Capítulo 2

842 Words
Salgo de allí, antes de encontrarme a mis padres y camino hasta la entrada, con una pose de dignidad que no tengo idea de dónde sale, mis manos en el vientre y decidida a hacer por última vez lo que mi padre me ha ordenado. Por última vez, seré la hija obediente. Sin mirar atrás me alejo de allí, camino unas cuadras más, hasta que aparece un taxi y le pido que me lleve a la estación de autobuses. Si en algún momento piensan arrepentirse y buscarme, no se las dejaré tan fácil. Pago al taxista, me meto en la estación y me voy directo al baño. Allí me escondo en un cubículo, cuento el dinero y es más que suficiente… ese dinero era para mi boda, esa que soñé desde muy niña. Quince mil dólares en efectivo es más que suficiente para empezar. Oculto un poco en un bolsillo secreto de mi bolso, me lavo las manos y salgo de allí con dirección a la taquilla. Cinco minutos después, tengo el ticket con rumbo a Nueva York, allí iniciaré mi vida, me buscaré algo provisorio, trabajaré como burra para mí y para mi hijo, nadie jamás podrá decir que soy una mala madre y desde ahora me juro que tendrá mi apoyo incondicional. Subo al autobús, tomo asiento con las manos en mi vientre y toda esa desolación que sentí, se va quedando atrás a medida que avanzamos. Pero lo que nadie me dijo, es que esa caída en casa de mi padre me traería consecuencias. Al llegar a Nueva York, siento un dolor en mi vientre y lo asocio a que no he comido en casi veinticuatro horas, pero este se hace cada vez más intenso. Trato de entrar a un restaurante, pero caigo antes de hacerlo. Una señora de edad y una jovencita me miran asustadas, pero no dudan en ayudarme. Siento algo húmedo en mi pantalón, al verlo pierdo el color. Sangre. —No te preocupes — me dice la chiquilla, mientras la mujer mayor llama una ambulancia —. No te dejaremos sola… no estás sola. Mis ojos se cierran y cuando los vuelvo a abrir, la muchacha está conmigo. Es muy linda, parece una muñequita frágil y casi inalcanzable, si no fuera por esos lente de marco grueso que carga, pero tras ellos hay un par de ojos celestes tan hermosos como nunca los vi antes. —Ho—hola… ¿Cómo te sientes? —¿Dónde estoy? —pregunto algo adolorida—. Me siento muy cansada, adolorida… —Estás en el hospital, mi abuela fue a hablar con alguien para que no te cobren… como no sabemos quién eres. —Sí… si tengo cómo pagar, solo que no tendré dónde dormir si lo hago —me dejo caer en la cama, porque siento que el cuerpo me pesa, llevo mis manos al vientre y recuerdo—. ¡Mi hijo! —Ok… déjame llamar al doctor… Sale de la habitación y siento un pánico terrible, mi hijo era lo único que me quedaba para soportar todo el dolor que he sentido estos días. Cuando el doctor llega, puedo ver en su cara las malas noticias y comienzo a llorar desconsolada. —No, por favor… no… —suplico, pero el doctor solo suspira y me dice con suavidad. —Hicimos lo que pudimos, pero su hijo no pudo sobrevivir… lo lamento, pero lo perdió. —¡¡Noooooo!! —dejo que un grito desgarrador salga de mí. La chica en lugar de correr de allí, se acerca y me abraza con fuerza, yo escondo mi rostro en su pecho y lloro, lloro por todo lo que la vida me quitó, lo que acabo de perder y lo que nunca tendré. —Tranquila, ya pasará… no estás sola —me dice ella con su dulce voz. —¿Qué pasa Amy? —la anciana se acerca a nosotras y me toma una mano—. Lo lamento tanto, querida… yo sé lo que es perder a un hijo, no hay nadie que pueda entenderte mejor, pero te repondrás, te lo aseguro. —¿Cómo? Él era todo lo que tenía, estoy sola, todos me dejaron sola, me rechazaron… no tengo a nadie. —En eso te equivocas, nos tienes a nosotras —me dice la mujer con firmeza—. Mi nombre es Amanda Summers y ella es mi nieta, Amy. —Yo… yo soy Lauren… solo Lauren. —Muy bien, solo Lauren, te irás con nosotros a casa en cuanto te den de alta, te quedarás en mi casa hasta que puedas valerte por ti misma y si eso pasa, pero no quiere irte… no seré yo quien te corra. Su dulce sonrisa y la de su nieta son un aliento para mi atormentado corazón, me dejo abrazar por estas mujeres y sé que ahora estoy en buenas manos… porque sin saber quién soy ni nada de mí, ellas me han acogido en su pequeña familia. Y sé que de aquí saldrá algo muy lindo.
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