Capitulo 5

2489 Words
Eve Era una pesadilla. No, tacha eso. Era peor. Porque de una pesadilla te despiertas, te sacudes el miedo y sigues adelante. Pero esto… esto no tenía escapatoria. La única forma de salir de esta situación era renunciando, y eso no iba a suceder. ¿Cómo…? Dios. Si alguien me lo preguntara, sí, ayer hui como una cobarde. Apenas vi su rostro, mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro. Bajé a mi piso, tomé mi bolso y salí de ahí como si el maldito infierno me persiguiera. Aarón. El idiota, engreído y arrogante Aarón. Pero no era cualquier Aarón. No. Era Aarón Warner. El hijo de los dueños del bufete en el que justo ayer había empezado a trabajar. Y eso, de alguna manera retorcida y cruel, lo convertía en mi jefe. Joder. Joder. ¿Qué demonios iba a hacer ahora? Bueno, tal vez no era tan grave. Tal vez él tampoco querría hacer esto más incómodo de lo que ya era. Después de todo, lo habíamos dejado claro; aquella noche no significaba nada. Un encuentro fortuito. Una coincidencia que nunca más volvería a repetirse. Un error que no volvería a repetirse. Así que, en teoría, éramos dos desconocidos. Sí. Eso era lo que éramos. O al menos, eso era lo que me iba a repetir hasta creerlo. La voz de la chica del mostrador me sacó de mis nefastos pensamientos y me arrastró de vuelta a la realidad. —¿Qué va a llevar? Parpadeé un par de veces, enfocándome en ella. —Café n***o, fuerte y sin azúcar. —Entendido. En la caja le cobrarán— dijo con amabilidad—. Muchas gracias y que tenga un buen día. —Gracias. Buen día para ti también. Me dirigí a la caja, pagué y, mientras esperaba mi pedido, respondí algunos mensajes. La mayoría eran de mis padres, preguntando cómo me estaba yendo en mi segundo día en el bufete. Navegué un poco por las r************* ; mi prima Sloane, como siempre, estaba publicando historias en i********: sobre su último viaje. Cuando mi café estuvo listo, lo tomé y salí de la cafetería. Todavía tenía diez minutos de margen antes de empezar mi jornada. Pero al llegar a la esquina, lo vi. ¿Por qué demonios tenía que ser tan desagradable? Aarón Warner estaba fuera de la vista de la mayoría, semi oculto en un callejón, arrinconando a lo que parecía ser una mesera de la misma cafetería de la que yo acababa de salir. Y no solo eso: prácticamente le estaba metiendo la lengua hasta la garganta. Asqueroso. Un escalofrío de repulsión me recorrió la espalda. Iba a girarme y salir de ahí, pretendiendo que no lo había visto, pero entonces sus ojos se encontraron con los míos. Un segundo. Dos. Su expresión cambió, y algo parecido a una sonrisa burlona apareció en su rostro. Casi salí corriendo en la dirección opuesta. Lo último que me faltaba era que me acusara de acosadora o de estar espiándolo. Sacudí la cabeza y entré al edificio. Tomé el ascensor hasta mi piso, un espacio amplio donde trabajaban los abogados senior. Respiré hondo antes de dirigirme a mi oficina, intentando sacudirme el asco y la incomodidad que Aarón al parecer lograba provocarme. Dejé mi bolso en la silla y encendí la computadora, enfocándome en lo importante: este era el trabajo de mis sueños. Nada ni nadie iba a cambiar eso. Pero, al parecer, el karma tenía una deuda pendiente conmigo. La puerta se abrió sin previo aviso, y ahí estaba él, apoyado contra el marco como si fuera dueño y señor de todo el maldito lugar. —Buenos días, dulzura— murmuró, cerrando la puerta tras de sí. Mi paciencia estaba pendiendo de un hilo. —¿Qué quieres? —Esa no es forma de recibirme— se quejó con fingida decepción—. ¿Acaso este comportamiento hostil es porque me viste hace un rato con otra mujer? ¿Estás celosa, dulzura? Rodé los ojos con fuerza. —Después de verte meter la lengua en la garganta de esa chica, lo único que sentí fueron ganas de arrancarme los ojos. Así que no, no te creas tan especial. Su sonrisa se ensanchó. —¿Qué haces aquí? — preguntó con fingida incredulidad—. ¿Me estás siguiendo? ¿Vas a chantajearme por la noche que pasamos juntos? Mi paciencia se hizo trizas. Me puse de pie de golpe, apoyando los puños sobre el escritorio. —Vete. Él imitó mi postura, acercándose apenas un milímetro más, pero lo suficiente para que notara la tormenta que se agitaba en sus ojos grises. —Respóndeme— ordenó con voz baja y cortante—. Porque déjame decirte que es mucha coincidencia que, una semana después de tener sexo contigo, aparezcas aquí, en mi bufete. —Es el bufete de tu padre— repliqué con frialdad. —Semántica. Responde. Su tono ya no tenía ni una pizca de diversión, y eso solo me enfureció más. —Pero ¿quién