Autodidacta. Independiente. Exitosa. Había crecido en esas palabras. Me había transformado, moldeado, y todo en mi vida tomó forma a partir de ellas. Trabajaba duro. Me abrí camino hasta la cima, donde podía cenar con altos funcionarios del gobierno, codearme con celebridades o cerrar tratos con los mejores artistas del mundo. A veces me sentía invencible, deseada y envidiada. Tenía lo que algunas mujeres de mi edad solo podían soñar. O con lo que podían conformarse. Pero yo no. No dependía de nadie. Nunca me había aprovechado de ningún hombre, ni les había suplicado nada. Hasta hace poco, me quedaba despierta hasta tarde, inclinada sobre papeles o revisando correos electrónicos… siempre algo relacionado con el trabajo. Pero nunca, jamás, suspirando por un hombre. El suave zumbido de

