Capítulo 3

1297 Words
Una semana más tarde aún no había señal de Fándor. Intenté mantener los pensamientos pesimistas fuera de mí, pero era inevitable que el temor por su bienestar comenzara a apoderarse de mi tranquilidad. ¿Qué tal que algo le había sucedido en el trayecto? ¿Y si los Bors lo habían capturado? Solo el pensarlo hacía que se me erizara la piel. Además de la preocupación por él, también me preocupaba el estado del reino. Fándor había partido hacia un mes y yo no estaba siendo capaz de mantener el reino en pie ante su larga ausencia.  Era día de audiencias y yo lo último que deseaba era ser bombardeada de preguntas sobre el estado de mi esposo. No sabía cuanto tiempo más iba a poder sostener el acto. Ya había quienes creían que el rey estaba muerto. Seguramente hoy las preguntas sobre su bienestar iban a ser una inagotable fuente de pesar para mí. Me mojé la cara y practiqué mi mejor sonrisa, debía ser fuerte.  Caminé resignada hacia el salón del trono y me sorprendió descubrir que casi no había súbditos esperándome.  –¿Me equivoqué de día? –le pregunté discretamente a Suri. –No, mi señora. Hoy, como siempre, es día de audiencias –respondió mi duende tan extrañada como yo ante la escasa concurrencia.  No pude evitar reparar no solo en la escasez de asistentes sino también en las miradas que algunos dirigían hacia mí, incluso unos cuantos duendes que servían en el castillo me miraban con recelo.  Mi inquietud iba en aumento con cada minuto transcurrido. Los asuntos a tratar eran meras solicitudes de intervención, resolución de conflictos entre campesinos y otros asuntos urgentes. Parecía que nadie que no tuviera que estar ahí imprescindiblemente, estaba.  –¿Me perdí de algo? –le pregunté a Suri en cuanto estuvimos solas. –No que yo sepa, mi señora –contestó mi duende igual de inquieta que yo ante la hostilidad que me rodeaba.  –Nadie preguntó por Fándor –observé.  El nombre de mi esposo no había sido mencionado en todo el día, cosa que jamás sucedía, al menos no desde que su ausencia se había hecho notoria.  Suri se encogió de hombros sin saber qué decir. Me dirigí al patio de armas para recibir el reporte semanal sobre el avance en la preparación de los varones del reino. Antes de llegar, unas voces susurrando me instaron a detenerme. Nico y Rik discutían de la manera más discreta posible. Le indiqué a Suri que me dejara sola y me escondí detrás de una columna para escuchar lo que los caballeros se susurraban entre sí.  –¿Cómo pretendes callar esto? Es terrible, ¿qué no ves la gravedad de la situación? –preguntaba Nico con la cara encendida de rabia.  –¿Tienes una mejor idea? Tenme un poco de compasión, temo decírselo incluso a Teo, mucho más a la reina. –No debemos ocultarles nada. Además, deberíamos prevenirles de lo que esto puede acarrear. Es grave y deben estar alertas.  –Maldición, ¿con qué cara voy a decirles esto? Desearía no haber escuchado nada…  Rik parecía contrariado y la mirada de Nico le reprochaba su indecisión.  –Pero lo escuchaste y no hay vuelta atrás. Es tu deber comunicarles a ambos lo que sabes. Si Fándor estuviera aquí, no te guardarías esto ni medio segundo…  La seriedad con la que Nico hablaba me preocupó, él normalmente se tomaba todo con tranquilidad, su actitud evidenciaba la gravedad de su plática.  Contuve la respiración, no quería dar ni el menor indicio de que los estaba escuchando.  –Pero ese es exactamente el problema, ¿no? Que Fándor no está aquí. Si él estuviera, lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos. Pero no se puede decir lo mismo de Teo, él no tomará bien la noticia y menos la reina. ¿Cómo crees que reaccione cuando se entere de que la población la está acusando de asesinar al rey? –¡¿Qué?!– exclamé horrorizada, exponiendo mi escondite.  Ambos hombres se quedaron perplejos al verme. Nico balbuceó sin sentido. –Su Majestad –fue lo único descifrable que salió de sus labios. –¿Quién me acusa de eso? –pregunté, con el corazón aporreando mi pecho.  –Eh… –Rik buscó la mirada de Nico, pidiendo autorización. La obtuvo al instante, los ojos de Nico le instaron a continuar–. Me enteré en la ciudad al hacer el reporte semanal. Un nuevo rumor se prendió como dinamita entre la gente y este dice que usted… mató al rey y que lo está ocultando –confesó con gran esfuerzo.  Le di la espalda sin poder decir una palabra. Estaba anonadada. Sentía un bulto en la garganta que me impedía hablar.  –Es absurdo, majestad, no debe permitir que eso la altere –dijo Nico amablemente, intentando consolarme.  –Disculpen, debo retirarme –dije con dificultad y caminé lo más rápido que pude lejos de los caballeros.  Deseaba estar sola, pero en lugar de esconderme en mi habitación salí al balcón del sur desde donde se podía observar la pequeña ciudad de Landau. Contemplé el atardecer, atónita. Ahora era una asesina. La idea era tan ridícula que tuve ganas de reír.  –¿Su Majestad?  Nico caminó lentamente hasta colocarse a mi lado.  –Rik está informando en este momento a Teo. Vamos a reunirnos para hablar de la situación. Pensé que tal vez le gustaría estar presente también –me explicó en tono dulce. –Sí, gracias –respondí queriendo parecer apacible. Nico me ofreció su brazo y nos encaminamos hacia el salón del trono.  Al entrar, sentía la boca seca y las palmas de las manos llenas de sudor. El silencio de los caballeros era prueba irrefutable de lo que pensaban. Teo acariciaba sus sienes con ambas manos, como yo cuando tenía dolor de cabeza. Estaba muy estresado y al borde.  –La solución es fácil –Julien tomó la palabra–: Pena de muerte a cualquiera que repita tal acusación contra la reina. Luca y Rik aplaudieron, apoyando la iniciativa.  –¿No cree que eso me hará más culpable ante los ojos de todos? –pregunté asqueada por la sugerencia– ¿No es contradictorio asesinar gente para acallar los rumores de que soy una asesina? –Yo creo que con unos diez a los que les quememos la lengua será más que suficiente para callar a todos –intervino Orlin. –¡No! Yo no deseo matar ni mutilar a nadie –intervine, irritada. –¿Entonces qué castigo propone, su Majestad? –preguntó Orlin, exasperado.  Todos me miraron atentos.  –Ninguno –respondí con firmeza–. No quiero imponer castigos. Si tan solo hubiéramos sido sinceros desde el comienzo, nada de esto habría pasado. –Es muy tarde para lamentarse sobre el pasado –me interrumpió Teo–. Solo podemos pensar en el ahora y en qué acciones tomar para contener la situación. –Yo pienso que no debemos prestar oídos a tales estupideces –opinó Nico–. Me parece que cualquier medida, tal y como lo dijo la reina, puede llegar a ser contraproducente. No debemos agravar la situación, es más prudente ignorar los comentarios… –¿Quieres que nos crucemos de brazos mientras injurian a la reina? ¡Que gran amigo de la corona has resultado ser, Nico Gil! –exclamó Julien indignado–. Quien sea que comenzó estas habladurías merece un castigo ejemplar. Una vez más, Luca y Rik secundaron su opinión. –¡Fuimos nosotros! –intervine, haciendo girar todas las miradas en mi dirección–. Nosotros ocultamos la verdad, mentimos sobre el bienestar del rey y, para colmo, yo me trasladé al salón del trono y tomé las responsabilidades de mi esposo. ¡Claro que todos creen que lo mate! –expliqué en un arrebato de claridad. –¡Era de esperarse! Una vez más, nuestra “heroica” reina se pone de tapete para que la pisen. Gracias, su “magnánima” Majestad –escupió Teo venenosamente. Sus palabras me lastimaron, el desprecio en su mirada me atravesó como un hierro caliente, no pude defenderme.  –No seas irrespetuoso –le amonestó Rik con severidad. Teo chasqueó la lengua, hastiado. –Deberíamos calmarnos. No llegaremos a un acuerdo si nos atacamos entre nosotros –opinó Luca, nervioso. –Sí, debemos mantener la cabeza fría –dijo Nico.  –No necesitamos llegar a ningún acuerdo –intervine, sobrepuesta y con determinación–. Nadie va a ser castigado, punto. Continuaremos sobrellevando la situación lo mejor posible hasta que regrese mi esposo. Eso es todo, pueden volver a sus actividades –concluí, y salí antes de que cualquiera pudiera responder.
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