demonios te crees? No eres más que un maldito arrogante, presuntuoso y malcriado. Sus labios se curvaron en una sonrisa peligrosa. —Cuida tu boca, Eve. —No te respeto, así que no, paso— espeté, ardiendo de rabia—. En dos minutos me has llamado oportunista y acosadora. Pero déjame aclararte algo: no tenía ni idea de quién eras hasta ayer. No te debo ninguna explicación, pero la daré de todos modos. Este es el trabajo de mis sueños, y llevo cuatro años matándome para lograrlo. Y escúchame bien, ni tú ni nadie, me lo va a quitar. Se hizo un breve silencio. Su mandíbula se tensó. —No podemos estar en el mismo lugar— dijo en voz baja—. Me detestas, te detesto. —Sí, lo hago. Pero sé un hombre adulto y lidia con ello. No me agradas, no quiero que lo hagas, y preferiría no haberte cruzado en mi vida. Pero resulta que eres el hijo de uno de los mejores abogados que conozco, y trabajas aquí. Di un paso atrás, alzando el mentón. —Y este es mi sueño. Y, como dije, nada ni nadie me hará renunciar a él. Justo cuando Aarón abrió la boca para replicar, la puerta se abrió de golpe. Adrián Warner, el mismísimo dueño del bufete, entró con su teléfono en la mano, ajeno a la tensión en la sala. —Eve, qué bueno tenerte con nosotros— dijo con una sonrisa antes de mirar a su hijo—. ¿Qué haces aquí? Aarón adoptó su pose despreocupada de siempre. —Escuché que había un nuevo pasante y pensé en pasar a darle la bienvenida a la empresa. —Fantástico. Si no se ha presentado, ella es Eve Kingston, la mejor de su clase— me elogió sin darse cuenta de lo irónico que era ese comentario en este contexto—. Eve, él es Aarón, mi hijo y uno de los abogados socios de la firma. —Se ha presentado, señor. Gracias. —Perfecto, entonces. Espero que se lleven bien y trabajen en equipo— nos miró a ambos con expectativa antes de depositar una pila de documentos sobre mi escritorio—. Necesito que revises estos papeles. En la primera página están las instrucciones. Luego se giró hacia Aarón. —Ven conmigo. Tenemos que hablar de un posible nuevo caso. Aarón me sostuvo la mirada un segundo más, sus ojos grises como tormentas sin tregua. Por un instante, pareció que iba a decir algo, que su lengua formaría palabras afiladas o, tal vez, algo más letal: un reconocimiento tácito de que todo lo que acababa de suceder entre nosotros no se quedaría en esta oficina. Pero en lugar de eso, su mandíbula se tensó. Giró sobre sus talones y salió detrás de su padre sin dignarse a mirarme otra vez. La puerta se cerró con un leve clic, y solo entonces solté el aire que, al parecer, había estado reteniendo. Genial. Esto iba a ser un auténtico infierno. El resto del día transcurrió en un borrón de voces, documentos y conversaciones a medias. Después de entregar el informe que Adrián Warner me había solicitado, conocí a algunos de los abogados de la firma. Marie y Edward me pidieron ayuda con la clasificación de documentos relacionados con un caso de desfalco bancario, y me sumergí en ellos con el mismo entusiasmo con el que alguien se lanza al mar tras días en el desierto. Amaba esto. Cada segundo. Cada página que revisaba, cada dato que absorbía, cada explicación que me daban. Podía sentirlo; el engranaje de mi mente girando con más velocidad, el ansia de aprender quemándome bajo la piel. Este era el sueño por el que había trabajado sin descanso durante los últimos cuatro años. Y no pensaba permitir que un idiota arrogante y presuntuoso como Aarón Warner lo arruinara. Cuando la oficina empezó a vaciarse, me di cuenta de la hora. Ocho de la noche. Guardé mis cosas, apagué la computadora y tomé mi bolso antes de salir al pasillo. El edificio estaba en silencio, solo interrumpido por el lejano murmullo de conversaciones en algunas oficinas. Caminé hasta el ascensor y presioné el botón. Las puertas se cerraron, aislándome del mundo exterior por unos instantes. Entonces, mi teléfono vibró dentro del bolso. Fruncí el ceño y lo saqué. Número desconocido. Al desbloquear la pantalla, me encontré con un mensaje que logró que la rabia me recorriera la espalda como un latigazo. "No te metas en mi camino y quizás tengas suerte y me olvide de que existes. Estoy seguro de que no será muy difícil de hacer." Un escalofrío me recorrió la piel, pero se evaporó rápidamente en cuanto mi enfado tomó el control. ¿En serio? ¿Eso era lo mejor que podía hacer? ¿Amenazarme pasivo-agresivamente por mensaje de texto como si fuéramos adolescentes en una pelea tonta? Rodé los ojos y bloqueé el número sin molestarme en responder. No iba a perder ni dos segundos de mi vida en ese juego infantil. Cuando