1. ¡Mi vida es una mentira! (Parte 3)

1751 Words
—Mi vida es una mentira. —susurró cuando logró calmarse, aunque jipiaba algunas veces—. ¿Por qué, José Miguel? ¿Por qué justo a mí me pasan estas cosas? ¿Acaso el universo está en mi contra? ¿Qué hice yo para merecer esto? —No comprendo, ¿por qué preguntas eso, Mandy? —indagué, con evidente curiosidad y preocupación—. ¿Qué fue lo que te ocurrió? —No sé si deba decirlo, no quiero la lástima de nadie. —murmuró. —Oye, somos tus amigos. Queremos ayudarte. —aseguró Gustavo, dedicándole una sonrisa sincera—. ¿Qué fue lo que te hicieron o dijeron? ¿Fue tu ex o tu familia tal vez? —No, no. Ninguno de ellos, la verdad. —Se apresuró a responder—. Esta vez es algo que no los vincula a ellos. Me preguntó si recordaba la oportunidad en que nos reunimos para un trabajo, y me dejó al final porque debía resolver un asunto personal. Asentí y ella sonrió. Me explicó que todo se debía a unos exámenes que le pidieron para descartar el cáncer. Y justo hoy recibió una llamada del médico. El mismo le dijo que debía ir esa tarde al consultorio, para conocer su diagnóstico. Me pidió incluso que la acompañara, pero me negué. —¿Por qué eres así, José Miguel? ¿Por qué siempre que te pido que me acompañes a un lugar, me dices que no puedes? Me dijiste que somos amigos, ¿qué te cuesta? —Mandy, cariño, sé lo importante que es esto para ti, pero en serio no puedo acompañarte. Tengo cosas que hacer, además debo ir a casa a almorzar, me están esperando para comer. —Ella me miró, alzó una ceja. La pregunta era clara en su mirada. Debía decírselo de un modo u otro—. Le prometí a mi esposa que almorzaría con ella hoy. —¿Esposa? —repitió incrédula y dolida a la vez. Me dolió, pero debía serle sincero. Ella no podía seguir haciéndose ilusiones conmigo—.  José Miguel, ¿tú estás casado? —¡Mi vida! ¡Por fin te encuentro! —Escuché decir. —¡Flaca! ¡Mi amor! —Me levanté para abrazarla. —Hola mi amor, ¿cómo estás? —Besó mis labios y no dudé en corresponderle. Me hacían tanta falta sus besos. Se presentó ante mi amigo y cuando vio a Mandy, la examinó de pies a cabeza y viceversa—. ¿Y tú eres? —Flaca, ella es Mandy. Compañera de clase y una gran amiga. —Tragué grueso cuando vi en sus labios formarse una sonrisa. Mandy miró a Stefanía con cierto mie-do. Como si realmente le temiera. Era absurdo, pero en parte la entendía. Decidí cambiar el tema—. ¿Qué te trae por aquí, mi vida? —Se me ocurrió que almorcemos fuera de casa. Pero no sé, si estás muy ocupado, mejor lo dejamos para otro día y…   —Flaca, por Dios, ¿cómo voy a resistirme a la idea de almorzar con mi princesa? —Ella sonrió, y yo por dentro estaba que me moría de vergüenza—. Mas bien, Mandy me pidió el favor de que la acompañara al médico y justo le explicaba que te prometí que iría a almorzar en casa contigo, ¿cierto, Mandy? —Sí, así mismo, es... —murmuró mi compañera—. Entonces tú eres… —Stefanía, claro. La esposa de este galán. —contestó Stefanía con una enorme sonrisa de victoria en sus labios. Varios de mis compañeros la miraron como si fuera algo comestible, y eso me desagradó en demasía. No soportaba tanto descaro. Ella no les dio importancia, y eso me alivió. Sin decir nada más, me tomó de la mano y caminamos hacia un mesón lejos del grupo—. Hay algo que debo hablar contigo. —¿Ah sí? —pregunté en un susurro—. ¿Qué haces aquí? —Ella suspiró, gesto que me confundió aún más. Con una sola mirada, supe que algo le pasaba. Tenía tantas preguntas que hacer y no sabía por dónde empezar. De todos modos, no hizo falta que hablara. Stefanía me pidió que me sentara frente a ella, sacó el celular del bolsillo de su suéter y me mostró el mensaje que recibió. Una persona con muy malas intenciones, le escribió a mi novia alegando que yo le era infiel. El mensaje que acompañaba a la imagen fue muy claro: "Mientras tú estás en casa, él te engaña con otra. ¿No piensas hacer algo al respecto?" —¿Quién hizo esto? Juro que, si lo descubro, le haré recordar el día que nació. Es más, deseará no haber nacido—aseveré. El enojo corría por mis venas. —Hey, no. Cálmate. Tú no eres así, José Miguel. Respira hondo. —Tomé aire y lo expulsé varias veces hasta que logré controlarme—. Hace varios días que recibo estos mensajes, no te lo había dicho, por quise venir a hablar contigo al respecto. —Sabes que no es el mejor lugar para esto, ¿verdad? Dime que lo sabes —Asintió. —Estoy consciente de que venir hasta aquí no fue la mejor idea que se me pudo ocurrir, José Miguel, pero