Me llamo Pablo Márquez, y si me preguntan, nací para romper reglas. Mi vida ha sido un desfile de caras sonrientes, de champaña cara y de discursos aburridos sobre herencias y fortuna. No me malentiendan: soy un tipo agradecido. Tengo el apellido, el dinero, y a donde quiera que vaya, la gente me mira como si fuera la mejor cosa que les ha pasado en la vida. Me lo creo... a veces.
Pero hoy, mientras entro al bar con mis amigos, algo cambia. No es la misma sensación de siempre, esa de ser el dueño del mundo. Esta noche tengo el presentimiento de que algo inesperado está a punto de pasar.
Entonces la veo: una mujer de cabello suelto, con una mirada desafiante y una sonrisa que no se da tan fácilmente. Y yo… bueno, yo soy el experto en sonrisas fáciles, en hacer que los demás caigan como moscas. Pero con ella, algo me dice que va a ser un poco más complicado.
—¿Qué te pasa, Pablo? —me pregunta Andrés, uno de mis amigos de la infancia, mientras me da un codazo para que deje de mirarla.
—Nada, hermano, solo que... —me giro y le sonrío—. Hoy he encontrado a alguien que parece que no va a caerme en los brazos tan fácilmente.
Andrés se ríe como si acabara de contarle el mejor chiste de la noche.
—Suerte con eso —dice con una mueca de superioridad—. Las mujeres como ella no suelen interesarse en tipos como tú, ya sabes… millonarios y mimados.
Me río, porque no hay nada que me guste más que un buen desafío. Y hoy, esa mujer es el mío.
Al cruzar la mirada con ella, veo un destello en sus ojos, como si ya supiera de qué se trata. Es un juego, pero no uno sencillo. Ella parece la clase de persona que ha aprendido a protegerse, a desconfiar. No será fácil. Y es justo eso lo que hace que mi interés crezca aún más.
Así que ahí estoy, sin más plan que mi sonrisa ganadora, mis mejores palabras y el encanto que nunca me falla.
A lo largo de los capítulos, podrías explorar cómo Pablo va poco a poco rompiendo las barreras de Sheyla, mezclando momentos románticos y de humor con situaciones de tensión, mientras él descubre que el amor verdadero también puede ser un reto que no siempre se gana en la primera jugada. ¡Podría ser una gran historia de pasión y redención para ambos personajes!
No soy un tipo que se echa para atrás. Si alguien me da una mirada como esa, ¿qué opción tengo? Claro, voy directo. Además, la vida se trata de momentos, de esos que tienes que tomar o dejar ir. Así que con la calma de quien se cree invencible, me acerco a la barra, justo donde ella está apoyada, y hago como si solo estuviera pidiendo un trago más..
—Un gin-tonic, por favor. —Le hago una seña al bartender, mientras me aseguro de mirar a Sheyla con la misma confianza con la que me han enseñado a negociar en el mundo de los negocios.
Ella ni siquiera me mira, pero siento que sabe que estoy ahí. Juega con su copa, haciéndose la interesante. Y aunque cualquier otra persona pensaría que no tiene ningún interés, yo sé leer estos juegos. No tengo ninguna duda de que está tan consciente de mí como yo de ella.
—Me llamo Pablo —le digo, al fin rompiendo el hielo, y le lanzo una sonrisa que pocas veces falla.
—No te lo pregunté. —Su respuesta es rápida, fría y, oh, absolutamente perfecta. Me gusta.
Levanto una ceja, divertido. —Ah, te gusta mantener el misterio.
Me da la cortesía de mirarme de reojo. Sus ojos son oscuros y con un brillo que ya me dice mucho. Tiene carácter, y para mi sorpresa, parece que en serio no está impresionada. Eso solo me hace quererla más.
—No sé quién te crees —continúa con un tono relajado, pero su mirada me da una especie de advertencia—, pero te diré algo: yo no soy una de esas que caen por una sonrisa bonita y un nombre de niño rico.
Rio bajo, divertido, y doy un trago a mi gin-tonic.
—Bien, porque las que caen demasiado fácil me aburren.
