Olivia se había quedado exhausta de tanto llorar cuando llegamos a casa más tarde esa noche. En cuanto cruzamos la entrada, la levanté en brazos al estilo de novio y la llevé a mi habitación. Había perdido aún más peso en cuestión de días. Me dolía ver cómo la mujer a la que tanto quería se marchitaba lentamente frente a mí. Tenía que traer a nuestros hijos de vuelta a ella, sin importar qué. No me importaba cuán peligroso fuera, iban a volver a casa mañana. Ella soltó un suspiro mientras la acostaba cuidadosamente en la cama y le quitaba los zapatos. Su rostro estaba apagado y cansado. —¿Tienes hambre? —pregunté. Había saltado la cena porque estaba nerviosa por conocer a mis hermanos y solo había tomado una bebida en el bar. —¿Cómo voy a comer cuando mañana vamos a rescatar a los niño

