El teléfono de Mitchell vibró y él pulsó el botón para responder, llevándose el teléfono a la oreja.
"Oye, ¿estás aparcando?"
La voz profunda y retumbante de Andy llegó a través del teléfono; su acento de Chicago todavía era marcado incluso después de cinco años en Phoenix.
—Desafortunadamente, no. Jessica de repente no se siente bien. Creo que el sushi no le sentó bien.
De fondo se oía una voz femenina a través del altavoz del teléfono.
"¡Lo siento mucho, Mitchell!"
"Nos vamos a casa a toda prisa", continuó Andy. "Tiene un malestar intestinal bastante fuerte. Pero mira, míralo sin nosotros. Te lo devolveremos. Se supone que van a poner Barbarella la semana que viene y corre por nuestra cuenta, ¿vale?"
"Sí, claro", dijo Mitchell. "No te preocupes. Dile a Jess que espero que se mejore. Y si se te ocurre que le advertí sobre comer sushi en un estado sin litoral, no me molestaría".
Andy se rió entre dientes.
Quizás cuando se sienta mejor. Ya intenté decirle que los negros del sur no tenían por qué comer sushi, pero está intentando ampliar mis horizontes. Lo siento de nuevo, amigo.
Mitchell escuchó un gemido de Jess en el asiento del pasajero.
"Cinco minutos más, cariño." Luego, de vuelta con Mitchell. "Me tengo que ir. Necesito concentrarme en la carretera. Disfruta de la película."
"No te preocupes. Buena suerte."
La llamada terminó y Mitchell se quedó mirando su teléfono por un segundo.
"Vaya mierda", pensó para sí.
Estaba fatal lo de Jessica, pero ¿qué se le iba a hacer? Ahora tenía tres entradas y no tenía con quién ver la película. Miró a la multitud que entraba en el Filmbar y se preguntó si debería ser él el que viera una película solo. Era una noche sorprendentemente fresca para Phoenix en junio y le parecía una pena desperdiciarla. Pensó en llamar a Madison, pero descartó la idea casi al instante. No tenían cita hasta el miércoles siguiente y era con muy poca antelación. Invitarla así podría darle una mala espina, así que decidió que era mejor dejarla en paz. Antes de que pudiera decidir si ver la película o irse a casa, una voz habló a sus espaldas.
"Creo que tenemos el mismo problema."
Mitchell se giró y vio a una mujer detrás de él. Una mujer absolutamente deslumbrante. A Mitchell se le hizo un nudo en la lengua al verla.
Lo primero que notó fue su altura, casi tan alta como su metro ochenta. Su cabello n***o era largo y caía en cascada sobre sus hombros. Llevaba una diadema de cuero trenzado con varias pequeñas piedras preciosas incrustadas. Sus ojos eran rasgados, pero no se parecían a los de las personas asiáticas que había conocido antes. Tenía el pliegue epicántico, pero sus ojos estaban ligeramente inclinados hacia arriba, y tenían un tinte púrpura. Parecían casi alienígenas, pero él se sintió cautivado por ellos. Pensó que el color debía de provenir de lentes de contacto de color, pero no tenían ese aspecto plano y vidrioso. Tal vez era la luz de la marquesina. Su piel era pálida, con pómulos sorprendentemente altos y una mandíbula estrecha que enmarcaba una boca en forma de corazón con labios carnosos de un rojo oscuro. Pensó que aparentaba veintipocos años, pero algo en su rostro le daba una presencia, una intensidad, que pocas personas de esa edad tendrían.
Llevaba una gabardina color canela claro, una blusa blanca sencilla abotonada por delante, unos vaqueros descoloridos y unas sencillas zapatillas blancas de lona. Era delgada, pero tenía los hombros anchos y podía ver sus poderosos trapecios justo debajo del cuello de la camisa. No podía verle los brazos, pero si tenía los hombros tan desarrollados, debía de hacer ejercicio.
Mitchell tartamudeó mientras su cerebro volvía a funcionar y trataba de no parecer un idiota.
"El, eh... ¿El mismo problema?"
Ella le dio una sonrisa tímida.
"De repente mi amiga me dice que no va a venir y que va a quedarse con mi... pase."
