Capítulo 1

2410 Words
    ― La Compañía Aérea Wolling se complace en anunciarle que ya hemos aterrizado ― hablan desde la cabina y reconozco la voz de mi más reciente víctima, porque hablemos claro, eso es lo que ha sido, otra simple presa que ha saciado mis ganas momentáneas, porque mi hambre es demasiado voraz.      ― Le deseamos que nuestro servicio haya sido de su agrado y que tenga un feliz viaje ―. Sonrío para mí poniéndome en pie dándole a mi copa en último trago.      ― Me has quitado a mi prometido … ¡Perra! ― gritan por el sistema de sonido y es la chica que nos vio salir, tomando mi bolso de mano me apresuro hacia la puerta, escapando antes de que el infierno se desate en este avión, porque es obvio que no se va a quedar así.      ― Un gusto compartir a tu prometido ―. Paso cerca suyo y sus compañeras la sostienen a tiempo antes de que se me venga encima.      ― ¡Zorra! ― grita a todo pulmón con las turbinas apagadas, en el andén varias personas se nos quedan viendo ―. ¡Nos íbamos a casar, pero lo has engatusado! ― Patea el suelo como niña pequeña dando un berrinche porque le han quitado su caramelo.      Ruedo los ojos ya cansada de tanto drama ―. Tranquila, algún día tendré mi propio novio y no volveré a usar el tuyo en el próximo vuelo, ¡egoísta! ― La miro de arriba abajo y sus ojos se llenan de un llanto que pronostico será profundo, así que me alejo a todo lo que puedo antes de que comience y me lo tenga que coger de nuevo delante de la pobre.           ¡Por Dios, qué tanto drama por dieciocho centímetros!      Termino de bajar las escalerillas mientras traen mis maletas, el aire frío de la pista privada de aterrizaje me eriza la piel y eso que vine bien preparada. Supongo que nunca es demasiado cuando estás en Alaska.      Ignoro las ganas de ir al baño porque las de llegar a resguardo las supera y ni loca me vuelvo a subir al avión. El chofer del auto abre las puertas para mí y observo con asombro cuánta amabilidad, no sabía que a las secretarias del señor Wolling las trataban de esta forma.      ― Un gusto tenerla conmigo señorita Elinton ― me habla el hombre de unos cincuenta años en el que su uniforme dice Will.      ― Igualmente Will ―. Me acomodo dejando que me lleve hacia donde pasaré la mayor parte del tiempo, y si me tratan como hasta ahora me quedaré a vivir. No entiendo por qué renuncian tanto. Son unos flojos hoy en día, seguro la tapicería no les gustó o el hielo estaba poco frío.      Nos acercamos a la carretera y mirando por la ventanilla me dejo ir por el paisaje que me traslada a la belleza del lugar, aunque afuera dice que la temperatura está a cuatro grados. El auto nos lleva a través de las montañas y ya me estoy preocupando, porque esto luce cada vez más intrincado y nadie me habló nada de vivir en un monte.      ― ¿Está seguro de que vamos por el camino correcto? ― no puedo evitar peguntar.      ― Claro señorita, yo me he encargado por años de llevar y regresar a las secretarias ―. De acuerdo, eso sí que es interesante.      ― Entonces, Will ―. Cruzo las piernas y me inclino hacia adelante buscando infundir camaradería ―. ¿Por qué han renunciado?, ¿es que el señor Wolling tiene alguna clase de enfermedad, o ya sabe, es esa clase de jefes gruñones? ― Sonrío sacando todo lo mejor de mí que puedo hacer con tres libras de suéter encima ocultando mis atributos.      ― Eso lo descubrirá muy pronto ― corta la conversación subiendo el cristal de privacidad y me parece un gesto muy mal educado.      ¿Desde cuándo en el trabajo no se cuchichea ni se cuentan chismes?      Pues ni modo, tendré que soportar la espera hasta que lleguemos a donde sea que estemos yendo.      Me reclino en el espardal acomodándome mientras el cielo se vuelve gris y algunos copos de nieve caen, lucen tan hermosos, perfecto para tener a la mano una cobija y una taza de chocolate caliente.      Mis ojos se cierran ya pudiendo casi saborear la cocoa planeando cuánto malvaviscos le colocaré, dejándome ir en un sueño tranquilo y dulce.      Un sacudión me despierta de pronto y lo primero que veo es el rostro de Will con su nariz demasiado cerca del mío.     ― ¿Qué estás haciendo?, no me gustan viejos ―. Retrocedo en el asiento incorporándome.           ― Disculpe, no quería asustarla, pero estaba dormida muy profundamente y no podía …      ― Sí, ya entiendo ― le corto ―. ¿Qué es lo que sucede? ― Mis ojos aún no consiguen concentrarse en mi entorno, pero no es que el excesivo color blanco lo permita, porque por más que lucho por ver, todo lo que distingo es nieve a mi alrededor.      ― Ya ha llegado, hasta aquí voy yo ―. Will sonríe saliendo del auto dando un portazo.      Creo que no he escuchado del todo bien, ¿o sí?      Miro por todos lados y las cosas no han cambiado, pues, definitivamente este hombre perdió el juicio, porque aquí no es en donde debe dejarme. Toco la ventanilla, pero no me escucha o me está ignorando a lo grande, así que abro la puerta y una ventisca helada impacta contra mi cuerpo cálido. Cierro nuevamente y tomo lo guantes poniéndomelos junto a un abrigo, la bufanda, el gorro, las orejeras y todo lo que veo.      Entonces vuelvo a abrir la puerta y al colocar el primer pie fuera ya me estoy jodiendo del puto frío ―. Tiene que estar de broma ―. Lo miro fijamente y el hombre niega colocando delaten de mí las maletas.      ― Me ordenaron traerla hasta aquí, y así lo he hecho ―. Pasa por mi lado y entro en shock de solo imaginar que me quedare aquí, en medio de la nada.      ― ¿Pero el señor Wolling mandará a alguien por mí? ― Sonrío con la esperanza que muere tras su carcajada.      ― Un consejo, si espera que eso pase estará congelada para cuando descubra la realidad ―. Abre la puerta huyendo de mí.      ― ¿Entonces qué debo hacer? ― Abro los brazos señalando la gran nada que hay a mi alrededor.      El hombre se vuelve y me observa apenado, y entonces respiro viendo una gota de misericordia en él ―. Camine por esa colina hasta que vea una luz, entonces apúrese a entrar en ella.      ― ¿Acaso no hay que huir de la luz?, eso decía mi abuelita ― replico y él se monta en el auto poniéndolo en marcha alejándose.      ― Por favor, estos zapatos no están hechos para esto ― grito al viento ya que se ha ido.      Caigo en cuenta por completo de mi estado, estoy sola, en medio del bosque, con dos maletas más grandes que yo y un par de zapatos que casi cuesta un mes de mi salario que compré para dar una buena imagen en mi primer día laboral.      ¡Esto no puede estar pasando, no me puede estar pasando!      Pero nadie responde a mis quejas, así que tomo las maletas y comienzo a caminar con ellas lidiando con la nieve que sobrepasa mis tobillos mojándome las botas. No pasa mucho para que deje de sentir los dedos de los pies y los de las manos, de la nariz no quiero comentar y a mi cabello mejor ni lo mencionamos.     Me puse a dieta estricta y no como más que jugos naturales hace tres días, tengo hambre y estoy cansada y tengo tanto frío que las narchas me duelen.      Que vida tan cruel.      Avanzo un poco más pensando en las posibles razones por las cuales ese hombre sometería a sus empleadas a estas circunstancias, ¿qué le hemos hecho?, ya veo por qué Patricia pidió el despido el mismo día y lucía enferma, con esas minifaldas y pecho descotado debió casi haberse partido un pulmón y congelarse una silicona del trasero.      La loma no parece tener fin y yo solo sigo jalando con desespero mientras mis dedos entumecidos se quejan, un paso más y casi caigo cuando finalmente llego a la cumbre.      Cielo celestial, ¿a dónde he venido a parar?      Cuando dijeron que solo había unas cien personas no estaban de bromas, apenas hay unas cuantas casas de las que apenas se ve algo porque las nieve desde esta altura impide que se distingan. Justo al final está una luz encendida junto a una puerta que se abre y cierra mientras algunos salen o ingresan al lugar.      Entonces canto aleluya porque creo que es un bar, si lo es habrá personas, y si hay personas podré al fin descansar y buscar a alguien que me lleve ante el carbón de mi jefe.      ¿Puedo asesinar a mi jefe antes de conócelo o debo esperar al menos un límite considerable de tiempo? Quizás un segundo o tal vez dos en lo que me caliento.           Doy el primer paso y la cosa se pone fea, porque el tacón se parte y me voy contra el suelo rodando con todo y maletas sin poder detenerme loma abajo. Los murmullos se acrecientan a medida que voy acercándome hasta impactarme con mis propias cosas cuando la carretera aparece.      