Capítulo 04

1426 Words
Daila Street Los años pasaron y el recuerdo de mi madre desapareció junto con mi infancia, mi ahora padre, me envió a estudiar aun colegio de señoritas, uno que a su parecer era muy famoso en la educación que acogió a grandes personalidades femeninas. Mis días se limitaban a ser como los de mi abuelo, me levantaba muy temprano, me alistaba para asistir a mis clases y por las noches leía libros de historia que él me hacía llegar para que estuviera al tanto de lo que alguna una vez sucedió en tiempos antiguos. No tenía ni una sola amiga con quien compartir, mi abuelo decía que eran innecesarias las amistades y que por esa razón mi madre quedó embarazada a tan corta edad, no quería eso para mí a lo que él decía y tampoco lo quería yo, no quería arruinar mi vida de esa manera. Las chicas me miraban como el monstro malo de la facultad, aquella cuyo padre abandonó cuándo aún seguía en el vientre de su madre y quién murió por una sobre dosis, la que a su abuelo abandonó en una escuela de monjas y no venía a ver hasta el sol de hoy. Las monjas me estaban educando para ser una mujer casta, una mujer fuerte, pero mi abuelo me estaba criando como un ser sin sentimientos, llorar no me era permitido y pensar en el término amor mucho menos. —El amor es una perdida de tiempo, de amor nadie vive y nadie muere Daila. Decía mi abuelo siempre enfatizando lo que sucedió con mi abuela y mi madre, con amor no logró salvar a mi abuela de una muerte lenta y dolorosa al igual que a mi mamá, además que eso se le añadía que ella me amaba y aun así se fue sin importarle que sería de mí, de alguna manera yo le encontraba veracidad a lo que decía, yo amaba a mi madre con todo mi ser y no le importó dejarse morir o al menos eso pensaba. Comencé a odiar cada festividad, mis cumpleaños eran un fastidio para mí, navidad era la peor sin duda alguna, me hacia recordar a mi madre y no lo soportaba así que se dejó de celebrar en casa, lo que fue bueno para mí. —Tiene un obsequio de su abuelo Señorita Street Dijo la monja entregándome la caja que mi abuelo mandó, eran otro par de libros y una carta, iría a estudiar al exterior una vez concluida la preparatoria, la carrera tenía una duración de cuatro años y un master de dos años. —Muchas gracias Me limité a decir, no era una mal educada, pero tampoco era una criatura cálida, pero ¿qué sentido tenía dar afecto su todos en algún momento marcharían sin retorno?, sentido para mí no tenía, veía a los padres de mis compañeras abrazarlas y besarlas, cosa que hacía que se me revolvía el estómago de solo verlos. —Recuerda estudiar, tienes que ser una Street y eso significa ser la mejor. Ya era la mejor de la institución, tenía las mejores calificaciones no solo de mi grado sino de toda la institución, mi abuelo premiaba cada avance que tenía, ya fuera con el nuevo celular o computador, tenía las mejores ropas lo que me convertía en la molestia de unas y en la envidia de otras. No tenía tiempo para salir con chicos como lo hacían las demás, tenía clases particulares de idioma, a este punto ya me había acostumbrado. —¿qué no hace el dinero? Era lo que siempre recriminaban mis compañeras de cuarto sin saber la vida de mierda que estaba llevando desde que nací. Sin decir nada acomodé los libros en mi estante y tomé uno para leerlo para evitar tener que ver y escuchas las palabras de mis compañeras. —Vamos a salir Dijo Beatrice otra compañera. —Ok Dije sin tomarle importancia, sabía que para ellas era una niña consentida y mimada, pero para tener todo lo que mi abuelo me brindaba debía ganármelo, ser excepcional y entre mejor era mejor me iba. —¿dónde están? Decían las monjas revisando todo a su paso. Negué donde podrían estar porque de verdad no lo sabía y no me importaba que hicieran ellas o no, no era mi problema. Sabía que una