La puerta se cerró con un leve clic. El sonido más suave… y al mismo tiempo, el más devastador. Me quedé inmóvil en el sofá, la blusa aún ligeramente desabotonada, el pulso desbocado, los labios secos. No era capaz de moverme. Sophie Moreau acababa de hacerme lo impensable: me quitó el control. No lo vi venir. Ella se acercó como si fuera suya la habitación, como si supiera exactamente cómo jugar con cada fibra de mi cuerpo, y lo hizo. Maldita sea, lo hizo. Me hizo desearla, me hizo pensar que por fin iba a ceder… que ese contrato iba a significar algo más que papeleo. Pero no. Fue una trampa. Una cruel y brillante trampa. Solté una risa seca, sin humor, mientras me incorporaba y me sentaba bien en el sofá. Me pasé las manos por el rostro. Ardía de frustración. No por rabia… sino por

