Noto como Eugenia me lanza un gesto de mala cara, luego de eso se va sin decir nada.
Pensando en lo que me dijo me dirijo a subir las escaleras, justo cuando voy a entrar a mi recamara me quedo con la mano puesta en la perilla, viendo al señor Abernathy quien está hablando por teléfono, está vez sé que no habla con su novia porque sus palabras más bien parecen de negocios.
Pensando en las palabras que Eugenia ha mencionado me quedo admirando su porte, su barba no tan marcada, sus manos que son espectaculares y ni hablar de ese cabello obscuro y tan manejable. Desde lejos se pude notar que él hace ejercicio y lo digo porque sus músculos salen a relucir aún estando en traje de vestir ¡Dios! Esas piernas...
—¿Camila? ¿Camila? —él me hace una seña con su mano.
¿Qué? Pensé que era mi imaginación verlo caminar hacia mi. Ay no puede ser estas hormonas están algo aceleradas.
—Mande ¿Decía algo? —menciono pausadamente.
—Si. Que el médico viene está tarde para revisarte. Por cierto como te fue con tu madre ¿Todo bien? —me mira atentamente.
—Si creo que logré convencerla de que todo está bien.
—Prefecto, te veo a las cinco en punto aquí mismo, con permiso —se va bajando las escaleras.
Mis mejillas ruborizadas salen a relucir cuando me doy cuenta de que sigo viendolo demasiado atractivo. Enseguida niego con la cabeza, seguido de eso me dedico a entrar a la recámara.
Con el médico...
Vaya si que él tiene mucho dinero tanto que ha instalado todo para un consultorio, incluso ese aparato dónde se verá el bebé.
Asombrada miro todo eso, estando recostada en la camilla con ese ecografo en mi vientre.
—Muy bien señorita Aitana, aquí está su bebé sano y saludable.
—Un momento. Ella no es Aitana —Gilberto suena molesto.
Ver su rostro de seriedad y con sus ojos fulminantes corrigiendo al médico me hace sentir tan incomoda que solo volteo hacia la pantalla de ese aparato.
—Una disculpa pensé que se llamaba Aitana, tal vez me dijo otro nombre y no...
—El nombre que le dije es correcto, solo que Aitana es mi prometida y ella es la persona que le dará vida a mi bebé, solo eso, por eso le pedí que los ultrasonidos salieran con el nombre de Aitana la verdadera madre de mi hijo ¿Correcto?
—Ya entiendo, está bien perfecto, seguimos. El bebé está en perfectas condiciones, aún no se ve con claridad pero aquí está.
Es tan pequeño que se ve como un frijolito algo que me hace sonreír, creo que lo llamaré así de cariño, sonrío al pensar en ese bebé debe de ser precioso.
Varios minutos después...
—Muy bien tiene que tomar ácido fólico, hacer ejercicio constante, y llevar una dieta saludable, aquí tiene su ultrasonido. De mi parte sería todo, nos vemos en un mes—ese médico cierra su maletín para después despedirse de ambos y salir de la habitación.
Con una sonrisa miro ese ultrasonido, se ve tan lindo frijolito que no puedo dejar de sonreír, sino hasta que Gilberto me quita ese papel de las manos.
—Es de Aitana, yo mismo lo guardaré. Es mejor que no lo veas ¿De acuerdo? —espera mi respuesta guardando ese papel dentro de su saco.
Aprieto mis labios y asiento en silencio. Gilberto simplemente sale dejándome sola en esa fria habitación.
Siento como sube un gran nudo a mi garganta, estoy consciente de que no debo generar sentimientos sobre ese bebé Pero es que es tan difícil tenerlo en mi vientre y simplemente endurecer mi corazón.
Trago grueso a la vez que limpio mis lágrimas y sigo mi camino hacia la habitación.
Varios días después...
Me encuentro en un área de la hacienda, esa misma donde hay un mesa en medio, con asientos y un techo de flores, estoy sentada tejiendo esos zapatos que le prometi a frijolito, no tengo idea de que será, lo que si es que anhelo con todo el corazón darle estos zapatos y verlo usarlos.
concentrada sigo tejiendo,esto que ya está más que formado, sonrío al ver el color rosa de esos zapatos, siento que será niña algo en mi corazón me lo dice a gritos abierto.
De pronto escucho como aclaran la garganta tan cerca de mi que me desconecto del momento. En consecuencia me pico con la ajuga por lo que me quejo casi de inmediato.
—¿Estás bien? —el señor Gilberto me toma de la mano y sopla mi dedo.
Verlo tan cerca hace que una oleada de nervios me invada, con los ojos abiertos y boquiabierta solo dejo que siga haciendo eso hasta que se da cuenta y suelta mi mano.
—Lo siento no quise distraerte, pasaba por aquí y... Te vi—menciona para luego desviar la mirada hacia mi otra mano donde mantengo ese zapato el cual está agarrando forma.
En cuanto me doy cuenta rápidamente escondo ese zapato detrás de mi espalda.
—Puedo explicarlo es un...
—Un zapato, para eso querías los hilos—pregunta viéndome fijamente a los ojos.
—Si... Pero no sé preocupe, lo guardaré para mí—me levanto guardando todo en la pequeña cajita dorada y luego de eso solo me despido dejandolo en ese lugar.
Al día siguiente...
—Hola hermosa—la señora Matilde me saluda con una gran sonrisa.
—Hola señora Matilde buenos días..
—Ven conmigo, Gilberto me pidió que te llevará a un lugar —me toma de la mano para meter mi brazo y entrelazarlo con el suyo.
No tengo idea a dónde me lleva sin embargo confío en ella, sonriendo y platicando sobre el clima ambas nos dirigimos hacia el final del pasillo, dando la vuelta me doy cuenta de que estamos en el salón de música
—Por favor entra—me hace una seña
Nerviosa le sonrió para deliberadamente abrir la puerta y ver cómo está un señora de algunos sesenta años tocando el piano.
Asombrada y encantada disfruto de la pieza que toca. Varios minutos después ella termina y se levanta mostrándome una bella sonrisa.
—Buenas tardes, Soy Giselle y seré tu maestra de música mucho gusto —ella extiende su mano esperando a que la salude.
—Mucho gusto soy Camila y no se qué pasa pero gracias —sonrio tomando su mano.
—El señor Abernathy me pidió que viniera a darle mis servicios de maestra y aquí me tienes, cuentame que sabes sobre el violín me dijo que te gustaría especializarte en el violín.
Dos horas después...
Me la pasé de maravilla en mi primer clase, ni por un instante se me llegó a ocurrir que el señor Abernathy haría eso por mi, traer a una maestra si que ha sido algo inesperado.
Con una banana en mis manos y mucha ganas de comerla, camino hacia afuera de la casa. Para mí sorpresa veo a Gilberto parado de espaldas tomando aire. Verlo desde lejos de pronto me da un gran impulso de abrazarlo, así que corro hacia él y lo abrazo inesperadamente.