Su acento era extraño y cadencioso. Quiso decir que era ruso o de algún país báltico, pero no estaba seguro. La luz se reflejó de repente en las piedras preciosas de su diadema y destelló, haciéndole parpadear.
"¿Tal vez podamos ir juntos?" dijo esperanzada.
Mitchell sintió la repentina necesidad de hacer lo que ella sugiriera. No entendía por qué, pero sabía que definitivamente quería ver a Godzilla con esa hermosa mujer.
¡Sí! Sí, claro. Tengo entradas de sobra. Así que no hay problema. ¡Vamos! Por cierto, soy Mitchell. ¿Cómo te llamas?
La extraña mujer le dedicó una sonrisa deslumbrante y Mitchell de repente estaba tan feliz que sintió ganas de bailar allí mismo en la acera.
"Soy Allora."
"Qué nombre tan bonito." Lo decía en serio. Su nombre sonaba a música. "¿Qué demonios me pasa?"
"Encantada de conocerte, Allora. Después de ti." Señaló las puertas dobles y ella hizo una ligera reverencia con la cabeza y caminó hacia la puerta, deteniéndose para dejar entrar a algunas personas que se le adelantaban.
Ella entró justo delante de él y se detuvo en la puerta. Él la rodeó y se dirigió al bar.
¿Quieres algo de beber? ¿Vino, cerveza, algo? También tienen comida. Al no obtener respuesta, se giró y la vio aún de pie en la entrada. No lo miraba, sino que observaba a la gente que ya estaba en el vestíbulo y tenía una mano metida en la solapa del abrigo. Había unas veinte personas más pululando, la mayoría en parejas o grupos pequeños. Vio que sus ojos se clavaban de repente en algo y ladeó la cabeza como si lo estuviera estudiando. Siguió su mirada y vio que miraba hacia un rincón del fondo, donde una de las señales de salida de emergencia estaba iluminada sobre una puerta con una barra de empuje. Había una dureza en su rostro que Mitchell no había notado antes. Se acercó a ella.
"Oye, ¿está todo bien?"
Allora parpadeó y luego volvió a fijar su mirada penetrante en él. Sus ojos aún estaban teñidos de púrpura. Qué locura, pensó. ¡Una chica con ojos púrpura! En un instante, su rostro se suavizó de nuevo. Sacó la mano de su abrigo y le dedicó una leve media sonrisa.
"Lo siento. ¿Hay comida?"
Sí, tienen un menú pequeño pero decente. Y una buena selección de vinos y cervezas.
"Tengo un poco de hambre pero no tengo monedas."
"Oye, no hay problema", dijo Mitchell inmediatamente. "Yo invito".
Ella le dirigió una mirada perpleja.
"Un...", dudó, como si eligiera las palabras con cuidado. "¿Un regalo?"
Mitchell quería darse una bofetada. Obviamente, el inglés no era su lengua materna. "Sí. Te lo compro. No te preocupes."
"Estás siendo muy amable, gracias."
Sus ojos dejaron los de él y comenzó a observar nuevamente a todos en el vestíbulo y el bar.
La acompañó hasta la barra y ocuparon un par de asientos vacíos. Aún faltaban unos cuarenta minutos para que empezara la película, así que había tiempo de sobra para comer.
Mientras ella se sentaba en el taburete junto a él, él agarró el menú y lo colocó entre ellos. Ella lo miró de reojo, pero luego lo miró a él.
"¿Qué vas a comer?" preguntó.
"Uh... Bueno, aquí tienen una hamburguesa con queso y tocino buenísima. Además, sirven papas fritas sazonadas en lugar de las normales, lo cual siempre es un plus. ¡Y las malteadas son increíbles! Usan helado de verdad, no el que venden en los restaurantes de comida rápida."
Allora parpadeó y él intuyó que no tenía ni la menor idea de lo que hablaba. Pero le dedicó una cálida sonrisa.
"Yo voy a tener eso."
"Bueno, mi tipo de mujer", dijo Mitchell con una risita. "¿Sabor a helado?"
Ella le levantó las cejas.
"Déjame adivinar. ¿Qué voy a tomar?"
"Sí."
Mitchell se giró hacia el camarero, quien lo observaba con expresión de desconcierto. Miró primero a Allora y luego a él, y luego de nuevo a Allora.
"Tú, eh... ¿Estás listo para ordenar?"
