Darien.
Pasaron tres días más, para mi pesar se sentían lentos, y mi ser desgraciado. Nada había sido un sueño, me quedé desolado. La mujer que me llevó al hospital no se apareció. Yo me pude mover más, pero no podía caminar solo durante mucho tiempo, así que me asignaron una silla de ruedas.
Mi problema: no contaba con dinero para pagar los gastos médicos, el doctor recalcó que no podía abandonar el centro sin cancelar la cuenta y mientras más tiempo permaneciera ahí, se hacía tan extensa como una cascada. Paseé en por el jardín bajo un cielo estrellado. En ese momento aún sentía tristeza por el trato que me brindó mi hermano, mi hermano mayor me quitó todo. ¿Por qué? No lo sabía, no quería saberlo, deseé irme con mis padres, pero aún estaba la abuela y regué porque estuviera bien y Verno la cuidara.
—Eso es lo que nadie sabe, un día estás bien y al siguiente te queda disfrutar los últimos momentos. Si no tienes nada, no te asustes igual, nada te llevarás, sonríe contra la tristeza, no para aparentar, para asustarla.
Moví mi silla de ruedas hasta el pasillo de donde provenían las voces. Dos mujeres estaban platicando recostadas el muro del pasillo, una de ellas vestía un uniforme de enfermera y la otra usaba un vestido verde de flores. La primera me miró, acción que provocó que su compañera emulara el acto. Cuando me miró fijo, fue inevitable apreciar su belleza. Tenía el pelo rizado en color negr0, faciones gráciles y una sonrisa que puede apreciar por unos segundos, de uno hermoso ojos grises. También, supe que no era de mi edad, podía jurar que sus años se asemejaban a los de Luisa. Me retiré, me quedé en el jardín a pesar de que el viento frío golpeaba. Poco sentía por dentro, lo de afuera era un detalle minúsculo.
—Siempre me llamaste dulce madre, ¿te referías a que era muy ingenuo? —Miré una estrella brillante pretendiendo que era mi madre.
Regresé adentro, la clínica casi siempre estaba vacía.
—Darien, ¿tienes a dónde irte? —preguntó el doctor al aproximarse.
—Si tuviera una casa la vendería para pagar los gasto aquí —dije.
—Ya no te preocupes por eso, han pagado todos tus gastos.
—¿De verdad? ¿Quién pagó? —No lo sé, pregunta en la recepción.
En la recepción, hallé a la enfermera de hace rato, pero sin su amiga. Le pregunté sobre quién pagó mis gastos, me hizo saber que la mujer que estaba con ella canceló mi cuenta cuando le dijeron sobre mi problema. Me pareció irrisorio porque no pude obtener su nombre, la enfermera la conoció esa misma noche, porque la chica estaba ahí dejando suministros a la clínica.
Al día siguiente, apareció mi salvador, quien resulto ser la mujer de pelo corto que trabajó para mi abuelo. Me habló sobre su ausencia, se debía a que necesitaba arreglar algunas cosas antes de dedicarse a mí, eso me confundió, así que ella explicó:
—Desde hoy, le seré tan fiel como lo fui con su abuelo. Usted, se convierte en mi señor.
Y así fue, Soja no se apartó de mí, me llevó hasta su pequeña casa y me brindó lo que tenía sin pedir nada a cambio. Salió de la casa del abuelo, porque no congenió con mi hermano, que ya se había proclamado dueño y amo de todo, por suerte velo por la salud de la abuela a quien no pude ver, pero supe que quedó en coma, esperé que despertara pronto y Verno no la desconectara. En la universidad, me quitaron la beca y tuve que trabajar porque cuando Soja me animó a seguir, me hice un juramento.
—Sin importar que, le cobraré todo a mi hermano.
Con un abogado de oficio intenté recuperar mis cosas, en vano: yo firmé los papeles cediendo todo.
Tardé dos años en volver a caminar bien, trabajé en todo lo que podía y Soja hizo lo mismo, ella tenía algunos ahorros y quiso dármelos para que regresara a la universidad, sin embargo, preferí hacer una inversión. Construí una tercera plata en la casa y las alquilamos, así conseguimos más dinero. Apliqué a una beca, pero me salió en otra ciudad y Soja no dudo en mudarse conmigo, ella no tenía familia en el país.
Pasamos varios años por fuera, regresábamos a Manchester por negocios que estábamos estableciendo. Estaba creando mi propio imperio y lo estaba logrando, me gradúe como ingeniero y continúe haciendo negocios.
Creé una nueva vida, compañeros; salí con una chica y terminé en una relación con una decana, todas mis parejas eran mayores y lo califiqué como mi gusto vicioso. En uno de los tantos viajes a mi ciudad natal, observé a mi abuela desde lejos, estaba en el parque con Luisa y un niño, hijo de Verno y mi exesposa. Mi abuela solo estuvo un año en coma, supe que mi hermano inventó la historia que preferí desaparecer; le envié cartas a mi nana diciendo que estaba bien y que prefería no regresar.
