Eso era mentira. En noches como esa, me duchaba y luego bajaba al sótano para torturar a mis prisioneros. Tenía dos nuevas adquisiciones para elegir, una de las cuales era alguien que ella conocía muy bien. No podía imaginar su reacción si descubriera el mal que se escondía bajo nuestra cama. Era mejor mantenerla en la ignorancia. —¿Solo? —Solo. Siempre tuve miedo de descargar mi ira en la mujer con la que estuviera si estaba en ese estado, así que evitaba traerlas a casa. Siempre que terminaba en el sótano, subía y me dormía pensando en todas las formas en las que podía torturar a mis enemigos. Ella me acarició la cabeza. —Ya no tienes que hacer eso. —Una chispa de sonrisa cruzó su rostro cuando giré el cuello para mirarla—. Ahora me tienes a mí, así que nunca estarás solo de nuevo.

