"Emilia"

1876 Words
El cálido sol resplandece en el azul cielo de la ciudad, donde las campanadas de una iglesia resonaban anunciando la boda del año, dos de las familias más acaudaladas se fusionaban gracias al matrimonio de sus hijos. La lujosa limosina negra lleva a una hermosa mujer de rostro afligido y casi desesperado, revestida con un fino vestido blanco, zapatos de tacón y lleva en su cuello un collar de diamantes, lo suficientemente valioso como para huir y vivir su vida sin problemas. Su mirada permanece fija en el estruendoso caos vehicular desatándose a través de la ventana del vehículo, como si fuese otro mundo para ella. Al que teme, uno desconocido y lleno de incertidumbre… “Ante los ojos de los demás siempre fui afortunada, lo tenía todo excepto lo más importante: el amor verdadero de mis progenitores. Sin embargo el cariño que tanto anhelé lo recibí de aquellas personas que a diario cuidaban de mí, de la señora de limpieza, del chofer y hasta de la cocinera. Y ahora debo casarme por orden de mi padre, porque para él, Adam no era más que un muerto de hambre, un hombre sin valor sin dinero ni fortuna para ofrecerme una vida insulsa pero llena de lujos, que él consideraba adecuada para su hija.” Lo difícil de escapar, sería encontrar un lugar en el mundo donde pueda estar segura y a salvo de todo el problema a punto de desencadenarse por su terrible decisión: definitivamente no quiere casarse. No con ese hombre, no por dinero y mucho menos por obligación; no cuando ella ya tiene a alguien especial. — Señorita Ursula –la ventana de conexión con el chofer se abrió- ni lo intente –le recomendó con lastima el viejo chofer al ver a la joven a punto de abrir la puerta del carro en movimiento- su padre ha puesto una seguridad especial tras usted –indicó señalando con su barbilla los autos detrás de ellos a través del espejo retrovisor- si salta solo se lastimaría al caer. Los ojos de Ursula se llenaron de lágrimas por la impotencia al no poderse negar a aquellas circunstancias, dejando caer varias lágrimas por su mejilla aunque eso pudiera malograr su perfecto maquillaje. Le importaba un pepino su maquillaje, la ropa y todo acerca de esta maldita boda, pero no tenía más opción que considerarla como la solución momentánea, después de todo, aquella familia había aceptado ciertas excentricidades de la joven. — Dionisio, por favor ayúdame –rogó la joven. — ¿Cómo podría serle de ayuda señorita? –le habló con cariño el longevo hombre, observando por unos cortos segundos el lloroso rostro de la jovencita rubia a través del espejo retrovisor. Dionisio tenía una vida trabajando para la familia Del Castillo y conocía perfectamente a Ursula, la joven era muy querida por todo el personal de servicio gracias a su bondadosa forma de ser. Y aunque quisieran ayudarla, ellos eran simples empleados a su servicio sin una posibilidad de hacer más por la niña de sus ojos. — Te entiendo –soltó Ursula con voz quebrada- una imprudencia de mi parte y tu vida estaría arruinada. Pero desde hoy trabajarás para mí, necesito de tu ayuda yo… yo estoy embarazada –confesó acariciando su fajado vientre sobre el vestido y con mucha determinación en su voz. Dionisio, un canoso de piel oscura, frenó intempestivamente el auto pero rápidamente reaccionó y avanzó hasta el lugar más próximo para estacionarse. La noticia lo dejó impactado, si aquella familia se enteraba del estado de Ursula, la vida del niño acabaría junto a la del mismísimo joven que cometió aquella aberración con ella. Así de crueles y despiadados eran sus padres… El auto se detuvo y aquellos autos siguiéndolos también lo hicieron, acercándoseles varios hombres vestidos de n***o, a los cuales Dionisio solo les pidió unos segundos para reajustar el semblante de la chica. — ¿Cómo es posible eso? Si su padre se entera, usted… -el hombre estaba pálido, no podía pronunciar esa palabra… solo traería más tragedia a la vida de Ursula. — Lo sé, pero no puedo permitirlo –habló decidida, todo su cuerpo temblaba, tenía las manos pálidas y frías… tenía miedo pero no lo demostraría- está decidido, tú y toda tu familia vendrán conmigo. La mirada de Ursula se tranquilizó y volteo su atención hacia la ventana sin decir ni una sola palabra más, a Dionisio solo le quedó avanzar ante la orden de la joven y llevarla a su fatídico destino. Al llegar, Ursula limpia sus lágrimas y respira profundamente reajustando su semblante, notando como aquella puerta se abre ante sus ojos y deja ver que lo perfecto de su mundo nunca la hizo feliz, aquella ostentación de lujo y riqueza nunca la llenó de amor; y no cambiaría nunca. Caminó del brazo de su orgulloso padre hasta el altar, donde la esperaba Santiago Montoya, un hombre (solo un par de años mayor) sin una pizca de amor, con la mirada altanera y egocéntrica, orgulloso de lo que su dinero había podido comprar: una bella esposa para presumir. La ceremonia marchó sin contratiempos, un “sí, acepto” brotó de sus sonrientes labios para sorpresa de sus progenitores y de todos los presentes, sin sospechar realmente los pensamientos atormentando la cabeza de Ursula. Aquella noche, como estaba acordado, ella caminó de la mano de su esposo hasta la suite del hotel para sellar aquel pacto, no podía evitar sentir repulsión por ser tocaba por un hombre diferente y sin amor. Los besos de Santiago no lograban relajarla y mucho menos excitarla, el cuerpo de Ursula estaba tenso resistiéndose a cada caricia, a sentir