Había hecho cosas locas. Como cortarle la lengua a un hombre y lanzársela a su maldito perro mientras él miraba. O aquella vez que le disparé a alguien en el pene después de perder una apuesta contra ese cabrón tramposo. Pero nada de eso se comparaba con la locura de este momento. Esta hora, bajo el cielo oscuro sin estrellas, en un lugar de estacionamiento vacío, mientras me recostaba en mi auto con una mano en el bolsillo. Esperando. Esperando verla. —Oye, quítate ese ceño fruncido de la cara… —dijo una voz nasal. Mis ojos se abrieron de golpe y miraron hacia el edificio de donde provenía la voz. Una rubia bajita y con curvas estaba junto a la entrada, con una sonrisa pícara y los brazos moviéndose en el aire. Hablaba con alguien que estaba al final de las puertas de vidrio. —…no te

