—Por favor, no me digas que de verdad estás pensando en aceptar —dice Raquel por teléfono, con un tono de total desaprobación. Pensando. No estaba pensando en aceptar la invitación de Doriav. Ya lo había pensado y decidido: iba a ir. No porque no lo hubiera visto desde la noche en el estacionamiento, hace una semana. Y definitivamente no porque lo hubiera extrañado, a pesar de que me dejó abandonada, medio desnuda y tan excitada que tuve que terminar con el pequeño “novio de bolsillo” que guardaba en mi cajón. Raquel entendió mi silencio al instante. Me la imaginaba rodando los ojos. —Chica, ¿en qué estás pensando? Bien, Isabela. Hora de inventar excusas tontas. —Mira, solo acepto su invitación porque necesito reclamarle por dejarme tirada la otra noche. —Claro que sí. —Su respuesta

