16- Guía para seducir a mi esposa falsa

1729 Words
Emmett Pasa una semana después de la reunión con mi abuela, una reunión en la que Libby estuvo perfecta, superando con creces lo que jamás hubiera podido esperar, antes de que me derrumbara. Claro que la parte de ese derrumbe podría tener que ver con el hecho de que Mason y Dorian pasaron la mitad de esa semana molestándome sobre si estaba cansado o no de acostarme con la misma chica durante semanas. No expliqué que, para cansarse de algo, hay que hacerlo varias veces. O incluso una sola vez, cosa que no he hecho. En cambio, ha sido una tortura lenta y silenciosa de un tipo de cosa completamente diferente. Cosa uno: Bajando las escaleras, llegando un poco tarde al trabajo, veo a Libby caminando en silencio por su habitación, solo con una toalla, para cerrar la puerta entre nosotros. Cosa dos: Llegar a casa y encontrarla tumbada en mi sofá con su camisa habitual, y ver que no lleva sujetador debido a la forma en que sus pezones sobresalen a través de la fina tela. Cosa tres: Pasar todas las noches antes de dormirme fantaseando con ella y despertarme con una erección matutina tan dura que duele. Estoy convencido de que he soportado más de lo que cualquier hombre menos capaz hubiera podido soportar. Así que, finalmente, me decido. La única forma de sacarla de mi cabeza es acostarme con mi esposa. Un problema. Solo he seducido a mujeres que apenas conozco. Preferiblemente a las que conozco en entornos informales: bares, restaurantes, discotecas, las fiestas en yate de mis amigos en los Hamptons durante los fines de semana festivos, esquí resorts en los Alpes, ese tipo de cosas. No tengo ni idea de cómo acercarme a una mujer que vive en mi casa. Una cuyo color favorito, animal, postre e idea de vacaciones soñadas ya conozco. El mejor lugar para empezar es llevar a dicha mujer a un entorno donde me sienta más cómodo. Así que tengo que crear mi propia guía para seducir a mi esposa falsa. Paso uno: invítala a salir. —Vamos al bar— declaro, Es viernes después de salir temprano del trabajo. todavía estoy colgando mi abrigo, pero estoy deseando que esto empiece. Al otro lado de la sala principal, Libby está acurrucada en el centro de una pila de libros. Roger está sentado en su regazo y me mira fijamente, como si pudiera sentir mi intención de robarme a su madre por la noche. —¿Qué bar? — pregunta, garabateando algo en una libreta. —No voy a ir andando hasta Brooklyn si eso es una de esas propuestas de “tenemos que visitar Freddy’s” para que nuestra historia sea más creíble— Me río. No hace falta el metro. Solo el pub de la esquina. Deja el enorme libro de texto que ha estado leyendo sobre la mesa de centro y acaricia al gato diabólico, mirándome con clara sospecha. —¿Por qué? — —¿Por qué no? — respondo. Sus grandes ojos verdes se entrecierran aún más. Pero después de una pausa, suspira. —Bien. Tengo el cerebro frito, llevo repitiendo el párrafo una y otra vez durante los últimos quince minutos— Se pone de pie de un salto, provocando un gruñido de Roger. —Déjame ponerme unos jeans o algo. Lleva su combinación habitual de leggins y camiseta. —Está bien— le digo. —Es decir, genial. Es decir, en un solo un bar de barrio, así que nada elegante— —¿Acabas de decir que los jeans son elegantes? — Levanta una ceja con suspicacia y luego sonríe. —Ya te estoy influyendo positivamente, cariño— Dicho esto, sube corriendo las escaleras. No puedo evitar mirarla irse. Eso solo reafirma mi decisión de seducirla. Dios mío, ¿acaso ella siquiera sabe que trasero tan fantástico tiene? > me reprende la voz en mi cabeza. debería callarse, pero tiene razón. No puedo ser perezoso con esto, pero ¿Cómo se supone que debo hacerlo? ¿Por dónde empiezo? > ¿Podría estar…nervioso? De ninguna manera. Imposible. nunca he estado nervioso por seducir a una mujer. Aunque claro, nunca he intentado seducir a una mujer que realmente podría rechazarme. Un territorio por todas partes. Libby regresa con unos jeans que de alguna manera logran acentuar aún más su trasero, lo cual, francamente, debería ser un crimen. Uno por el que estaría feliz de esposarla. En cambio, la guio por la cuadra hasta el tipo de pub irlandés sin pretensiones que puedes encontrar en cualquier ciudad de tamaño decente en Estados Unidos. Dentro, dejo que Libby elija una cabina de madera mientras pido las bebidas. Paso dos: Cómprale su bebida favorita. Cuando me uno a ella, me aseguro de deslizarme a su lado, en lugar de al otro lado. Ella sonríe con picardía. Pero si sospecha lo que estoy haciendo, no lo dice. simplemente acepta la bebida y le da un sorbo antes de asentir con aprobación. —Te