La luz tenue del atardecer se cuela por las ventanas de mi oficina. El reloj marca casi las siete. No he movido un solo papel desde hace media hora. Solo he estado aquí. Sentada. En silencio. Sintiendo cómo todo arde por dentro. La puerta se abre sin aviso. —¿Alguna vez escuchaste hablar de la maldita cortesía, Nathaniel?— —¿Alguna vez tú has sido amable, Scarlett?— responde con esa sonrisa arrogante que siempre trae cuando quiere molestarme —Touche.— Lo ignoro. Sigo mirando la pantalla del computador, aunque no leo nada. Solo evito su presencia. —Vengo a revisar unos documentos de expansión internacional— dice mientras se deja caer en una de las sillas frente a mi escritorio —Hay unas cifras que no cuadran con el reporte de Londres.— —Mándame un correo. Lo revisaré después.— —Ya.