—Sí. Dos hamburguesas con queso y tocino, papas fritas, dos batidos de chocolate con menta y dos cervezas claras que tengas.
El camarero, llamado Dane por su etiqueta, lo anotó.
"Por supuesto."
El camarero volvió a mirar a Allora y sus ojos se detuvieron. Ella lo notó y sostuvo su mirada sin pestañear. Dane parpadeó primero, asintió a Mitchell y dijo: «Enseguida vuelvo con sus cervezas».
Mitchell lo vio irse y trató de darle sentido a su comportamiento.
"Lo siento", dijo, volviéndose hacia Allora.
"¿Por qué lo sientes?"
"No sé, solo la forma en que te miraba. Era un poco raro."
"Está bien. Quizás él sabe que no soy de aquí".
Sus labios se curvaron en una pequeña y críptica sonrisa.
"¿De dónde eres?", preguntó Mitchell. "Tu acento es... inusual. No creo haber oído nunca nada parecido. Salí brevemente con una chica rusa en la universidad y pensé que quizá eras ruso, pero no te pareces en nada a ella."
Allora estudió su rostro por un momento y si Mitchell tuviera que adivinar, sería porque estaba tomando una decisión sobre algo.
—No de... —Hizo una pausa, y a él le pareció que intentaba repetir la palabra que él había usado, pero se rindió—. De ese lugar. No. Mi hogar está... muy lejos. Quizás no lo sepas.
¿Y qué te trae por Phoenix? ¿Eres estudiante?
Hubo un momento de silencio mientras ella parecía procesar la pregunta, pero justo entonces llegaron las cervezas, botellas marrones que ya goteaban condensación. En lugar de responderle, centró su atención en las dos botellas.
"¿Esta es la... cerveza pálida?"
"Ah, sí. ¿Nunca lo habías probado antes?
"No."
"Es bastante bueno."
Ella lo observó mientras tomaba su botella y bebía un trago. Solo después de que Mitchell la dejara de nuevo en la barra, ella tomó la suya, se la llevó a la nariz para olerla y luego se la llevó con incertidumbre a los labios. Su primer sorbo fue tentativo y él la vio pasarla por la lengua. Entonces, alzó las cejas, retiró la botella para examinar la etiqueta, se la llevó de nuevo a los labios y dio un trago mucho más grande. Se bebió casi la mitad antes de volver a dejarla en la barra. Sonreía.
"¡Bien!" exclamó.
Luego eructó y se rió, tapándose la boca con el dorso de la mano.
"Es muy diferente a la cerveza en mi casa".
"Me alegra que te guste." Tomó el suyo y lo golpeó contra el cuello de su botella con el suyo. "¡Salud! ¡Por los encuentros casuales!"
Allora parpadeó, miró su botella, luego volvió a la suya, la cogió e hizo lo mismo con la suya. Sonó agradablemente y ella tomó otro trago, esta vez acabándolo.
"Vaya, quizá quieras ir más despacio si aún no has comido nada".
Otro pequeño eructo escapó de sus labios y dejó la botella con una sonrisa.
"Sí. Deberíamos comer primero."
Sus ojos morados se encontraron con los suyos una vez más y Mitchell casi se perdió. Nunca había visto unos ojos así. Al diablo con la película, pensó. ¡Solo quiero sentarme aquí y hablar con ella!
"Mitchell...", dijo su nombre de una forma muy curiosa. Enroscó la lengua para el sonido de la "L", y él descubrió que quería que siguiera diciéndolo. "¿Tienes una... profesión?"
¿Un trabajo? Sí, claro. Soy analista de datos en una empresa de cosméticos.
Ella frunció el ceño y él la observó intentando formar las palabras. «Da da an-sis. An-a-sis». Su rostro se contrajo en aparente frustración por no poder pronunciar bien. Se rindió y lo miró de nuevo.
"Esto es buena profesión... ¿Ser bueno es trabajo?" Dijo la palabra "trabajo" con demasiada "h" y una sílaba de más. Sonaba como ja-hab.
No está mal. La mayoría de las veces me siento en una oficina a revisar los datos de ventas e intento averiguar dónde nuestra publicidad es más efectiva. Un poco aburrido, para ser sincero.
