A la mañana siguiente, como si aún flotara en un sueño, Elise se despertó más tarde de lo habitual. Aunque una felicidad suave le recorría el cuerpo, no podía evitar sentirse un poco insegura sobre lo que encontraría al volver a ver a Lucien. Al salir de la habitación con su bebé en brazos, un aroma delicioso la envolvió de inmediato. Provenía desde la planta baja, donde todo parecía cobrar vida. Con paso tranquilo, se dirigió al comedor, sin tener del todo claro cuál era su lugar en aquella casa, pero con la firme intención de mantenerse cerca de Lucien y cuidar lo que apenas comenzaba entre ellos. —¡Elise, buenos días! —la saludó Lucien con entusiasmo, mientras colocaba platos sobre la mesa. Llevaba un delantal de cocina y una sonrisa amplia que le iluminaba el rostro. —Mili, ven, pap

