Prólogo.

1538 Words
Prólogo. Mayo de 1981 – Bayonne, Nueva Jersey Marty y Gloria Gloria llegó del trabajo llorando. La habían despedido inesperadamente. Tiró el bolso bruscamente sobre la mesa y se quitó los zapatos de una patada antes de sentarse a la mesa de la cocina. Empezó a sollozar. Necesitaban el dinero que había traído a casa. No era mucho, pero ayudaba a pagar algunas cuentas. Marty llevaba varios meses sin aportar nada; de hecho, había gastado gran parte de sus ahorros en planear algo que ella sabía que era solo una quimera. —Un buen golpe —había dicho. —Vaya —pensó—, otro golpe como el anterior. ¡Un pez gordo! Casi lo matan... Fue una estupidez, él y Ray-Ray, robando esa joyería... con esa alarma silenciosa que no habían previsto. —Llegaste temprano a casa —dijo suavemente una ronca voz masculina. Gloria se giró hacia la voz. —¡Ay, Marty! Se quedó allí desnudo hasta la cintura y sin zapatos, con el rostro marcado por la preocupación. —¿Qué pasa? ¿Qué te pasa, Glow? —Ellos... ellos me dejaron ir —balbuceó. Él se acercó a ella y posó sus grandes manos sobre sus frágiles hombros. Entonces brotaron las lágrimas, dejando un rastro de rímel que le corría por las mejillas. Por triste y molesta que estuviera, Gloria todavía sentía una punzada en el estómago al verlo sin camisa. —De verdad, Marty, no la cagué. Dijeron... dijeron que tenían que recortar gastos y yo era la que tenía menos antigüedad. Las manos de Marty le masajearon la espalda, tratando de aliviar la tensión y el dolor de lo que sabía que había sido una experiencia terrible. Gloria sintió que su pena se disipaba y su deseo crecía bajo la destreza de sus maravillosas manos. —¿Cómo lo hace? —se preguntó—. ¿Cómo consigue excitarme cada vez que me toca? Ningún otro hombre lo ha conseguido jamás. —Glow —dijo, usando su apodo para ella—, me acabo de duchar. Tengo que ir a ver a unos chicos. Siento mucho que te hayan despedido. Pero estaremos bien, ya verás. Estaremos bien, y pronto, cariño, muy pronto. —¿Tienes que irte? —dijo Gloria, odiándose a sí misma por rogarle que se quedara. —Sí, tengo que hacerlo. Pero quizá pueda animarte antes de irme. Sus palabras le erizaron el pelo de la nuca y le enviaron un cosquilleo directo al coño. —Solo puedo quedarme un ratito, Glow, ¿sabes? Es decir, los chicos estarán esperando... Los labios de Marty le rozaron la oreja. Ella se estremeció de anticipación y metió la mano entre sus piernas. —Ahora lo estás entendiendo —dijo, y ambos rieron lascivamente. Marty la agarró por los hombros, la hizo girar y la empujó bruscamente contra el refrigerador. Su mano se cerró sobre su barbilla, sus miradas se encontraron, y cada uno vio el calor en el otro. Gloria frunció los labios; su boca se cerró sobre su labio inferior. Ella gimió. Pasó su lengua sobre las de ella, tomó su labio inferior entre sus dientes, mordió lo suficientemente fuerte como para sacarle sangre y un fuerte gemido. —Lo siento —dijo. —No, no lo eres. Pero hazlo de nuevo si quieres —gimió ella, empujando su pelvis contra él. Repitió el acto, pero no volvió a morderle el labio. Se contentó con chuparle la sangre y apretarle el pecho izquierdo. —Eres un maldito vampiro —gimió cuando él soltó el labio para besar su garganta. Sintió su corazón latiendo salvajemente bajo sus labios. —Quiero tu sangre —dijo, tratando de imitar al viejo actor, Bela Lugosi. Se rió, aunque fue una imitación terrible. Sabía lo que venía, sintió que se le humedecía la entrepierna. Un segundo después, Marty le rasgó la blusa, desplegando los botones por todo el suelo de la cocina. —¡Bastardo! ¡Esa era mi mejor blusa! —Cómprate otra —dijo con brusquedad—. Mañana podremos permitirnos un armario nuevo. Gloria estaba a punto de decir algo más, pero su boca se cerró sobre su pezón, lamiendo el sensible brote a través de la tela de su sujetador, y ella se entregó a la deliciosa emoción que le causaba. Sin decir una palabra más, Marty le quitó los tirantes del sujetador, metió la mano en las copas y sacó ambos pechos, tomó uno en la boca y lo chupó hasta que creció al máximo. Gloria gimió satisfecha, olvidándose ya de que la habían despedido. Por el momento, solo le importaba sentir su erección presionando su vientre y la certeza de que estaba a punto de tener sexo. Entonces, con