así como se dirigió a la salida. En esos años no era extraño ver a cualquier persona disfrazada de la manera que quisiera o vestida con modas surrealistas, por lo que no fue un gran shock ver a una persona con su atuendo. Las alarmas dentro del encargado se activaron, pero eso era por haber vivido en un país tercermundista en el cual sucedían atracos cada dos por tres. Cuando se dio cuenta de que solo fue a comprar, logró calmarse bastante. Al encontrarse fuera del establecimiento, utilizó el teléfono público dispuesto fuera. Colocó unas cuantas monedas en este aparato y marcó el número al que quería comunicarse. Segundos después, la operadora le hizo llegar a la línea correcta, así que escuchó al hombre hablar en alemán. Él entendía varios idiomas, y ese era uno de ellos, por lo que no fue extraño lo que le comunicó en otra lengua. Entendió que se encontraba en un motel por el camino a otro poblado. Él era uno de los jefes de seguridad que tenía a su disposición, así que confiaba plenamente en lo que él dijera. Quedaron en verse allí una hora más tarde, entonces pasados cinco minutos más hablando de cosas banales sobre la logística y transporte, se cortó la comunicación. Tal y como dijo, una hora más tarde se hallaba tocando a la puerta de la habitación del motel informada por el alemán. Tras cinco toques repartidos en un ritmo único que formaba una clave, le abrió con rapidez. Cuando entró allí fue que pudo retirar de su rostro aquella máscara. Respiró profundamente el aire de fuera, se sentía libre, poderoso y lleno de oportunidades, algo que no todo el mundo podía decir. —¿Dónde ha estado, señor?— preguntó el contrario, con un acento marcado. —Actué por impulso, Ralf— le informó en respuesta —Pero no ha pasado nada malo, lo prometo—. Y aunque así fuera, la única opción del subordinado era creerle a su superior, una acción bastante difícil en su caso, pero lo intentaba, no abandonaría así a quien le había tendido la mano tantas veces.
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