Roberto se quedó por un momento en el suelo sin poder procesar correctamente lo que acababa de suceder, se llevó una mano a la mejilla para aliviar un poco el ardor sobándose, el ruido de las pláticas de alrededor cesaron por un instante, dejando solo la música de fondo y las miradas sorpresivas de su mesa en dirección a ellos dos. — Ay perdón se me pasó la mano —dijo Elio con una ingenuidad magistral fingida— tenías un mosquito en la cara, esta fuerza extrema, fruto del gimnasio —les sonrió a todos un tanto sonrojado, nadie se podía resistir a su encanto natural, excepto Roberto. Enith se llevó una mano a la boca para ahogar un grito de júbilo, no se sentía culpable de haber visto lo que Elio acababa de hacer, había sentido más placer que mil orgasmos juntos ver al idiota del tlacuache

