Emmett
La semana después de cenar con mis padres, tengo mi primer sueño con Libby.
O al menos, el primero que puedo recordar vívidamente. Me he despertado sudando casi todas las noches con una vaga sensación de cuerpos apretados, el aroma de vainilla en el aire, pero esta es la primera vez que sueño con algo coherente. Los dos desnudos en la cocina. La levanté y la extendí sobre la encimera, vertí chocolate sobre su vientre tenso, puse crema batida alrededor de sus pezones y coloqué una fresa en la curva de su cuello. Luego procedí a comérmela de ella, despacio y con picardía, hasta que me suplicó que la follara con una voz ronca y sensual, llena de necesidad.
Solo cuando suplicaba, casi desesperada, finalmente le abrí las piernas y presioné mi lengua entre los pliegues de su v****a. Estaba empapada, y con cada lamida de mi lengua, su cuerpo temblaba más rápido, su respiración se volvía más agitada, esos hermosos pechos suyos se estremecían mientras pasaba mi pulgar por su pezón endurecido.
Y todo el tiempo, seguía diciendo mi nombre.
—Emmett, Emmett…Emmett…—
—Emmett— La voz aguda en mi puerta no se parece nada a la que tengo en la cabeza.
Me siento de golpe, lo cual es útil, porque las sábanas se amontonan alrededor de mi cintura y sirven para ocultar mi furiosa erección matutina.
Libby está apoyada en el marco de mi puerta, con pantalones de yoga y una camiseta vieja, con la cadera ladeada para que esas curvas estén completamente expuestas. Dios mío . ¿Está tratando de matarme?
—¿Sí? — Mi voz sale ronca. Suena normal. Espero.
—¿Puedo pedir prestado a Norm? Quiero ir a una clase de spinning.
—Claro, está bien— Entrecierro los ojos con dificultad para ver mi despertador. Domingo.
Oh, una mierda. Es domingo. Se supone que quedé con los chicos para correr por el parque en… media hora. Estoy a punto de despertarme cuando recuerdo mi pene duro y palpitante, y me detengo.
—¿Eso es todo? — le pregunto a la mujer en la puerta. Una mujer a la que en mi cabeza hace dos minutos estaba haciendo gritar tan fuerte que resonó por toda la casa.
—Roger orinó la alfombra del pasillo— dice. —La limpiaría, pero llego tarde. ¿Puedes poner un poco de quitamanchas y lo limpio cuando vuelva? —
Bueno. Al menos eso soluciona el problema erecto. Me froto la sien. —Pensaba que los gatos eran inteligentes. Entrenados para usar la caja de arena, y todo eso—
—Solo está marcando su territorio. Protege a su mamá, ¿verdad, Roger? — dice con voz dulce, mientras la bestia peluda se enrosca entre sus piernas.
Lo miro con el ceño fruncido. El gato me devuelve la mirada. juro que sabe que me esta molestando. Lo hace a propósito.
—Bien— refunfuño.
—¡Gracias! — Libby baja corriendo las escaleras, dejándome solo con el gato. Al menos la bola de pelos y yo tenemos algo en común: ambos nos giramos para verla irse.
***
En mi tercera vuelta alrededor del embalse con Mason y Dorian, por fin me he librado de los restos de ese sueño s****l. El sudor hace maravillas para este tipo de cosas. Eso y limpiar orina de gato.
Estamos en nuestros enfriamiento, saliendo de Central Park por la calle 81 y cruzando Central Park West hacia nuestro puesto de batidos habitual, escuchando a Dorian despotricar sobre sus padres todo el camino cuando Mason se detiene.
—Hey, ¿esa no es tu esposa? — El señala a través de un enorme ventanal en la esquina.
Efectivamente, a través de las ventanas, podemos ver una clase de spinning en curso. Un docena de mujeres, todas con leggins ajustados y sujetadores deportivos, se levantan al unísono en sus bicicletas, pedaleando como si sus vidas dependieran de ello. Y justo en el centro, luciendo objetivamente el mejor trasero de toda la fila, incluso si no estuviera sesgado, lo cual obviamente no lo estoy porque obviamente esto es falso, pero de hecho es mi esposa.
En el espejo frente a la habitación, puedo ver que Libby tiene lo que he llegado a reconocer como su cara de juego. Su ceño está fruncido, su mandíbula tensa y sus puños apretados en el manillar. Dios no quiera que alguien intente discutir con ella en ese estado. En este caso, supongo que sería la bicicleta. ¿no?
—Hombre, ese instructor le está mirando el trasero— dice Dorian.
Por primera vez, me fijo en el instructor de la clase, el único hombre en la sala. Se ha bajado de su bicicleta para gritar algo que hace que todas las mujeres se inclinen hacia adelante sobre el manillar y pedaleen más rápido. pero puedo ver que su mirada se detiene claramente en el trasero de Libby. Un calor repentino e inesperado me recorre.
