Dos semanas. Catorce días exactos. No he cruzado palabra con Scarlett desde aquella discusión. No la he visto, no he pisado su oficina. Me tomé los días que tenía acumulados, fingí un resfriado, y me encerré en este pequeño departamento en el piso de abajo. Nuestro contrato sigue vigente, sí. Pero… ¿qué sentido tiene todo esto cuando ambas estamos en guerra? Y, sin embargo… Todas las mañanas, sin excepción, cuando abro la puerta para tomar un poco de aire o sacar la basura… está ahí. Una bolsa perfectamente ordenada con despensa: leche, pan, fruta, café colombiano, incluso mis galletas favoritas. Todo impecablemente etiquetado. Como si el tiempo no se hubiera detenido. Como si alguien cuidara de mí. Como si… —Scarlett— susurro, sabiendo perfectamente que es ella. Porque nadie más lo