el ascensor llegó a la planta baja, guardé el teléfono en mi bolso, levanté la barbilla y salí del edificio con paso firme. No iba a retroceder. No iba a ceder. Este era mi lugar, mi oportunidad. Y si Aarón Warner quería convertir esto en una guerra, estaba lista para luchar. Una hora y media después, tras una interminable batalla con el tráfico, finalmente le pagué al taxista y bajé del auto con un suspiro cansado. La ciudad seguía vibrante, las luces de los edificios reflejándose en los charcos de la acera, y el murmullo de la vida nocturna flotando en el aire como un eco lejano. Subí a mi apartamento y cerré la puerta con un leve clic, permitiéndome exhalar el peso del día. Mis tacones fueron lo primero en salir. Los dejé caer con un golpe sordo sobre el piso de madera y flexioné los dedos de los pies, disfrutando de la libertad. Me dirigí a la cocina sin encender las luces. Solo la tenue iluminación de la ciudad bastaba. Saqué una copa de cristal y la llené de vino hasta casi el borde, sin importarme que fuera martes o que, en teoría, no bebiera entre semana. Lo necesitaba. El líquido rojo profundo brilló bajo la luz de la nevera cuando la cerré. Me quedé unos segundos con la copa entre los dedos antes de caminar hacia el baño. Abrí el grifo del agua caliente y observé cómo la bañera comenzaba a llenarse, el vapor elevándose lentamente, envolviendo el espacio en un reconfortante calor. Agregué sales de baño y unas gotas de jabón aromatizado de vainilla. El perfume dulce y cálido impregnó el aire de inmediato, relajándome un poco más. Con movimientos automáticos, me deshice de la ropa, dejándola caer descuidadamente en el suelo. Me até el cabello en un moño alto y, sin pensarlo mucho, me sumergí en el agua. El calor me envolvió al instante. Un escalofrío recorrió mi espalda antes de que mis músculos comenzaran a aflojarse, soltando la tensión acumulada. Cerré los ojos. Por unos minutos, solo existió el sonido del agua chapoteando suavemente y mi respiración lenta. Cuando sentí que la presión en mi pecho se disipaba un poco, me incorporé y llevé la copa de vino a mis labios, dejando que el líquido me quemara suavemente la garganta. Este es el trabajo de mis sueños Me repetí esas palabras en mi mente mientras giraba la copa entre los dedos, observando el reflejo de la luz en el vino oscuro. Voy a cumplir mi sueño. Voy a convertirme en una abogada prominente. Voy a volver a Inglaterra con la cabeza en alto. Las palabras flotaban en mi mente como un mantra, una promesa. El problema era que, a pesar de que lo decía con convicción, la voz de Aarón Warner seguía resonando en mi cabeza. “No te metas en mi camino.” Rodé los ojos y terminé el resto del vino de un solo trago, dejando la copa en el borde de la bañera. No pensaba meterme en su camino. Pero tampoco iba a permitir que él se metiera en el mío. Cuando el agua se enfrió y la sensación reconfortante desapareció, salí de la bañera con un suspiro. Alcancé una toalla esponjosa y me envolví en ella, frotando la piel hasta secarla. A pesar del calor del baño, un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando mis pies descalzos tocaron el suelo frío. Fui a mi habitación y abrí el cajón donde guardaba mis pijamas favoritos. Elegí el más suave y cómodo que tenía; una camiseta amplia y unos pantalones de algodón que parecían abrazarme. No me importaba que estuvieran un poco desgastados; esta noche solo quería sentirme cómoda. Caminé descalza hasta la cocina, encendiendo la luz con un leve clic. Abrí la nevera y saqué el recipiente con la comida que había sobrado de la noche anterior. La coloqué en un plato y lo metí al microondas. El zumbido monótono del aparato llenó la cocina mientras yo me quedaba allí, apoyada contra la encimera, con la mirada fija en la pantalla que contaba los segundos. Pero mi mente estaba lejos. Pensaba en el día. En Aarón Warner y su maldito mensaje. En lo mucho que amaba este trabajo, pero en lo difícil que sería si él se interponía. El pitido del microondas me sacó de mis pensamientos. Parpadeé un par de veces antes de abrir la puerta y sacar el plato caliente. Lo coloqué en una bandeja junto a un vaso de agua y me dirigí a la sala. Encendí la luz con un movimiento distraído y abrí mi laptop. La pantalla iluminó el espacio con un resplandor frío mientras esperaba a que los programas cargaran. Tenía tareas que entregar mañana. Respiré hondo y tomé el primer bocado de comida, apenas registrando el sabor. Era mi sueño. Pero nadie dijo que sería fácil.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD