El día siguiente fue bueno. La ceremonia fue breve y directa, tal como lo había pedido. Mi parte favorita fue cuando ambos intercambiamos votos y dijimos —Sí, acepto—. La segunda mejor parte fue que él había traído a mi madre y a la suya de quien había oído, pero no la conocía, las trajo para vernos casar.
Al mediodía fue divertido. Los niños bailaron mucho, incluso más que los adultos. Y también comieron mucho pastel. Doriav no bailó, ni tampoco sus hermanos. Pero sus esposas eran el alma de la fiesta.
Mi parte más preciada, sin embargo, fue el atardecer, cuando los invitados tuvieron que retirarse y quedé con algo de tiempo para mí. Felizmente me quité el vestido de encaje blanco y los zapatos en cuanto entré en nuestra habitación. Por cierto, había elegido lo convencional. El vestido
