Capítulo 1
Éber Faure
— Éber, pequeño ¿dónde te has metido?, sal por favor, vas ha llegar tarde a la escuela.
Soy Éber, nací en una familia tradicional donde estaba constituida por mi padre Jorge, mi madre Kathy y mi hermano mayor Marino, según mi madre éramos de una clase social importante, pero a mí lo único que me importaba era andar correteando por el jardín con mi perrito Cosco, un husky siberiano color n***o.
— Eber estoy hablando ¿no escuchas? ya es tarde.
Mi madre siempre me arruinaba mi diversión, hoy lo único que quería era enseñarle a Cosco como sentarse y dar volteretas, no quería ir a la escuela, tan solo ayer me lo trajeron y hoy tener que dejarlo solo era una mala broma.
— Quiero quedarme en casa mamá ¡por favor! no quiero dejar a Cosco solo, ¿puedo quedarme?
Por más caras de piedad que le hice ella me obligó a levantarme de dónde estaba acostado abrazando a Cosco intentando que no me separara de él.
— Éber cariño es hora, cuando regreses podrás jugar con él, corre a asearte.
Vivíamos en la mansión que mi abuelo le regaló a mi madre por su boda, no sé porqué las personas acostumbraban a estar regalando cosas tan extrañas, la ciudad acostumbraba a estar siempre nublada por lo que nuestro closet estaba repleto de abrigos y eran muy pocos los días en los que podíamos disfrutar del sol.
— ¿Cuándo regrese me dejarás jugar con Cosco? ¿lo prometes?
Mi madre parecía no querer aceptar sin embargo aceptó mientras me correteaba por toda la cocina, me tomó en sus brazos y me hizo cosquillas a tal punto de estar orinándome.
— Ya mamá, ya.
Entre risas me despachó a mi habitación, me bañé y me ayudó con el uniforme, quería que este día pasara rápido para regresar a casa, cursaba el segundo año de escuela y mi mejor amigo se llamaba Franklin, vivíamos a tres casas uno del otro y por las tardes pasábamos jugando, las compañeras eran muy raras y solo con una me gustaba jugar, aunque a veces actuaba muy raro y me enfadaba mucho, me molestaba y se volvía una molestia, decía cosas como: Éber es muy lindo y yo solo no me gustaba que dijeran eso de mí, pero tampoco me gustaba que me dijeran que soy feo.
— Pórtense bien los dos, no quiero quejas ... dijo mi mamá obligándonos a bajar del auto.
Me aferré a mi mochila como si de ella dependiera mi vida y caminé en joroba con mi rostro viendo el suelo, hoy no quería venir, Cosco debió estar extrañándome mucho.
— ¿tienes un perrito?
Preguntó animoso Franklin.
— Sí, es muy pequeño, se la pasa mordiendo todo lo que encuentre, podemos jugar con él cuando regresemos a casa, mi padre me dijo que sería mío con la condición que lo alimente todos los días y limpie donde haga sus necesidades. Es muy asqueroso, pero no tengo otra opción, Marino tiene una mascota y yo quería una también.
Marino era mayor que yo dos años, él era muy extrovertido y yo más tranquilo, nos gustaba jugar e ir a dar paseos en bicicleta por el parque, aunque mi madre pasaba muy ocupada con su celular o computadora nos llevaba tres veces por semana al parque y los fines de semana íbamos a la casa de campo fuera de la ciudad.
— Es muy asqueroso, yo no puedo tener mascotas, mi madre dice que son muy sucias y que además tienen gérmenes que podrían enfermarme, pero supongo que puedo jugar con el tuyo, mi mamá dice que es alérgica a los animales, pero nunca le escucho estornudar cuando está cerca de los perritos en el parque, creo que es porque no le agradan.
No tenía que responder a eso, supongo que existían personas que no sentían empatía por las mascotas, era raro porque son muy lindos y a mi me gustaba Cosco, no se portaba mal excepto cuando mordía los zapatos que habían en la parte de la piscina.
— ¿Éber, irás a jugar a mi casa?
— No lo creo, quiero jugar con Cosco, pero puedes ir a jugar conmigo, creo que te ibas a quedar en mi casa hoy.
Mi escuela era bastante extraña, nuestro uniformes eran de cuadros rojos hasta iniciar el colegio, a lo que me dijo mi mamá antes no se aceptaban mujeres y no entendí porqué, creo que fue porque ellas tenían otro lugar donde estudiar..
— Yo creo que sí.
Por alguna razón las clases se pasaron lo más lento que pudieron, pasé viendo el reloj y aun no era hora de irnos a casa, estaba desesperado por llegar y jugar con mi perro.
— Es cierto que tienes un perrito Éber, ¿puedo verlo?
— No lo sé, debo preguntarle a mi mamá.
Cuando creí que aun faltaba mucho tiempo para salir el timbre sonó y corrí lo más rápido que pude para llegar a casa, mi papá es el que pasará a recogernos.
