Capítulo Nueve: Cenizas.

1923 Words
—Dime que no estás bromeando— fue la respuesta de Tobías a Koran. —No podría—. La mirada en el contrario le hacía saber que le decía la verdad, por ello, sus ojos se cristalizaron, asintiendo. —¿Qué fue lo que hallaron?— preguntó tembloroso el hijo de Noelia. —Tendrás que acompañarme para averiguarlo— le informó su jefe de vuelta, haciendo que se impacientara más de la cuenta. —Bien, llévame ahí—. No podía soportar más tiempo en esa casa, mucho menos cuando se enteró de algo tan grave. Justo cuando le decía aquello, se encontraban en el área de la cocina, esto debido a que caminaron hasta ahí poco a poco mientras conversaban, siendo el final de toda esta en ese lugar. Su madre... No lo podía creer. Mientras pensaba en ello, un impacto de bala le sorprendió, cayendo justo a un lado de su cabeza en el gabinete empotrado de la cocina, cosa que le dejó sin respiración. De inmediato tomó a su acompañante, haciéndole llegar al suelo, cubriendo su figura para asegurarse de que no lo hirieran. Segundos después, logró divisar por el reflejo de una de las ventanas sin quebrar a un sujeto con máscara de brillo color bronce, se encontraba a pocos metros de distancia, pero entonces salió corriendo, y aunque intentó perseguirlo, tomando su arma en mano, no pudo llegar a tiempo. Salió de la propiedad a toda velocidad, queriendo alcanzar al hombre, pero al verle montarse en una motocicleta, todo perdía sentido. Buscó su auto, encendiéndolo para poder perseguir al medio de transporte. Al girar la llave tres veces, el auto no conseguía arrancar, de modo que comenzaba a ponerse nervioso, esa era la oportunidad de atrapar al enemigo al que le encantaba cazarle como si se tratara de un animal. Su corazón latía demasiado rápido, queriendo llevar a cabo una persecución de película, pero las condiciones no estaban dadas. Preguntó entonces a Koran, quien salía preocupado de la propiedad, entonces le preguntó si podía usar su auto, pero este se negó rotundamente. —Harás una c********a, y esa no es la idea. Lo sabes bien— le advirtió su mayor. —¡Esto no se puede quedar así!— gritó Tobías, exasperado, pasando sus manos por las hebras que se habían salido de lugar para acomodarlas. —Utiliza esas energías para el caso de tu madre, sé inteligente— le aconsejó el hombre, mirando con seriedad al contrario. —He utilizado mis energías siempre para ello, y no me ha llevado a ningún lugar, puede esperar un momento más—. —No hables de ese modo, sabes que no es verdad. Toda la vida te has esforzado para saber qué le sucedió, no me vengas con eso ahora—. —Quizá no merecía tal esfuerzo—. —Por supuesto que sí, no te rindas ahora, Tobías, no es justo para nadie—. —¡No tienes idea de cómo es esto, de como se siente!— exclamó el contrario, aún alterado, tendiendo el arma en las manos todavía. —Suelta eso, estás en mi casa, mi familia está a pocos metros, así que no quiero errores— fue la órden de Koran, harto de la actitud de su subordinado. Onixen bufó, pero enfundó el arma momentos después, sin querer herir a nadie. Pasó saliva, afectado por lo sucedido, estaban en su zona segura, y ahora hasta eso había quedado para la historia. No había ningún lugar que le ofreciera seguridad real, una mierda total. —¿Y qué sugieres? ¿Que me quede de brazos cruzados mientras ese loco anda suelto?—. —Ese loco parece querer hacerte daño solo a ti— le respondió su jefe, frunciendo el ceño. —Por eso mismo, pero igual es un peligro para cualquiera— se defendió de nuevo Tobías, sin dar su brazo a torcer. —No irás tras él ahora ¿Entendido?—. —Bien, entonces llévame con mi madre—. —Estamos en acción de gracias ¿No te jode?— dijo de malas Koran, acercándose más al ajeno. — ¿Te parece si también tejemos suéters mientras bebemos chocolate caliente en lindas tazas? ¡Y una mierda! Ese perturbado ya me arruinó la celebración—. —Nos la arruinó a todos, no eres el único que sufre— con esto dicho, el hombre volvió a entrar a la casa, finalizando la conversación. —¿Para cuándo vas a dejar el asunto de mi madre? ¿Para el año que viene tras pasar las vacaciones de Navidad?—. Koran no respondió, solo se aseguró de preguntarle a su esposa y su si estaban bien, a lo que respondieron con un gran no, llorando y abrazándose entre ellos. Tobías no comprendía por qué no podían proceder a ninguna acción cuando se encontraban en medio de alguna celebración de enjundia, era absurdo, un espía nunca abandonaba su trabajo, mucho menos por vacaciones, unas que de seguro serían tan cortas que no le darían tiempos de disfrutar como es debido, y para eso, era mejor seguir con su rutina como hasta esos momentos. Abandonó la casa, no sin antes despedirse de todos los presentes, sabiendo que era lo más adecuado dejarles un rato a solas. Volvería para vigilarlos desde el auto, no podría dejarlos desprotegidos, y aunque tuvieran seguridad en la casa, habían logrado burlarla, cosa en extremo peligrosa. Pasó a caminar hasta algún lugar cercano en donde pudiera despejar su mente. Lo primero que encontró fue una gasolinera a pocos kilómetros de allí. Pasó al pequeño local a comprar algún calmante para los nervios, ya que estos le tenían la paciencia en otro mundo. Tomó una caja de medicamento para calmar los nervios y una de té de manzanilla, lo que hubo escuchado que hacía bien a muchas de las funciones del cuerpo humano. Pagó en efectivo y algunas monedas que le quedaban en el bolsillo. Quien atendía allí fue muy amable, una chica de adorable sonrisa y muchas perforaciones en varias partes del rostro. Observó cada una de estas con fascinación, quizá por demasiado tiempo para ser considerado normal. —¿Algún problema, señor?