Una vez, ella me pidió que le mostrara la sala de combate o que la llevara al gimnasio. Dijo que quería entrenar para la guerra. Lo evité, incluso lo ignoré, y opté por besarla hasta que olvidara que había hecho la pregunta. La idea no era absurda. Al contrario, era bastante buena. Entrené con ella y le enseñé algunas habilidades hasta que recordé por qué quería aprender a pelear en primer lugar. Sabíamos lo que venía, y sabíamos que venía rápido. No conocer el escondite de Gio ni poder descifrar sus planes significaba que no podíamos detectar sus próximos movimientos. Eso me puso al maldito borde cada minuto de cada día que pasaba, hasta sentir la tensión salirse literalmente de mis hombros. Frustrado, apreté el gatillo repetidamente y no escuché sus suaves súplicas hasta que su mano —t