Tan cerca de ella podía ver sus ojos observando atentamente su boca y le tomó un momento responder.
Lo siento. Me cuesta entender este idioma.
"Está bien. Fue culpa mía. Debería hablar más despacio y usar palabras más sencillas. Básicamente, busco maneras de que otros ganen más dinero. Monedas." Corrigió, sonriendo ante la nueva terminología. "Encuentro maneras de que otros ganen más dinero."
Allora asintió, aparentemente entendiendo la idea.
"Y... ¿tienes esposa o esposo? ¿Compañero?"
—Ah, no. Estoy soltero. Sin pareja.
Ella asintió para sí misma y dijo algo en voz baja. Parecía algo así como «está siendo más fácil», pero él no estaba del todo seguro.
"¿Y tú? ¿Casado? ¿Novio? ¿Novia?"
—No —movió la cabeza un poco, de una forma que a Mitchell le pareció extraña. Quizás eso significaba que no de donde ella venía—. ¿Familia? —continuó—. ¿Vas a tener familia?
Mis padres viven en Oregón. Tengo una hermana que cursa segundo año de universidad en la Universidad Estatal de Oregón. No tiene ninguna especialidad. Dice que aún no ha descubierto su pasión. ¿Y tú?
Un ceño fruncido arrugó sus labios carnosos.
"No tengo familia", respondió ella claramente.
"No te gusta mucho hablar de ti, ¿verdad?"
Sus ojos lo sopesaron durante lo que pareció un instante largo. Intentó leer su rostro para captar lo que pensaba, pero su hermoso, pero extraño, rostro era terso e inexpresivo.
"Yo...", empezó, antes de una breve pausa. "A veces soy reservada. Pero quizá pueda contarte más en otra ocasión".
"Está bien, lo respeto. Parece más un interrogatorio que una conversación, pero puedo ser paciente".
"Le agradezco su comprensión."
Mitchell buscaba algo de lo que ella pudiera estar dispuesta a hablar cuando llegara la comida y él se salvara. "Enseguida vuelvo con sus batidos", les dijo Dane. Parecía evitar mirar a Allora.
Una vez más, miró la comida con abierta curiosidad. "¿Tú tampoco has probado una hamburguesa?"
Tomó la parte superior del panecillo y miró por debajo, luego acercó la nariz para olerlo. "No", dijo mientras metía un dedo en el queso derretido. Se lo llevó a los labios, lo probó y emitió un sonido de placer al sentir el cheddar derretido en su lengua.
¿Bromeas? ¿En serio nunca has probado una hamburguesa? ¿Ni siquiera en McDonald's o Burger King?
Su cabeza volvió a tambalearse y él pensó por un momento que se iba a enfadar. Algo brilló tras sus ojos morados, pero se le pasó. En cambio, solo sonrió levemente y dijo: «No. De donde yo vengo no comemos esta comida».
"¡Bueno, a comer!"
La hamburguesa era casi demasiado grande para comerla de un solo bocado, pero no del todo. Para Mitchell, si una hamburguesa era tan grande que no se podían comer todos sus ingredientes de un solo bocado, no era una hamburguesa, sino una ensalada de carne. No debería ser necesario un tenedor y un cuchillo para disfrutar de un buen trozo de carne picada.
"¡Mmm, Dios mío!", exclamó Mitchell al dar el primer mordisco.
Ella lo miraba de nuevo, observando atentamente sus movimientos, y de repente se sintió un poco avergonzado por lo mucho que estaba disfrutando de la comida. Había tenido un día horrible en el trabajo y se había saltado el almuerzo, así que estaba muerto de hambre.
"Lo siento, tengo mucha hambre."
Él tomó su cerveza y Allora volvió a concentrarse en su plato. Tomó el sándwich y se lo llevó a la boca. Tras olerlo una vez más, sus labios oscuros se abrieron y le dio un gran mordisco. Él la observó atentamente, intentando adivinar su reacción a su primera hamburguesa, pero no fue difícil detectarla. Allora masticó lentamente un par de veces. Luego abrió mucho los ojos y sonrió.
"¡Mmm!", exclamó con la boca llena. Continuó masticando con fuerza y, sin apenas detenerse a respirar, dio otro gran mordisco. Una buena cantidad de kétchup terminó en su labio y Mitchell no pudo evitar reír. Se veía tan adorable que casi no quiso darle una servilleta.
