Introducción

1140 Words
—¡Mantengan la calma, no todo está perdido! Y ella, una niña de tez oscura y ojos profundos como un pozo, se alertó. ¿Dónde? ¿cuándo? ¿cómo? Todo daba unas violentas vueltas a su alrededor. Sus ojos giraban causándole fuertes dolores de cabeza y su nariz percibió el oxidado olor a sangre; nadie podría decirle el dónde, cuándo o el cómo de aquella situación, pero, ¿por qué? Alzó la mirada y se fijó en su entorno tanto como pudo permitírselo. La arena rojiza que ensuciaba su cabello crespo era como de tiza y le manchaba la piel creando un contraste rojo opaco y café. El cuerpo de aquella joven dolía tanto que lanzó maldiciones para sus adentros. Sentía una gran pieza metálica sobre su pecho que oprimía sus costillas hasta quitarle el aire y también sintió láminas de hierro a lo largo de sus piernas, esto mientras dejaba escapar una queja de sus labios rotos y agrietados. Estaba sedienta y desorientada. —¡Mantengan la calma, no todo está perdido! Se sobresaltó al escuchar aquella voz que resonaba como un eco fantasmal. Alzó sus manos llenas de tierra y safó de ella las cintas negras a los costados de su cuerpo que amarraban el peto que la ahogaba y se sentó lentamente. Parecía estar al fondo de una cueva repleta de vidrios rotos, tableros destruidos y bombillos parpadeantes. Habían armaduras de cristal rojo desparramadas por todos lados y se horrorizó por la idea de estar en medio de un montón de c*******s igual de desplomados. ¿Era aquél un ambiente de guerra y muerte asegurada? ¿había sobrevivido a algo horrible, acaso? Paredes de tierra, cristales de guerra. Rojo y translúcido, precioso pero agresivo... como los rubíes. —¡Mantengan la calma, no todo está perdido! —volvió a oírse aquella voz automática de quién sabe dónde. —A-yuda —soltó con voz cortada y falta de aire—, ¡ayúdenme, por favor! —insistió gritándole a nadie en particular, porque aunque aquél escenario le aterrara hasta hacerle temblar, debía aceptar que estaba totalmente sola en aquella cueva aparentemente arrasada por el diablo. Estaba asustada. Se sentía indefensa por la armadura que le impedía salir corriendo y por los cristales picudos que le habían rozado los dedos de las manos y parte de las muñecas. Eran cortes pequeños y superficiales que ardían lo suficiente como para alterarle los nervios y nublarle la razón, todo porque al parecer había perdido sus guanteletes luego de alguna acción violenta... ¿pero cuál? Se aceleró sin pensarlo y respiró agitada a la vez que desamarraba las cintas negras que unían el quijote a sus muslos. Haría el esfuerzo de ponerse de pie tan pronto como su propio cuerpo se lo hiciera posible. Comenzó con una actitud de supervivencia, esto apoyando ambas manos sobre la tierra, y se recostó contra uno de los muros de la cueva manteniendo allí su peso. Sintió un leve pinchazo en su cabeza que le hizo tambalear de atrás hacia adelante, pero, a pesar de la dificultad que presentó la simple acción de levantarse, logró ponerse de pie mientras se sacudía la arena del rostro con algo de alivio. —¡Mantengan la calma, no todo está perdido! —se repitió una vez más aquella frase por toda la cueva; la joven pronto notó que se trataba de un mensaje automático programado en uno de los altavoces del lugar. Parecía estar averiado. Respiró profundo y empezó a arrastrar sus pies poco a poco, pronto pudo comenzar a dar buenos pasos hacia el único túnel y por lo tanto hacia la única salida posible desde ese punto. Debía buscar la forma de alejarse un poco de la tierra y el polvo que le hacía toser y le causaba picor en la garganta. Desde ahí se podía ver como a la mitad del túnel al cual se acercaba las paredes parecían estar cubiertas con placas de metal sujetadas con tornillos mal puestos. Se acercó al final del túnel con una mueca de nervios; estaba dudosa y pasó a través de el toda titubeante. El marco que rodeaba el límite del túnel y daba entrada a un centro de control bordado con piedras azules —el cual se encontraba totalmente desbaratado— de la nada emitió un sonido fuerte y claro: —Usuario H422, acceso denegado. Se espantó. Se quedó inmóvil esperando algo, Dios sabría qué. Aquella segunda voz automática de alerta la obligó a suponer lo peor para sí misma, pero luego de aquello nada sucedió; nada se movió ni resonó, nada pasó. Esa situación en la que estaba era agobiante y sus manos seguían ardiendo, lo cual la desconcentraba y no le dejaba pensar con claridad. Quería salir corriendo a toda velocidad cual caballo de carreras, ¿pero hacia dónde? Su límite eran los muros forrados en gemas rojas y su impedimento el temor de dar un paso en falso. Se giró sobre su lugar y miró hacia atrás, más no supo el porqué. Caminó cuidadosamente tanto para mantener el silencio espectral de la cueva como para no llevar el riesgo de pisar algún cristal de esos que estaban por todas partes. Acababa de entrar a un pequeño cuarto con placas en el suelo y las paredes, un metal claro y brillante: blanco. Parecía un cuarto especial, pero estaba lleno de tableros con un sinfín de botones rotos y pantallas destruidas. Algunas luces aún servían bastante bien, otras para nada. Aquél lugar parecía haber sido saqueado sin piedad alguna. —¡Mantengan la calma, no todo está perdido! Vaya mensaje más embustero. Aquella voz pre-grabada se habia convertido en la sinfonía de un funeral masivo. Se sintió hipnotizada por encontrarse en medio de un escenario tan triste. Y la sombra a su espalda se movió con rapidez. —¡Oye! —escuchó detrás de ella, y la niña se dio la vuelta con el corazón a punto de escapársele por la boca—, ¡número de clase, ahora! —exigió aquél muchacho imponente amenazándola con un arco tensado y una flecha de punta azul a punto de ser soltada en su dirección. La joven entreabrió sus labios con sorpresa y mostró una mirada llena de terror. Aquél sujeto se movió lentamente a su alrededor y ella se movió en dirección contraria, manteniéndolo en su vista. Horrorizada, se apegó a una de las placas y negó con la cabeza tratando de decir algo, pero no supo cómo defenderse. Se sujetó de las rejillas que encerraban unas cajas metálicas con candados, sólo lo hizo por los nervios; sin embargo, lo que no esperaba es que algo saliera disparado de una de aquellas cajas, sobresaltando a ambos presentes. Por la presión, la flecha se disparó. Y ella, de tez oscura y ojos profundos como un pozo, gritó.
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