un solo movimiento muscular, Marty la levantó y la sentó encima del refrigerador. Gloria, encantada, se deslizó sobre él hasta que una esquina redondeada encajó en la hendidura de su trasero. Él se quedó allí, con las manos ahuecadas sobre su trasero, impidiéndole caer al suelo, y empezó a lamerla como si fuera un cono de helado a punto de derretirse. Ella levantó una pierna para darle mejor acceso a su cuerpo, solo para sacudirse contra él cuando varios de sus dedos se clavaron en la hendidura de su trasero. Su lengua se deslizó entre sus labios, saboreando lo más profundo de su ser. Ella se retorció contra su boca, gritando de placer. Él presionó con más fuerza, pellizcando su clítoris con fuerza durante un segundo antes de acariciarlo con movimientos circulares lentos y suaves. Ella agarró la parte de atrás de su cabeza, se retorció debajo de él y se aferró a él con todas sus fuerzas. —Mírate —dijo—, ya estás empapada. Él le metió un dedo. Ella gimió. Echó la cabeza hacia atrás y tuvo que contener un grito primitivo que brotó de su garganta cuando la boca de él descendió sobre un pezón rígido al mismo tiempo que añadía otro dedo al primero. Pasaron varios momentos. Gloria encontró la voz lo suficientemente larga como para gemir —Oh, sí—, y con solo un gesto de su dedo la hizo tambalearse con sensaciones que la estrangularon. —¿Sí qué? —preguntó Marty. Ella lo miró, pero no pudo articular palabra. Sus manos recorrieron la parte posterior de sus pantorrillas, acariciando la piel sensible detrás de su rodilla. Un momento después, comenzó a lamerla desde el fondo de su coño empapado hasta arriba, donde chupó un minuto entero su clítoris palpitante. Cuando se corrió, y eso tardó varios segundos más, él la ayudó a salir del refrigerador y le metió la polla, la llevó bailando hasta el dormitorio y la dejó caer sobre la cama. Ella se retorció debajo de él, tan cerca del orgasmo que no pudo quedarse quieta. Aun así, logró agarrarlo por el trasero y apretarlo con fuerza mientras lo rodeaba con las piernas para acunarlo con las suyas. Su pene se expandió profundamente hasta golpear su cérvix. —Sííííí —siseó Marty con satisfacción, y eso puso a Gloria al borde del abismo al que se había aferrado durante varios minutos. —Sí, ven a mí —gimió, y levantó la cabeza y observó su rostro mientras ella temblaba violentamente con su orgasmo. —Te amo —murmuró. —Marty, por el amor de Dios, ten cuidado. No dejes que te pase nada. —No lo haré, ya me conoces. —Sí, te conozco, Marty. Ella lloró durante una hora después de que él se fue a reunir con los demás. Jersey City, Nueva Jersey Era un trabajo de cuatro personas. La regla general para este tipo de cosas siempre había sido que cuanto más pequeño el equipo, mejor. Los cuatro hombres estaban sentados en el garaje vacío repasando los detalles del robo por lo que parecía la diezmilésima vez. Marty Piatkowski y Ray-Ray Randino eran muy meticulosos con los detalles. Coincidieron en que les había salvado el pellejo más de una vez y no tuvieron reparos en examinar cada paso una y otra vez, hasta casi estar seguros de haber acertado. Ambos sabían que siempre podía haber algo mal. La repetición era para anticipar esa posibilidad, abordarla y eliminarla. Si la eliminación resultaba imposible, buscaban una alternativa. Realizaban este ritual en cada paso de la operación. Conrad Gentner, quien había crecido con Marty, estaba aburrido y no pretendía que lo fuera. El cuarto m*****o, Johnny Boy Stampanato, trabajaba con los demás por primera vez, recomendado por otro amigo, Sammy Pardo. A Marty le gustaba vivir a lo grande, y robaba coches, secuestraba camiones, asaltaba partidas de póker de alto riesgo y robaba nóminas para mantener su estilo de vida. Siempre que andaba con dinero en abundancia, desayunaba cocaína y almorzaba Maker's Mark. Solía estar tan nervioso por la droga y con tanta resaca que rara vez se molestaba en comer. Ray-Ray siempre lo había cuidado cuando estaba así, guiándolo de regreso a casa sano y salvo, y lo había hecho durante años. Pero cuando Ray-Ray perdió a su esposa por cáncer de mama tres meses antes, fue Marty quien renunció a la cocaína y al alcohol para cuidar de su amigo en su momento de necesidad.
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