Después de eso, la conversación que pudieron tener se volvió esporádica y giraba principalmente en torno a la comida. Él tuvo que enseñarle el kétchup y las papas fritas, pero ella pareció disfrutarlas también. Se terminó la hamburguesa mucho más rápido que él y fue a por las papas con el mismo entusiasmo. Casi había ignorado los batidos que le habían servido momentos después de la hamburguesa, pero una vez que se acabaron las papas, centró su atención en el vaso alto vintage de refresco que contenía el brebaje de chocolate con menta. Tras oler un poco más y verlo sacar el batido con la pajita gigante, imitó sus movimientos una vez más y prácticamente inhaló el postre helado. Él le advirtió que fuera más despacio, queriendo advertirle sobre la congelación cerebral, pero ya era demasiado tarde. Allora respiró hondo y su rostro se contorsionó de dolor. Se llevó ambas manos a los lados de la cabeza y presionó. Un pequeño gemido salió de su garganta y maldijo. Al menos eso es lo que sonó, aunque él no lo entendía.
"¡La polla ardiente de Stolar!", siseó.
"Sí, probablemente debería haberte avisado", dijo Mitchell disculpándose. "Debería haber adivinado que nunca habías probado el helado".
Ella respiró hondo unas cuantas veces más y lo miró, con las mejillas ligeramente rojas. "No es culpa tuya. No debería estar comiendo tanto. Pero me siento muy bien."
Le advirtió que bebiera un poco más despacio y continuaron comiendo.
Su plato estaba vacío antes de que él acabara sus papas fritas y ella sorbía los últimos sorbos de su malteada antes de que él llegara a la mitad de la suya. "Sabes", dijo entre sorbos. "Admiro a una mujer con apetito".
El coma alimenticio comenzaba a asentarse y se recostó en el taburete de la barra, con una mano sobre el estómago y la otra colgando flácida a un lado. Antes de que pudiera responder, un fuerte eructo escapó de su garganta y llamó la atención de varias personas cercanas. Miró a su alrededor y agachó la cabeza en un gesto conciliador hacia la mujer a su lado, a quien había sacado de una conversación telefónica.
"¿Te sientes mejor?", le preguntó Mitchell divertido.
Sus ojos se posaron perezosamente en él y sonrió. Una gran sonrisa esta vez, no las pequeñas que parecían gustarle. Esta llegó a sus ojos con destellos violetas.
Sí. Tenía un poco de hambre. Algunos días como principalmente fruta.
"Ah", dijo Mitchell, comprendiendo. "Mi hermana siempre está haciendo limpiezas de frutas. Normalmente, está de mal humor una semana, y luego se da por vencida y se come una pizza entera".
La cabeza de Allora se inclinó hacia un lado ante sus palabras, pero no respondió.
"En fin, me alegra que lo hayas disfrutado", continuó, superando su estoicismo. "Cuando estés lista, podemos ir al teatro".
Allora se disculpó y fue al baño de mujeres mientras Mitchell pagaba la cuenta. Mientras el camarero le devolvía la tarjeta y el recibo, preguntó: "Oye, ¿qué idioma hablaba?".
Mitchell parpadeó. "¿Eh? ¿De qué estás hablando?"
"La niña. ¿Qué idioma era ese?"
—Eh... ¿Inglés? —Mitchell guardó la tarjeta en su billetera y la guardó en su bolsillo trasero.
"No pretendo ser grosero", continuó Dane. "Es solo que nunca había oído un idioma así. Solo quiero saber de dónde es".
—La verdad es que no tengo ni idea de qué estás hablando. Tiene acento, sí, pero hablaba inglés.
Dane pareció molesto por un momento y Mitchell pensó en insistir, pero no tenía ni idea de por qué. Era ridículo discutir sobre eso. Tras un par de tensos segundos, Dane decidió dejarlo pasar.
"Como sea", dijo con voz cortante. "Disfrute de la película, señor".
Se volvió hacia el pequeño lavavajillas que tenían detrás de la barra y comenzó a descargar los vasos de cóctel y las jarras de cerveza que acababan de terminar su ciclo.
Mitchell meneó la cabeza y fue a pararse junto a las puertas del teatro para esperar a Allora.