acordaste— —El coctel favorito de Libby— recito, con una imagen mental de esa tarjeta didáctica cruzando mi mente. —El Cosmopolitan— —¿Y mi bebida alcohólica favorita general? — Me acerco un poco más al banco. Dejo que. mi pierna roce la suya casualmente. ¿Me lo imagino o se estremece un poco al contacto? No se aparta. De hecho, presiona su pierna contra la mía, con más fuerza. Así que damos paso al Paso tres: Toques intencionales que parecen accidentales. —¿Esto es un examen sorpresa? — pregunto antes de tomar un sorbo de mi cerveza. —Si. ¿Estás ganando tiempo? — —No. Rosé. Específicamente rosé francés de la región de Provenza— Su sonrisa se ensancha. Toma un largo sorbo de su bebida y luego se inclina más cerca. —¿Puedo confesarte algo? — Tal vez esto sea más sencillo de lo que pensaba. La miro de frente. Me inclino hasta que nuestros rostros estan a solo unos centímetros de distancia. —Hazlo— Sus ojos se mueven de un lado a otro, buscando los míos. Sus pupilas se dilatan. ¿Por qué está oscuro aquí? ¿O por qué está pensando en lo mismo que yo? Se humedece los labios y no puedo evitarlo. Los miro. Imagino a que sabría si la besara ahora mismo. Como la bebida dulce en su mano, mezclada con el sabor que percibí en nuestra boda, la primera y única vez que nos besamos. Brillo labial de frambuesa y ese toque de vainilla. El solo pensarlo me acelera el pulso. —Me invente todo eso de ser francesa para parecer pretenciosa— Susurra. Luego se aparta de mí, riendo y toma su bebida para darle un trago más largo. —Mi turno— digo. —¿Tu turno de ser pretencioso? — levanta la ceja. —Mi turno de ponerte a prueba— Me apoyo en el codo, bajo la mano para que descanse en el banco entre nosotros. —¿Cuál es mi posición favorita? — Paso cuatro: Coquetear con ella. Ponerla nerviosa. Un rubor le sube por el cuello. Intenta disimularlo, pero ya la conozco. Se que está a punto de sonrojarse. —No es justo. Eso no cuenta— —¿Por qué? — Levanto una ceja. —Escribí una tarjeta para eso— —Quiero decir…eso no era…no mire las que no parecían…relevantes— —¿Así que no es relevante saber la posición s****l de tu marido? — Ahora me toca sonreír con suficiencia. Me mira de reojo. Aparta la mirada rápidamente. como si temiera lo que pasaría si se quedaba mirando. —No es como si tu familia fuer a interrogarnos sobres nuestras fantasías sexuales— —Ah— inclino la cabeza. levanto una mano para atrapar un mechón de pelo suelto que se escapó de su coleta. Lo coloco detrás de su oreja, complacido cuando un escalofrió visible recorre sus hombros. —Así que admites fantasear conmigo— —Eso no es lo que yo…— Traga saliva, levanta su bebida y se la bebe de un trago. —Bien. De pie. Con suspensión, sea lo que sea que eso signifique— —Esposas— digo, y casi se atraganta con los restos de su coctel. Sonrió. —Así que si lo leíste— —Lo hojeé— —Y te acordaste— Me inclino para acortar un poco la distancia entre nosotros. El calor irradia de ella en oleadas. —Sin embargo, nunca llenaste tu tarjeta con la misma pregunta— Abre la boca. La cierra de nuevo. Se aclara la garganta. —Quiero decir…Solo hay un número limitado de posiciones…— Levanto una ceja. —Reto aceptado— —Eso no era un reto— Se ríe. —Solo quiero decir, matemáticamente. Solo hay un número de maneras en que los cuerpos humanos pueden encajar. Hombre encima, mujer encima, de frente, de espaldas, horizontal, vertical. Eso es…lo que sea seis por seis— —Hay más de treinta y seis posiciones, ¿sabes? — sonrió. —Y eso ni siquiera es como si usas juguetes, columpios o cuerdas…— —¿Hace calor aquí? — se tira del cuello de la camiseta. Su voz se acelera. —¿Hace calor aquí, ¿verdad? Voy a rellenar la bebida ¿Quieres una? — Levanto mi cerveza, que aún está casi llena. —Estoy bien— Entonces me giro de lado, en lugar de quedarme de pie, así que tiene que pasar por encima de mi para salir del reservado. Sus piernas rozan las mías y, por un segundo, su trasero se apoya contra mi pecho. Mierda. Necesito que esto pase o voy a morir. Pero una vez que Libby paga su bebida y regresa, se ocupa para sentarse al otro lado del reservado, evitando mi mirada. Mierda. Si la estoy interpretando mal y realmente no le gusta esto…Me quedo aquí sentado, dividido. Juraría que ella también lo sentía. Por no mencionar que definitivamente no me imagino sus miradas de sorpresa cada vez que llego a casa después de correr del parque, todavía empapado en sudor. Especialmente en los días más cálidos cuando corro sin camiseta. ¿Cuándo se complicó tanto este matrimonio? Me pregunto. Pero ya se la respuesta. Cuando me casé con la mujer correcta por la razón equivocada.
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