en-tiéndeme, ya no podía dejarlo pasar. Mira, yo mejor me voy y hablamos más tarde. —Negué con la cabeza—. Entonces, ¿qué quieres para nosotros? —¡Coye, que de una vez arreglemos esta situación, Stefanía! Eso es lo que yo quiero, ¿sabes? —Ella quedó en silencio de nuevo—. Mira, te lo diré una sola vez y espero quede bien claro: Sea quien sea la persona que me espía y te manda esos mensajes, claramente no tiene buenas intenciones. Te explico lo que pasa con Mandy para que las dudas se aclaren. Ella es una de mis mejores amigas, sabe que estoy comprometido y que solo la veo como amiga. Está pasando por una situación terrible, sus padres se están divorciando y, como si no fuera suficiente, aparentemente tiene cáncer. Como amigo, debo solidarizarme con ella. —Ok, entiendo lo de Mandy y me compadezco de ella, pero, ¿quién te garantiza que no esté enamorada de ti? —Sé que lo está, por eso mismo le dejé las cosas claras, Stefanía, ¡por amor a Dios! —Arrugó los labios—. ¿No me crees? —Claro que te creo, José Miguel. —contesté sin titubeos. Suspiré, él me miró confundido—. Me molesta que tantas mujeres te tengan el ojo puesto y tú no hagas nada al respecto, amor. —confesó. La miré por unos minutos, luego desvié la mirada hacia su mano izquierda. —Para que yo te pidiera matrimonio, me debatí primero por varios días. Pero, por sobre todas las cosas, estaba seguro del amor que te tengo. Eso no lo dudé ni un segundo, como tampoco cuestioné que juntos podemos afrontar cada situación difícil que venga a nuestra vida. —murmuré, a la vez que tomaba su mano—. No me interesa el resto. A todas las que me escriben o me piden el número, les dejo claro que no quiero nada con nadie más, que ya estoy comprometido. Y si no me quieres creer, puedes verlo tú misma. —Le mostré el celular. Ella lo rechazó y me miró. —¿Te he dicho que eres el novio más bello del mundo? —preguntó, cambiando el tema de la forma más drástica posible—. Yo no desconfío de ti, sino de ellas. De esas que se acercan echas las tontas, son las más peligrosas. Esas son unas bestias. —Lo sé. Y ya te dije que no me interesan. Con ignorarlas, me basta. —Bueno, si tú lo dices, está bien, mi amor… Con respecto a los mensajes, ¿qué vamos a hacer? Es evidente que nos conoce a los dos, o al menos a mí. Esa es mi teoría, pues. —planteó ella. Sacudí la cabeza, desesperado. No se me ocurría ninguna persona que pudiera hacer algo así. bueno en realidad sí, solo que no estaba seguro para afirmar que él era el autor intelectual —. ¿Y si revisas la agenda de tu celular? Digo a ver si tienes el número en tus contactos, no sé. —Coye sí, es una buena idea, vale. —admití. Saqué el celular de mi pantalón y busqué el número. Lo siguiente que ocurrió fue decepcionante. Debía ser fuerte para procesar lo que mis ojos acababan de ver. Stefanía preguntó si todo estaba bien. No podía mentirle, ella me conocía muy bien. Insistió al ver que yo no respondí a su preocupación. Le mostré el celular. Ella lo tomó entre sus delicadas manos. Sus ojos tan oscuros como el café se abrieron de par en par. Yo, por mi parte, me preguntaba qué hice para merecer tal traición. Stefanía sabía que yo no estaba bien, que me afectaba la ingratitud de mi mejor amiga. —¿Qué piensas hacer al respecto? —cuestionó mi novia. Suspiré y hundí mi cabeza entre mis brazos cruzados sobre la mesa—. Creo que lo mejor es que regreses a casa, José Miguel —opinó. —Sí, la verdad no quiero verle la cara a esa traidora. —escupí con ira. Me pidió que mantuviera la calma, que no podía hacer afirmaciones sin conocer las principales razones por las que esta persona hizo semejante barbarie—. Stefanía, por favor, ¡tú misma lo viste! —Me quejé. Estaba muy molesto. —Luego hablamos de eso, amor, vamos a comer. —Depositó un corto beso en mi boca, dejándome con ganas de más. En efecto, regresé a casa y le avisé a Gustavo para que luego me pasara los apuntes. Durante el camino, Stefanía no hizo mención de lo ocurrido. Se lo agradecí. No quería saber nada más de Mandy. Lo más cumbre es que la llamada telefónica que recibí después de retirarme, era de ella. No atendí, a sabiendas de que el teléfono reventaría en algún momento. Decidí apagarlo. Stefanía detuvo el Audi en La Casa Bistro. Indagué sobre ello, me aseguró que no quería cocinar, lo que me hizo reír a carcajadas. Ella sonreía. —Esa es la actitud que me gusta. —aseguró antes de bajarnos del Audi—. Nunca dejes de sonreír, ¿ok?
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