—¿Crees que ve el anillo de boda? — Mason se cruza de brazos. Me está provocando como si fuera el pez más tonto del mar.
Dorian resopla. —Es prácticamente imposible fallar con una ronca tan grande—
Dos anzuelos abajo y sí, soy tan tonto como un pez roca.
—Cállense— les espeto, aunque no estoy enojado con ellos. ¿Con quién estoy enojado? Mi matrimonio es falso, así que no debería importarme la flagrante falta de respeto del instructor del gimnasio. Y ella no está haciendo nada, así que no puedo estar enojado con ella. Conmigo mismo. Estoy enojado conmigo mismo.
Con mis electrolitos agotados y ese sueño todavía dando vueltas en mi cabeza, cada terminación nerviosa de mi cuerpo me grita que entre corriendo y le diga al instructor que se vaya a la mierda, cuando el hecho de que nunca mencioné la exclusividad con mi esposa es cien por ciento mi culpa.
Mason y Dorian intercambian miradas significativas a mis espaldas. No importa. Puedo verlos en el reflejo del cristal.
—¿Qué? — exijo
—Nada— ambos levantan las manos al mismo tiempo, con expresiones inocentes idénticas.
—Necesito hablar con mi esposa— digo. —Nos venos luego—
Se marchan, aunque no sin antes escuchar las palabras “Mierda”. Frunzo el ceño mirando las espaldas de mis amigos. Ya he perdido la cuenta de cuantas veces he tenido que explicarles a los dos que mi esposa y yo no estamos follando.
Tal vez ese sea el problema>>, susurra una parte de mi cerebro que prefiero ignorar. Tal vez solo necesitas follar con ella una vez, sacártela de la cabeza. Tal vez entonces dejes de soñar con ella…>>
Logro callar la voz, apenas, justo a tiempo para que termine la clase de Libby. Se tarda una eternidad en el vestuario, lo que solo me pone mas ansioso. Camino de un lado a otro por la acera hasta que finalmente sale, con la coleta húmeda por la ducha del gimnasio. Me gustaría ponerme detrás de ella y tirar de ella mientras yo…
Se detiene en seco cuando me ve, y sus ojos se iluminan por un segundo. Hasta que se da cuenta de mi expresión. —¿Qué pasa? —
Me paso una mano por el pelo. Respiro hondo y cierro los ojos para calmarme. Pero cuando los cierro, lo único que veo es al instructor mirándola.
—Dejamos claro que esta relación es exclusiva, ¿verdad? —
Cuando vuelvo a abrir los ojos, Libby se ha quedado boquiabierta. Mira por encima del hombro el gimnasio vacío, luego me toma del brazo y me arrastra hacia la esquina, bajando la voz mientras caminamos. —¿Te refieres a esta relación falsa? —
—No podemos acostarnos con otras personas. Se correría la voz. Arruinaría toda nuestra historia—
Emite un sonido gutural y se libara de mi agarre. —¿Así que esperas que me mantenga célibe durante un año? —
—Bueno, hay otra opción—
Por un momento, me mira como si no entendiera. La miro fijamente, inexpresiva. Veo el momento en que lo comprende, cuando las piezas del rompecabezas encajan. Sus ojos se abren de par en par y, por una fracción de segundo, puedo verla considerándolo. Y… ¿eso es un rubor?
Pero luego. —Ya hemos establecido que no me pagan por sexo—
—Y yo estuve de acuerdo. Así que es gratis—
—Así que soy una prostituta que lo da gratis? —
Se suponía que esto era una adenda mutuamente beneficiosa al acuerdo. ¿Cómo terminé insinuándola?
—Págame tu entonces, si es tan importante para ti—
—Sueña—
Sueña. ¿Lo sabe?
Por supuesto que no. Eso es ridículo. ¿Cómo podría saberlo? No es psíquica. Pero hay algo demasiado penetrante en la mirada de mi esposa ahora mismo. Como si pudiera ver a través de mi irritación hasta el verdadero problema.
Tal vez puede. Tendría razón. ¿De qué estoy celoso? ¿De algún instructor de gimnasio mirándola? Agito mi mano. —Olvídalo. Simplemente…no te acuestes con un maldito instructor de spinning, por el amor de Dios. Ya recibo suficientes críticas en los tabloides—
Se le cae la mandíbula y abre mucho los ojos, pero antes de que pueda empezar a reprocharme la irritación que me invade, subo la calle. Si mi esposa fuera como yo, ambos disfrutaríamos de sus bromas o de sus comportamientos así, porque podría castigarla por ello.
Pero Libby Taylor no es sumisa. Lo que podría ser exactamente por lo que me está volviendo loco.