Esta vez, ella me observa por unos segundos más de los que estaría dispuesta a admitir. —Entonces busca a alguien más.
Pero no lo dice con la seguridad de alguien que realmente quiere que me vaya. Lo dice como quien desafía, como si estuviera probando hasta dónde estoy dispuesto a llegar. Y eso solo confirma que tengo que seguir.
—Lo que pasa es que ya te encontré a ti, y ahora tengo este problema. —Inclino mi cabeza un poco, como si estuviera considerando una gran decisión—. No me gustaría quedarme con la duda de si esta conversación podría volverse la mejor parte de mi noche.
Rueda los ojos, pero noto la pequeña sonrisa que está tratando de ocultar. Ahí está, apenas visible. Mi primer pequeño triunfo.
—Eres persistente, ¿no? —dice con una mezcla de exasperación y curiosidad.
—Digamos que no soy de los que se rinden —respondo mientras doy otro sorbo, observando cómo sigue evaluándome. Sé que la estoy intrigando, aunque no lo quiera admitir.
Pasan unos segundos de silencio, y cuando parece que no dirá nada más, se gira hacia mí y extiende su mano.
—Sheyla.
Es todo lo que dice, y aunque solo es su nombre, en este momento suena como un reto.
Tomo su mano, disfrutando del contacto y de la chispa que siento apenas la toco. Sonrío, más satisfecho de lo que quiero admitir.
—Un placer, Sheyla.
Ella se retira antes de que yo tenga la oportunidad de disfrutar demasiado de ese contacto, y vuelve a centrar su atención en su copa, pero esta vez me lanza una mirada de lado.
—Así que, Pablo, ¿qué es lo que un niño rico como tú hace en un lugar como este?
Ah, así que va a jugar con los prejuicios. Me gusta.
—Probablemente lo mismo que tú: escapar un rato de la realidad. Es difícil imaginarlo, pero no todos los ricos somos felices.
—¿Ah, sí? —pregunta, con una ceja levantada, como si estuviera esperando la mayor mentira del siglo.
—Sí, en serio. —Le doy un sorbo a mi bebida y me acomodo para hablar con ella—. A veces cansa ser el chico bueno y perfecto que todos esperan. Tal vez solo quiero conocer a alguien que no me mire como si fuera una cuenta bancaria.
Ella me observa en silencio, como si estuviera evaluando la sinceridad de mis palabras. Por un segundo, casi parece convencida… pero luego, se ríe. Es una risa baja, pero cálida, como si hubiera algo en mí que no puede tomarse demasiado en serio.
—Vas a tener que hacer algo mejor que eso, Pablo. He escuchado líneas mejores.
—¿Líneas? Esto no es una línea. —Me llevo una mano al pecho, fingiendo ofensa—. Me rompes el corazón.
Ella sonríe, esta vez un poco más libremente, y eso me da algo de esperanza. Quizá la armadura de hielo que tiene no sea tan impenetrable como parece.
—Bueno, Pablo, espero que no tengas el corazón tan frágil. Porque si en serio piensas que vas a conseguir algo aquí, me temo que te espera una gran decepción.
—¿Una decepción? Yo creo que lo que nos espera es una historia interesante. Y ya sabes, Sheyla… —me acerco un poco más, bajando la voz—, dicen que las mejores cosas son las que no se planean.
Ella me mira, su sonrisa desafiante de nuevo en su rostro. Entonces, en un gesto que no esperaba, levanta su copa y hace un brindis improvisado.
—Por las decepciones y las historias que nunca deberían pasar.
Y ahí estoy, encantado con esta mujer que no cede, que me reta, y que está dispuesta a jugar el juego, aunque no lo admita. Esta noche, algo me dice que Sheyla no solo se quedará en un recuerdo pasajero, y eso es peligroso. Pero para un rebelde como yo… bueno, el peligro siempre ha sido la mejor parte del juego.
A lo largo de estos capítulos, puedes construir la química entre ambos con una mezcla de tensión y pequeñas victorias de Pablo, mientras Sheyla se resiste y lo desafía. Esta dinámica ayuda a que el lector se enganche, mientras descubre el misterio detrás de cada personaje. ¿Cómo lo ves?