de ellas salía con un tal Éber, no dejaba de fastidiar diciendo lo que hacía con él, los fines de semana se veían en el parque o en el cine y llegaba ventilando cada detalle de su encuentro. Dos horas después mientras dormía desperté con una chica golpeándome, tras mis gritos las monjas llegaron lo más rápido que pudieron para quitármela de encima. —No debiste abrir la bocota. Su mejor amiga, la tal Beatrice buscó a la madre superiora contándole la salida de su mejor amiga sin embargo, la muy cobarde le dijo a Angela que había sido yo la que la divulgó y ambas fueron expulsadas inmediatamente. Mi abuelo por otro lado decidió que esa institución no era factible después de lo que hicieron esas niñas y cancelo mi colegiatura, me inscribió en otro colegio y al igual que el anterior era de señoritas. Mis tíos intentaron pedir mi custodia mas fue rechazada por el juez una vez más, como lo fue una y otra vez desde mis cinco años cuando notaron la forma en la que me estaba educando, sin embargo, eso no le importó al juez, su alegato desde entonces era que mi abuelo me daba lo indispensable y hasta más, pero ¿acosta de qué? no sabía que era ser feliz o saber que era tener afecto, tenía casi 13 años y me sentía una adulta en medio de unos bebés de mi propia edad. —Vamos a intentarlo otra vez, pero debes ayudar Daila, no es bueno lo que sucede contigo. La preocupación de mi tío era correcta, pero quería orgullecer la memoria de mamá, ella fue la mejor en todo y quería ser igual, no se repetiría la misma historia dos veces, no conmigo. —Lo entiendo tío. Dije limitándome otra vez. —Sé que lo haces princesa, sé que lo intentas, trata de no perderte cariño. No sabía cómo terminaría en mi adultez, pero mi panorama no era alentador, pensar en que fue por mí culpa que mi madre se fue me sentía en deuda con mi abuelo, cargaba con esa culpa, si tan solo no se hubiera embarazado de mí o si tan solo le hubiera dado motivos para quedarse conmigo y querer vivir, todo, absolutamente todo, sería muy diferente. ¿Cómo podría librarme de esa culpa? …. Pensaba constantemente, desde niña vivía lidiaba con ella y seguía atormentando mis noches. —Padre le estás haciendo mucho daño, hazme caso por favor. Suplicó mi tío para que me dejara ir con ellos. —No te metas, este es mi asunto. Con un gesto intimidante mi abuelo me hizo entrar al auto, no dije nada hasta llegar a casa, al colegio que iría no era necesario quedarme allí y lo agradecí, no quería volver vivir lo mismo. —Daila mira no quiero que vuelvas a frecuentar a Lorenzo, ellos son unos mal agradecidos, yo te estoy dando la oportunidad que tengas un fututo brillante ¿entiendes? Esos eran los típicos discursos que recibía con cada situación. —Lo sé papá Miguel y lo agradezco. Sin querer decir más subí a mi habitación, la mayor parte del tiempo sentía tristeza, pero me obligaba a no llorar y reprimir mis emociones para evitar que salieran a flote, llorar era de cobardes y yo no era una de ellas y jamás lo sería. —Apúrate a dormir Hice lo que me pidió apagué la luz y cerré la puerta, en total oscuridad las lagrimas comenzaron a salir e intenté para, pero me fue en vano. —No soy una cobarde Me decía limpiándome el rostro con gran enojo, no permitiría ser una cobarde, eso jamás, debía y tenía que demostrar lo fuerte y decidida que era, no iba a permitir que me volvieran a abandonar, si quería que alguien se quedara conmigo debía demostrar que era inigualable sin importar a que costa. —Serás la mejor de ahora en adelante Daila. Una vez tranquila me dormí. Mi mente había olvidado por completo las pocas imágenes que recordaba con mi madre, lo único que conocía era la actitud tan déspota que tenía mi abuelo para conmigo y a la que ya me había acostumbrado, pero que me hacía tanto daño.
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