En ese viaje, visité un restaurante de comida asiática de los que tanto le gustaba a mamá, era tan pequeño que no aceptaban tarjetas. No tenía ni un solo billete en los bolsillos, así que me dispuse a buscar un cajero cercano, al lado encontré uno, me acerqué hasta allí.
—Está fuera de servicio —habló alguien a mi lado.
Solté un suspiro pesado, la chica, junto a mí, habló de nuevo:
—¿Necesita mucho?
—Solo necesitó pagar la comida —señalé el restaurante.
Ella sonrió y rebusco entre su cartera, me quedé mirándola detalladamente y presentí haberla visto antes, ese pelo rizado.
—Tome, supongo que será suficiente. —Me estiró el dinero. Lo tomé inconsciente porque mis ojos no se apartaron de su rostro familiar, tenía los ojos grises. Aparté la mirada cuando sentí observarla demasiado tiempo, miré los billetes en mi mano y llegó el recuerdo que buscaba.
—Eres… —Guardé silencio cuando ella ya no estaba.
La mujer que pagó la cuenta del hospital años atrás, pero lucía incluso más joven que antes.
—¡Vamos Dan! —escuché a la distancia y la miré otra vez, la ella avanzó hacia la otra chica que la llamó. Se perdió de mi campo de visión, no podía ser la misma persona, pero el destino la ubicó dos veces en mi camino para ayudarme con lo mismo en situaciones diversas. Quise buscarla, tenía mucha curiosidad; sin embargo, no pude hallar nada solo con “Dan” y sin una fotografía.
Soñé algunos meses con su rostro, hasta que la dibuje como la recordaba y aparecía en mis sueños. Tiempo después, me decidí a buscarla, no pude encontrarla, Soja, que era una ex militar experimentada, tampoco la encontró.
Era claro que Soja me apreciaba, pero sabía que ella buscaba algo:
—Saber que sucedió la noche del incendio —respondió a mi pregunta. Ella fue firmemente fiel a mi abuelo y por ello quería aclarar todo.
Llegó la hora de regresar a Manchester de manera definida, para enfrentarme con mi pasado. Antes de presentarme con Verno, me encontré a su hijo. Fui profesor suplente algunas veces y terminé dando algunas conferencia en una asociación, misma que me permitió ir a la universidad de mi sobrino. Al verlo, era innegable el parecido con su madre, ese cabello castaño y ojos azules. Yo no me acerqué, él se presentó ante mí, me dijo que su abuela le habló sobre su tío Darien, le platiqué que penas regresé a la ciudad, me invitó a cenar a su casa y acepté, de todas formas, ya planeaba encontrarme con mi hermano.
—Es algo extraño que conozca a mi tío en un momento, así —dijo Frank.
Tenía el mismo nombre que una vez le dije a Luisa que quería para nuestro hijo.
—¡Frank! —lo llamaron. En la entrada del salón, había dos chicas, una no tardó en irse y por un momento se me hizo familiar; él se despidió y fue con la otra chica.
Me adelanté a salir, y miré por los pasillos, seguí a la chica que antes pensé reconocer. Ella tenía el pelo laceo, una chaqueta de cuero negra, desde atrás observé su figura, hermosa. Al cruzar el pasillo la perdí de vista.
—No es posible que sea ella —me dije.
Recibí una llamada de Soja, una sonrisa se manifestó en mi rostro cuando escuché sus novedades. Llegué a casa. Esta estaba ubicada en una colina, con el tiempo aprendí a amar la soledad, esa intimidad que no se puede tener al estar rodeados de vecinos. Me quité el saco y lo dejé en el respaldo de una de las sillas en la sala, me acerqué hasta la licorera y serví algo de tomar. Quedé mirado por el gran ventanal que daba hacia el jardín, amaba la arquitectura de esa casa que yo mismo diseñé. Tan yo.
—Conseguí su membresía en el club —avisó Soja.
—Ya estoy llegado a los lugares donde está mi hermano.
—También investigué los negocios que él tiene en puerta, envié la lista a su correo.
Sonreí antes de tomar un trago.
—Y por último, he hallado una foto de la chica.
Dejé la copa en el mostrador y me acerqué, al ver la fotografía se podía deducir que era ella, pero estaba diferente… tenía el pelo a los hombros y ojos negros, al contrario de como la vi hace seis años y hace veinte años. ¿Era posible que no fueran la misma persona?
—¿No es ella? —cuestionó Soja.
—Lo voy a comprobar, ¿sabes dónde puedo encontrarla?
—Sí, mi señor.