Pavel estaba despotricando sobre algo detrás de mí. No presté toda mi atención, pero alcancé a distinguir palabras como estrategia, armas, tiempo y algunas más. Era sobre el estado actual de la Mafit en Los Ángeles. Las posibilidades de que las cosas salieran mal eran mayores que las de éxito de nuestra parte. Mis hermanos y yo estábamos enfurecidos. Pavel me culpó. Me culpó mucho y, además, cortó dos dedos de otro enemigo. Pero eso ya había quedado atrás. Subimos los escalones que conducían a la entrada principal, pasando por el cobertizo de autos y la fuente de agua, y Pavel continuó con el plan de ejecución. Serov tarareaba y suspiraba. Luego, maldijo. —¿Y los Camorras? — —Son una amenaza, Serov. Nadie dice que no. Pero la Mafit nos ha tenido en el cuello por más tiempo que ellos. M