— Creo que está desesperado por irse.
Ese que habló burlándose de mí era mi odioso hermano que camina con mi papá, desde ayer Marino no ha dejado de molestarme.
— Vamos Éber que ya es tarde.
— Vamos rápido papá.
Él solo se reí de mi insistencia, pero es que había pasado mucho tiempo desde que no estoy en casa, podía ser que Cosco tuviera frío o no hubiese comido, ¿y si estaba triste por estar solo?
— Tranquilízate hijo, Cosco está bien.
No es que no le creyera en mi papá, es que necesitaba asegurarme que estuviera bien y no estuviera llorando.
— ¿Falta mucho?
En el asiento de atrás iba yo moviendo mis pies desesperadamente tarareando una canción que acababa de inventar y que no tiene sentido mientras miraba por la ventada las casas vecinas.
— Quiero bajarme, quiero bajarme.
Pero mi papá le puso seguro al auto y no me dejó bajarme.
— Quiero bajarme.
— Cuando estemos adentra de la cochera bajarás, antes no, ten paciencia hijo.
¿por qué tener paciencia? necesitaba ver a Cosco, solo quería jugar con él, eso no era malo.
— Ese perro no irá a ningún lado cabezón.
Resopla mi hermano sacándose de mí un golpe en su brazo.
— ¡Éber!
Miré a mi padre e inmediatamente quité la mirada.
— Marino me dijo Cabezón.
— Debes respetar a tu hermano Marino.
Marino envolvió ambas manos al rededor de su pecho, una vez adentro de la cochera abrí la puerta y salí de prisa en busca de mi husky, estaba durmiendo en su cama y al llamarlo se levantó de prisa corriendo hacia mi moviendo su peluda cola.
— Te dije que no iría a ninguna parte.
Marino era un gran tonto, era un envidioso porque yo tenía un perro y él un hámster.
— Estaba desesperado por llegar.
En este momento todo a mi alrededor que no sea Cosco no tenían importancia excepto la cena porque estaba hambriento.
— Ve a lavarte las manos Éber para que cenes.
Mi mamá palmeó mi espalda haciéndome caminar al lavabo, mi cena me la hice básicamente tragada para seguir jugando.
— ¿a dónde crees que vas? tienes que hacer tarea jovencito.
— ¿ahora?
Ante la mirada de enojo de mamá no tenía más opción que seguir su orden e irme a mi habitación a hacer la tarea que mi maestra me asignó.
— Quiero ver esa tarea terminada cuando salgas y además no quiero ver manchones de borrador en el cuanderno Éber.
— Sí mami, ya sé.
¿Por qué hacer tarea es tan aburrido? No sería más fácil si solo no dejaban y ya, no entendía para que sirve.
— ¿Terminaste?
— Sí mami
Ella venía imponente a revisar lo que había hecho y esperaba que con suerte estuvieran correctamente para poder ir a jugar.
— ¿Cuántas tareas son?
¿Eh? Tenía que hacerlas todas, justo hoy.
— Pero quiero jugar con Cosco mami.
— Nada jovencito, has las tareas y luego vemos.
Algo me decía que esta sería una promesa más sin cumplir, una de las tantas.
— Está bien.
Dije con melancolía, ya qué, opción no tenía.
Desde lejos puedo escuchar los pequeños ladridos que emanaba Cosco y tenía tres tareas que terminar.
— Cuanto más pronto termines más pronto podrás jugar con él Éber.
Presté toda mi atención a esta aburrida tarea de español hasta terminarla, así hice con las otras dos y corrí deprisa hasta el jardín con la pelota para que Cosco la atrapara, pero en su lugar estaba Marino jugando con él ¡envidioso!
— Cosco, Cosco
Él decidió no prestarme atención por estar jugando con mi hermano, él ya no me quería y todo se debió a estar haciendo las tontas tareas por obligación de mi madre.
Con mi corazón roto me senté a llorar, Cosco era mío y solo mío.
— Deja de llorar, pareces una nenita.
Tan pronto como lo dijo me le tiré encima.
— No soy una nenita.
Mi padre al escucharnos pelear se levantó y nos separó tirándonos una cubeta de agua.
— Respétense los dos, Marino aprende a respetar a las mujeres, eso habla muy mal de ti como hombre y Éber, deja de estar pegándole a tu hermano.
Él siempre comenzaba y me terminaban regañando por su causa, solo quería que me dejara de molestar y eso era todo.
—Ahora se van a disculpar los dos.
Volteé mi cara de lado para no ver la de Marino.
— A disculparse dije.
Con toda mi mala gana abrí mi boca, no se merecía mis disculpas, pero ya que es una obligación.
— Lo siento Marino.
— Lo siento Éber.
Me fui a mi habitación a cambiar mi ropa y acostarme, ya no quería jugar con Cosco por preferir a Marino antes que a mí, se convirtió un traidor.