Desde mi lugar, ligeramente detrás de Scarlett, observaba todo con atención. El ambiente era tenso. Ella estaba perdiendo la paciencia a una velocidad alarmante, y yo… bueno, intentaba no reírme.
Los tres inversionistas frente a nosotros intercambiaban miradas, murmuraban en francés, y uno de ellos incluso se encogió de hombros.
—Necesitamos actualizar el contrato, ahora— repitió Scarlett, marcando las palabras con esa autoridad helada que siempre la acompañaba. Pero no sirvió de nada.
Uno de los hombres ladeó la cabeza, y luego respondió, lento, en un español accidentado
—Yo… no entender… todo.—
Vi a Scarlett parpadear. Peligrosamente. Apoyó las manos en la mesa, su mirada podía cortar acero.
—¿Dónde demonios está el traductor?—gruñó. Miró a su equipo. Todos evitaron su mirada.
Yo