Me duele todo y cada parte del cuerpo, quiero llorar y siquiera eso puedo hacer porque las lágrimas se me congelan en el momento, quedando en mis pestañas y duele mucho. Ya no puedo soportar un solo segundo más y que tres hombres fuera del local me miren y se rían no ayuda en lo absoluto.      Me levanto como puedo recogiendo los trozos de mi dignidad, si es que queda algo, y tomando mis maletas cojeando entro al lugar haciendo sonar la puerta al pasar por ella, atrayendo la atención de todos en mí, mientras el espejo del rincón me dice el porqué de sus caras de asco y risa.      Estoy sucia, mi piel enrojecida, mi cabello es un desastre y estoy llena de nieve y encorvada por el frío. Como si eso no bastara, el cerrojo de mi maleta más preciada se rompe haciendo que su contenido se esparza por los aires, dejando mi ropa interior a la vista junto a mi colección de juguetes sexuales.      Las carcajadas brotan hasta del anciano de la esquina que se cae por estar tan bebido. Una niña pequeña de unos cinco años toma mi vibrador fluorescente, mirándolo con atención cuando su madre se percata arrebatándoselo, caminando como una fiera hasta llegar a mí, aventándomelo dándome una mirada que deja ver lo que piensa.      No me molesto en recoger las cosas, total, ya todos saben lo que podría haber estado escondido, así que paso por sus lados hasta llegar a la barra ―. Una botella de lo más fuerte que tenga ― pido sin que me importe la mala cara del hombre tras el mostrador, me acerco al fuego y tomando un pequeño asiento extiendo las manos para que se me caliente.      Cuando puedo moverlas es el turno de los pies, quitarme las botas es más difícil de lo que imaginé, así que termino rompiéndolos y dejando al descubierto mis piececitos casi congelados.     Me doy la vuelta dejando que el calor toque mis narchas que bien que lo necesitan, respirando con tranquilidad al sentirlas tibiecitas.      ― Aquí tienes ―. Una señora se acerca trayendo mi pedido que coloca en la mesa ―. Tú debes ser la nueva.      Elevo una ceja grabándome el primer trago que pasa como un elixir hasta llegar a mi estomago vacío.      ― Todas pasan su primera noche aquí ―. No creo entender a lo que se refiere hasta que el flash me siega por la instantánea que una chica de coletas se apresura a secar, caminando hacia la pared en donde una larga colección de ellas está colgada. Allí, justo en ese lugar está la única huella que todas las secretarias han dejado, justo en sus peores momentos, afligidas, cansadas, horrendas, justo como yo.      Elevo el trago hacia donde están las fotos y el siguiente es en nombre de todas ellas, el otro por mí, el que le sigue por Wolling, y para variar, el que le sigue porque se me viene en gana.      En pocos minutos mis maletas están a mi lado con su contenido dentro, le sonrío a la camarera que resulta ser la esposa del tipo de mala cara tras la barra que se llama Bili. Pobre mujer, pero no creo que hubiera mucho para escoger por aquí. Me doy otro trago y para cuando presto atención ya he bebido casi la botella entera, estoy seca y ya las cosas no me parecen tan feas ni ellos tan deplorable.      Un poco de alcohol y el mundo es más bonito.      La puerta se abre dejando pasar por ella una figura alta envuelta en abrigos de piel que cubre por completo su cuerpo, y mantienen en la sobra su rostro. Parece un animal salvaje y ni me preocupo porque si los demás no han corrido es porque muy peligroso no es.      ― Señor Wolling ― le saluda Adria la camarera y con solo escuchar cómo le dice reacciono ―. ¿Quiere algo de beber o le pongo lo mismo? ― Le sonríe y él solo pasa por su lado tomando puesto en la barra, ella se limita a marcharse a la cocina mientras su esposo lo atiende poniéndole la bebida, entonces hago lo más estúpido que he podido hacer en toda mi existencia.      Me pongo en pie y en pleno lugar me quedo mirándolo ―. ¡Wolling! ― grito para llamar su atención, pero no se vuelve ―. Así que usted es mi jefe, me alegra verlo porque hay un par de cosas que quiero decirle ―. Me acerco a él descalza y borracha intentando no caerme, y justo cuando lo tengo en frente, a nada de ver su rostro, una arcada hace que todo el contenido de mi estómago se salga enviando el vómito encima de él.      Y de esa forma, viendo sus grandes ojos azules me desmayo cayendo al suelo sin que nadie me sostenga de la caída.
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