GIANNA
No me importó estar desnuda. Mi curiosidad me superaría y terminaría volteando ligeramente para ver un adelanto de lo que me esperaba al voltear por completo. La lluvia que me había impedido escuchar la puerta terminó disminuyendo y pude escuchar sus zapatos acercarse.
—¿Eres una reina? ¿Mi reina? Una mujer a quien nadie del reino ha visto portando la corona de reina consorte y posiblemente nunca lo haga. ¿Que clase de reina eres o dices ser?
Pude ver su estela de reojo. Se estaba burlando de mí, como llevaba haciéndolo desde que nos casamos.
—¿A qué has venido despues de todos estos años?
—Tenía curiosidad de ver a mi esposa. ¿Tu no tienes curiosidad de verme?—preguntó de forma descarada y casi pude sentir su presencia cerca de mi espalda. Mis vellos se erizaron. Maldito. Parecía una elegante gato con sus movimientos confiados y elegantes o más bien un tigre que parecía intimidar con sus ronroneos amenazantes—. ¿Vas a rogarme de rodillas que te deje regresar conmigo? ¿Como lo hiciste antes, hace seis años?
Sonreí conociendo su forma de humillar con palabras.
—La Gianna que rogaba murio hace muchos años aquí. No obtendras ni un solo ruego o súplica de mi Luxemburg.
Chasqueó la lengua.
—Vas a rogarme que no te quite la corona porque es a lo que he venido. El año de luto de mi madre ha terminado y es momento de que tú y yo dejemos de ser “rey y reina”. Es hora de que el pueblo Alsten te quite el título de “reina consorte” que solo es de nombre y te ponga uno nuevo “Gianna Battenberg, la reina que nunca se sentó a lado de su rey.”
Imbecil.
Era mucho más que una reina. Era la heredera de la casa noble más poderosa del reino y la mujer que al morir su padre tendría en su poder los mares del reino y una enorme flota de barcos que con todo el oro del apellido Battenberg podrían convertirse en máquinas de guerra.
—Luxemburg, ese es mi apellido. Gianna Luxemburg, esposa de Maxim Luxemburg, reina consorte del reino de Alsten, Thorney, Mounthland del Norte y Darkney Abbey. Si quieres mi maldita corona para dársela a una de tus zorras tendras que matarme primero para obtenerla, majestad.
Voltee para verlo a la cara por primera vez en seis años. A la mierda que estuviera desnuda. ¿A quién le importaba eso? No había cambiado o si lo había hecho pero a pesar de mis ruegos a Dios ninguno de esos cambios habían sido para mal. Esos ojos tenían el mismo brillo solo que ahora mucho más temibles que antes y ese rostro tenía un tono maduro que me dejó perpleja.
Joder.
Contuve el aliento pues mi cuerpo reaccionó a su mirada. Mis pezones se pusieron duros y mi boca se secó. Dios debía odiarme porque él se veía incluso mejor que antes. No perdía ese gustó por la ropa y las decoraciones en oro y diamantes que tanto las hacían resaltar. El traje parecía quedarle a medida pero en la parte de los brazos parecía mucho más apretado, no porque estuviera pasado de peso como desee si no porque sus grandes y musculosos brazos se sentían contenidos dentro de la tela.
Pensé que tal vez lo estaba mirando de más, pero cuando observé que había dejado de mirarme el rostro para observar mi cuerpo sonreí.
—¿Se te perdió algo? Pareces hambriento, Maxim.
Sonrió burlonamente.
—Te das demasiada importancia. Estaba recordando cuando fue la última vez que me folle a una con un cuerpo parecido. No lo recordaba y despues llegó a mi mente una prostituta de poca monta que me folle la semana pasada.
Auch.
Claramente había sido un insulto.
—Supongo que se divirtió, debe ser duro estar en tu papel.
Frunció el ceño.
—¿Qué cosa?
Camine para recoger mi bata y cubrirme con ella sin prisa.
—El que no sepas si gimen por placer o solo fingen para complacerte. He escuchado que tienes una buena fama en la cama. Esos rumores han llegado a mi pero ya sabes, no garantizo nada cuando son mujeres que se pueden comprar con joyas. Te metes a la cama con mujeres que gemirían como si Zeus mismo las follara por una simple joya de jade.
¡Comete esa!
—Hablas demasiado, Gianna. Ten cuidado que mi paciencia ha cambiado en estos años.
—No subestimes la mía tampoco. Has venido a pedirme el divorcio, supongo. Pensando en que es algo sencillo. Me has llamado Battenberg olvidando la fuerza que tiene mi apellido—comenté mientras me acercaba al sillón y me sentaba en él para despues cruzarme de piernas de forma despreocupada—. Escuché que Phillip está vivo.
Sus ojos no pudieron evitar bajar a en medio de mis piernas pero en cuanto las cruce cualquier tentación que hubiera podido existir para él desapareció. Mi cuerpo cosquilleba por completo, pero no deje que su intimidante mirada mermara mi confianza.
En vez de verme el coño debía verme a los ojos.
Su expresión cambió al escuchar la mención de Phillip.
—Está muerto, solo son rumores.
—El sobrino bastardo de tu madre podría darte problemas, despues de todo es alguien que podría disputar la corona considerando que era hijo de tu tio mayor, un bastardo, pero no deja de ser parte de compartir la sangre de la dinastía Luxemburg. Imagina lo que diría el reino si a un año de tu reinado los barcos mercantes dejan de traer provisiones. Mi familia controla la triarquia de los mares del reino, el mar celtico, el del norte y el mar de Thorney. Imagina que el reino se queda sin comida. Eso hablaría de tu ineficiencia como rey.
