El sonido de las ollas chocando entre sí, los utensilios tintineando sobre los platos de cerámica, los armarios de madera abriéndose y cerrándose, y la animada charla llenaban la espaciosa cocina, pero se mezclaban de manera extraña con el fondo de una voz rica y melodiosa que flotaba desde los altavoces de mi teléfono. Tomé una manzana del refrigerador, le quité la etiqueta y me recosté contra la isla, apoyando el antebrazo en la brillante superficie del mostrador. Mordí la jugosa manzana, sintiendo cómo el calor se extendía por mi pecho y una sonrisa se dibujaba en mis mejillas mientras veía a Sofia casi doblarse de risa. Las lágrimas le corrían por el rostro y el envase de sal que sostenía casi se le resbalaba de las manos. Yo, por mi parte, nunca esperé que alguien en la casa de Dori