esas manos recorriéndola con deseo al tratar de quitar la ropa cubriéndola, trataba de controlar la repulsión de sentir su erección rozando sus muslos interiores en un ardiente golpeteo sugerente a que necesitaba más que eso para estar satisfecho. — Vamos, relájate –susurró el castaño con voz fría sobre el oído de la joven- sé que lo disfrutarás, te haré gritar mi nombre mucho más fuerte que ese hombre con el que te revolcaste -soltó con arrogancia estirando una media sonrisa frente al rojo y ofendido rostro de Ursula- nena… no puedes negar que no eres virgen. “Solo será una noche” se dijo apretando sus puños para proyectar orgullo y tranquilizarse, él no lograría ofenderla con sus estúpidas palabras machistas. — Si lo sabes, bien. Quiero hacerlo rápido y con ropa Levantó su mentón y aún con su cuerpo tembloroso jaló del rostro de su esposo para callarlo y terminar de una maldita vez con esto. Solo le permitió quitarle el vestido, dejando aquel ajustado corset ocultando su vientre de casi cinco meses, uno que por ser demasiado delgada no se podía percibir. No había ni amanecido por completo cuando Ursula ya estaba lista para marcharse. Hizo una llamada a recepción confirmando su salida y al chofer esperando por ella, bajó tan rápido como pudo sin mirar a Santiago ni dejar absolutamente ni una nota o cursilería para informarle de su proceder. Después de todo, él y toda su familia estuvieron de acuerdo en que ella se marchara por un tiempo a las afueras de la ciudad, para solucionar algunos inconvenientes relacionados a su bohemia y extravagante vida de soltero. Un inconveniente con rostro y nombre: Grace Acosta, una hermosa modelo de Passarella que al parecer no llegaba a satisfacer las exigencias de su familia y por ello, lo obligaron a casarse. Ursula escogió una casa lejos de la civilización donde no llegaba ni una sola señal, pero el clima era perfecto y tenía las comodidades necesarias para sentirse en paz por un tiempo; sobre todo era el lugar donde su madre jamás se atrevería a pisar. Una mujer como Dennis Roig jamás pondría un pie en aquel lugar, ella, una mujer derrochando glamour, lujo y elegancia, mujer de élite, jamás ensuciaría con lodo sus zapatos PRADA, GUCCI y CHANEL. No ella, que caminaba bajo blancas alfombras con una copa de champagne, ella que disfrutaba un plato de “caviar Almas” en su desayuno y solo asiste a lugares donde la langosta parece ser el plato más sencillo. Tres meses pasaron y la joven de veinte años pasaba por un complicado embarazo. Dionisio buscó a una de las parteras del pueblo, esas mujeres comadronas llenas de experiencia adquirida por los años dedicados a traer niños al mundo; y la llevó a casa haciéndole jurar que nunca diría nada de lo que sucedería en aquel lugar a cambio de una buena cantidad de dinero. Aquella fría noche con solo ocho meses y pesando 2.500 gramos, una hermosa bebé vino al mundo. Pequeña, luchadora y con muchas ganas de vivir. — Es una hermosa niña –le dijo la partera a Ursula, escuchándose su fuerte llanto de fondo. Ursula estaba tirada sobre la cama bajo la tenue luz amarilla del dormitorio, jadeante por aquel esfuerzo físico desgastante y al mismo tiempo gratificante. Escuchar el llanto de la pequeña le daba valor a todo. — Mi niña –susurró con la mirada llorosa al recibirla- te llamarás Emilia mi “amable y luchadora” pequeña Por el rostro de Ursula cayeron lágrimas, mezclándose con el sudor perlando su rostro. Admirando la belleza de la pequeña, sintiéndose culpable por traerla a un mundo de carencias, de apariencias y dolor, un lugar donde ella viviría sola, sin su verdadera madre al lado. Arropó a la pequeña sobre su cuerpo con unas telas adquiridas en el pueblo, unos harapos a comparación de las finas telas cubriendo a Ursula. Eran señales que nadie pudo distinguir, señales que describían el futuro de la pequeña. […] Un mes pasó rápidamente y las malas noticias llegaron de inmediato, requerían la presencia de Ursula en la ciudad, su tiempo se había acabado. — Julieta, de ahora en adelante serás la madre de mi preciosa Emilia –Ursula lloraba sosteniendo a su hija en sus brazos, acariciando incansablemente de su manito. El corazón se le rompía en mil pedazos al abandonar a su pequeña, su estado no era bueno y presentaba algunas complicaciones respiratorias, propias de un prematuro. Analizó aquella marca en forma de corazón a la altura de su clavícula en el lado izquierdo y susurró — Volveré por ti, lo prometo. “Emilia Martínez” Ursula entregó a la pequeña a Julieta y caminó sin mirar atrás, subió al auto donde las maletas ya estaban listas al igual que Dionisio y su esposa Clara. Quienes también abandonaban a su hija con una bebé recién nacida inscrita ante la ley como suya aunque no se pareciera en nada a ella. Julieta una mujer de 24 años, morena, de cabello y ojos n***o azabache, se convirtió en la madre de una niña de tez blanca, con un mechón de cabello rubio y ojos avellana verdosos, algo tan difícil de creer. Emilia viviría desde ese día en aquel pueblo, lejos de la ciudad y de toda la maldad de la familia de su verdadera madre, sin conocer la verdad de su procedencia ni de los genes corriendo por su sangre. Su vida no estaría llena de lujos, pero sería una niña libre y feliz. Según palabras de su propia progenitora.

Great novels start here

Download by scanning the QR code to get countless free stories and daily updated books

Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD