—Te ves preciosa, amiga —Raquel me escaneó de pies a cabeza, con los ojos brillantes—. No creo que él pueda resistirse a ti esta noche. —Más le vale —aunque ni yo misma estaba segura de poder sobrevivir sin ceder al deseo ardiente que quemaba en mi interior. Un rugido de motor potente resonó en la calle justo cuando salí del edificio de apartamentos y ahí venia él. Lucía impecable con un traje gris oscuro perfectamente ajustado. Era la primera vez que lo veía en traje y, Dios mío, se veía peligrosamente atractivo. Su cabello oscuro caía sobre los hombros, sus dedos adornados con sus inseparables anillos de sello. Una leve sonrisa curvó sus labios al cruzar nuestras miradas. Mi corazón se saltó un latido cuando abrió la puerta del pasajero con un gesto galante. —Buenas noches, Isabela