— preguntó la chica, algo sacada de quicio. —No... Ninguno. Gracias— con eso, salió de allí, pero en cuanto se encontraba fuera, observó que el suelo de concreto tenía marcas de ruedas de una motocicleta. Supo que ese lunático que intentó matarle había pasado por ahí, ya que no habían muchas personas que tuvieran ese tipo de transporte por esos lugares y en ese tiempo. Vio la dirección que tomaron las ruedas, y entonces vio su oportunidad. Un camión de carga entraba en la gasolinera para cargar combustible, y al hacerlo, Tobías se acercó al conductor mientras este llenaba el tanque con tranquilidad. —Disculpe ¿Podría llevarme un poco más allá del camino? Mi auto se averió a pocos kilómetros de aquí y he venido caminando, pero nadie ha querido darme aceptarme en su coche— dijo él, haciendo que el conductor, de cabellos hasta el cuello color ceniza le mirara de arriba a abajo. —¿Qué me dice que puedo confiar en ti?— respondió el contrario, en extremo serio. —Le pagaré, se lo aseguro, es un asunto interno de mi compañía, pero le será recompensado—. —¿De cuánto estamos hablando?— quiso saber el contrario. —Doscientos en efectivo—. —Que sean trescientos—. —Trato— dijo Tobías, estirando su mano para que esta fuera estrechada por el ajeno. El hombre que le llevaba una cabeza la tomó, apretándola bastante, casi hasta hacerlo perder la circulación, pero no se dejó amedrentar, mostrando un rostro tranquilo a pesar de las circunstancias. Luego de que el tanque se llenó por completo, le pidió que se subiera al asiento del copiloto. El castaño aceptó, subiendo sin problema alguno al lugar pedido. Una vez allí, el camión arrancó hasta llegar a la vía y continuar con su recorrido. —¿De dónde eres?— preguntó Tobías al conductor, queriendo sacar un poco de conversación. —De un pequeño pueblo a las afueras de San Petersburgo— respondió luego de un rato el hombre, mirando a la carretera bastante concentrado —¿Y tú? Pareces un típico yanqui—. —Oh, no, yo vengo de Francia... Bueno, mi madre era de allí, me tuvo en ese lugar y luego nos mudamos aquí—. —¿Hablas francés?— preguntó el contrario, probando al chico a su lado. —Lo hablaba con fluidez, pero he perdido la práctica—. —Una lástima, es uno de los mejores idiomas en el mundo—. —También de los más complicados— confesó el de lentes. —Tu madre debe ser muy afortunada, haber nacido en esa tierra bendita ya es un buen regalo de los dioses—. —Mi madre desapareció hace casi quince años...— comentó el chico, un tanto melancólico —Pero fue muy feliz durante su niñez, sus padres la adoraban—. —Entiendo, tener familia es lo mejor que puede pasarte en el mundo—. —¿Tienes familia?— quiso saber Tobías, ya no era Onixen. —La tenía, ahora solo somos mi gato Don y yo— comentó el hombre, mostrando orgulloso la foto del gato a rayas en el tablero del camión. El castaño sonrió al ver un pequeño collage ahí dispuesto. —Dicen que las mascotas ayudan a combatir la depresión—. —Es muy cierto, de no ser por esa criatura, hace rato que no estaría en este mundo...—. El ambiente de repente se puso muy pesado entre ambos hombres, pero era entendible cuando la tristeza golpeaba sus puertas cada noche. Entonces fue cuando el que hacía de copiloto observó en el camino un aviso de motel cerca de donde estaban. —Creo que puedes dejarme en el motel, pediré a alguien que vaya a arreglar mi auto—. —De acuerdo, pero, si quieres puedo echarle un vistazo antes de que cualquier mecánico quiera sacarte un ojo de la cara—. —¿Cómo harías eso?—. —Mañana pasaré alrededor de las diez de la mañana por esta misma vía en sentido contrario, nada me cuesta—. —No es necesario...—. —Gorgian— completó el hombre —Así me dicen—. —Gracias, Gorgian, pero no quiero ser molestia, así que es mejor que baje ya—. El camión paró entonces fuera del motel, dejando a Onixen fuera. Agradeció una vez más y decidió adentrarse al lugar. Había observado desde antes la motocicleta del lunático desde su lugar en el asiento de copiloto, así que no podía dejar pasar la oportunidad. Incluso al saber que había prometido a sí mismo vigilar a la familia de su jefe, al menos ahora sabía que ese tipejo no iría en su contra, al menos esa noche. Decidió entrar y averiguar en cuál habitación se hospedaba, ese era el gran misterio que lo atraparía por las siguientes horas. Caminó con confianza hacia las escaleras, algo le decía que se encontraba arriba, abajo sería demasiado obvio. Sus pasos resonaban entre las piedras del suelo, pero poco le importaba. Ni siquiera estar vestido de manera elegante le afectaba. Su deber era acabar con aquel enemigo como un buen espía, y no se rendiría hasta reducirlo.
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