Caminamos detrás de ella hasta la mesa abierta. Habló largo y tendido sobre lo afortunados que éramos de tener un “bonito día de primavera para nuestro aniversario,” y me costó contener un gemido. Al acercarnos a donde estaba Lorenzo, pude sentir a Dakota tensarse. Tirando de ella hacia mí, me acurruqué en su cuello, notando de reojo cómo todos los comensales cercanos desviaban la mirada. Dakota me lanzó una mueca cuando quedamos solos en la mesa. —¿Qué demonios fue eso? Mantuvo la voz baja. —A la gente no le gustan las demostraciones públicas de afecto. Mancini miró hacia otro lado cuando pasamos. El rostro de Dakota se cristalizó con la comprensión, conteniendo el impulso de mirar justo a la izquierda, donde estaba su mesa al otro lado del muro de cristal. —Bien. ¿Y ahora qué? —Sus