Había sido educada para esto, así que conocía el reino y el poder de mi familia como la palma de mi mano y si mi padre no lo había hecho el bloqueo de los mares, era porque yo aun seguía con vida y guardaba la esperanza de que Maxim cambiara de parecer y hacer las cosas por santa paz, ademas, de que claro, papá ahora estaba enfermo y las decisiones y el dinero lo administraba el tio Spencer debido a que mis ocupaciones como reina me impedían hacerlo yo misma, pero aunque él me apoyaba igualmente como lo haría papá, era menos radical que mi progenitor a la hora de tomar decisiones.
—¿Ostentas el poder del maníaco de tu padre?
—Nunca haría eso, majestad.
Mis ojos lo miraron con diversión. Estaba perdiendo la paciencia. Cuando estaba al borde del colapso su rostro cambiaba de aura. Pasaba de ser tranquilidad a tormenta y él odio por mí en sus ojos seguía igualmente intacto. Ahora el odio era mutuo y apenas recordaba que alguna vez lo amé.
—¿Nunca harías eso? Cuando posiblemente estás hecha de la misma escoría que él. Ambiciosa de poder, deseosa del trono más que nada en el mundo y dispuesta a todo por obtener lo que deseas, así son todos los Battenberg.
Sus palabras me recordaron sus reclamos del pasado y por primera vez en mucho tiempo me sentí lastimada de nuevo. ¡¿Cómo era capaz de juzgarme así sin haber escuchado mi versión nunca?! Estaba cansada de que pensara eso de mí pero si no podía cambiar porque no había forma, tampoco estaba dispuesta a dejar que me humillara con eso.
Me levanté y me acerqué.
—Tienes razón, soy una loca ambiciosa que desea el trono más que nada. Me encerraste aquí con amenazas y ya que he conocido lo que es el exilio no tengo nada que perder. No quiero seguir aquí. Antes era demasiado ilusa, inocente, joven e inexperta como para saber que tengo tanto poder como tu y que me deje amedrentar por nada. Te reto a que divulgues a todo el reino que no era virgen cuando nos casamos, despues de todos estos años y de tus mentiras dudo que alguien crea eso. ¿Pero quieres saber qué cosa si pueden creer? Que eres un poco hombre que ni siquiera pudo acostarse con su esposa el día de la noche de bodas.
Sentí su brazo sujetarme con fuerza contra él.
—No digas que no pude cuando fue que no quise. Si tuviera ganas de hacerlo te haría añicos esa bata de seda que tienes y nada me costaría meterme entre tus piernas. Puedo asegurar que te quedarías sin aliento mientras me miras a los ojos a la par que te follo—susurró tan cerca que pude sentir su aliento contra mis labios. Tragué saliva al imaginarlo, especialmente porque rozó ligeramente mi cuerpo con su pierna—. Pero cada vez que estoy cerca de ti me causa repulsión la clase de mujer que eres. Maldigo el día en que mi madre me obligó a casarme contigo y maldigo la hora en la que no te asesiné con mis manos cuando tuve oportunidad.
—Matame ahora—articulé en voz baja mientras sentía su frente tocando la mía porque estaba demasiado cerca—, matame y mira como mi familia destruye tu reinado una vez que de el último suspiro. ¿Sabes que impide que la casa Battenberg busqué a Phillip y le ofrezca su apoyo para disputarte el reino? Yo, yo y mi vientre, pero una vez que yo muera tu no tendras nada porque como has dicho soy como mi padre, cargado de ambición. Mi padre solo desea una cosa, ver a su sangre siendo parte de la dinastía, tiene dinero, tanto como para ser un rey, pero aun así le falta el linaje que tu debías conseguirle pero te has empeñado en llorarle a un fantasma y en olvidarte que eres un rey.
—Eres una manipuladora de mierda.
Bufé.
—¿Le llamas manipulación a la verdad? Buscas matar a lo unico que te hace un rey fuerte, porque puedes ser muy inteligente pero nunca serás nada si no tienes aliados. Quieres ver como Alsten se convierte en cenizas, entonces mátame y mira como cae el imperio que te heredó tu madre.
Busqué su mano y por primera vez en años la toqué. Seguía tan cálida y suave como cuando soliamos ir a caballo, con él detras mío mientras me ayudaba con las riendas para no perder el control. Tiempos donde fuimos amigos que no volverían porque el odio había nacido entre ambos. La coloqué en mi cuello y le sonreí mientras le rogaba con los ojos que apretara.
Matame, si te atreves.
Lo hizo, de una forma fuerte y decidida que no tardó en cortarme el aire. Mantuve mis ojos en él mientras veía el odio brillar en los suyos. Ganas de matarme no le faltaban, era un hombre lleno de deseos de venganza, pero también era un rey.
Ver borroso fue el primer síntoma de mi cuerpo rogando por aire y cuando se dió cuenta que se le estaba pasando la mano terminó por soltarme. Caí al suelo tosiendo y rogando por llenar mis pulmones mientras mis ojos brillantes debido a las lágrimas se recuperaban de la mala pasada.
—No me retes, Gianna, porque matarte sería el mayor de mis deseos y cuando encuentre la forma de hacerlo sin tener repercusiones vas a dejar de respirar en este maldito mundo donde no haces falta. Me quedaré aquí hasta que pase la tormenta así que asegúrate de contener tu lengua insolente. Me eras más agradable cuando llorabas rogandome que cuando me retas con tu insolencia. Ve haciéndote la idea que perderas la corona, pero supongo que será sencillo pues nunca la has tenido en tu cabeza.
Lo vi marcharse y el odio se acrecentó aún más en mí.
No descansaría hasta verlo retorcerse de odio mientras contemplaba la corona de consorte sobre mi cabeza, porque él había encontrado la forma de convertir el amor que sentía por su persona en odio, en el más fuerte odio o eso era lo que mi corazón me quiso hacer creer.