2.

1136 Words
2. La discoteca Gold Millennium es de lujo, acá no entras si no eres alguien que tiene mucha plata en los bancos. Y ¿saben qué? Yo nací forrada de dinero. Como la gente común suele decir refiriéndose a mí; nací en una cuna de oro, aunque yo diría que más bien nací en una cuna de diamantes, sí, de diamantes, porque aunque no lo crean, los diamantes valen más que el mismismo y oro, y, además… brillan tanto como yo. Soy Sarah Mclean, hija y heredera de una antigua dinastía, tan sólida como un diamante. Y sí, la familia Mclean Duvois por años se dedica a la extracción de diamantes, y contamos con grandes vetas en cada país de Sudáfrica. Donde haya diamantes, ahí está sentada nuestra firma. Es un hecho. La música es lo mejor de este lugar, la música y esas pastillas rosadas que me han pasado por allá… Me gusta imponer mi moda, vivo a mi gusto, porque el dinero te da poder y el poder es libertad, y la libertad es vida… Y mi vida es perfecta. Pero en días como estos, luego de lo que me ha pasado en París solo busco algo de privacidad, y retornar al sitio en el que nací me hace bien. Esta disco es genial… Me gusta venir de vez en cuando, sobre todo porque aquí nadie me conoce, o mejor sería decir que a pocos les importa quién soy… y eso es genial, la verdad… a veces. —Hey linda… ¿quieres un trago? —me ofrece alguien que no conozco. Le miro de pies a cabeza. El tipo se ve bien. —Si es un Gigi, ¡claro! —acepto, sonando amigable. Pero no vine sola, por decreto de mi amoroso padre debo, —sí, dije “debo”— ser acompañada por una chaperona. En ridículo, lo sé. Al menos Mely, que viene a ser mi asistente tiene mí misma edad, no como Ane, la anterior chaperona, que pasaba de los cincuenta y salir de fiestas acompañada por ella era como ir con mi madre… ¡y mi madre tiene cuarenta y cinco! Aunque por sus cirugías aparenta ser mi hermana. —Voy a refrescarme… —le digo, a Mely que se mantiene sobria. Se sienta frente a mí y me espanta a mis futuros amantes de una noche. ¡Maldición! Los espanta haciéndoles tontas preguntas que en un lugar como este no se hacen porque no importan. Acaba de hacerlo con el tipo que me traía un trago gratis. Le hizo la misma pregunta que a los otros “¿Tienes empleo? ¿A qué universidad va?” ¿Quién anda preguntando eso en una discoteca? Se lo he dicho, pero sé que solo sigue las órdenes de mi amoroso y controlador padre. ¡Al diablo Mely, y al diablo papá! Me dirijo hacia el hall, necesito respirar aire puro, y sacármela de encima, pero por los pasos ruidosos, sé que viene detrás… Maldita sea… He visto a un atractivo morenazo, viene con una mina flaca y fea… se lo pienso quitar… —¿Me traerías una copa de algo? —le digo sin mirarla. Y Mely va apresuradamente, como un perrito que le han lanzado el palito, va detrás de él, sin saber que le han hecho una jugarreta para abandonarlo… Es una idiota. Me apresuro y voy hacia el morenazo. Tiene buenas piernas, parece deportista y esos brazos me dan ganas de tocar y saber lo tonificados que las tiene. Llamo su atención, y me mira, con una cara de interesado, le dice algo al oído de la tipa con la que viene, y viene para acá. —¿Tienes fuego? —me pregunta. Vaya manera que tiene de romper el hielo. Le doy un beso inesperado y sumamente sensual. —Estoy hecha de fuego…—le contesto con mi voz seductora. Mis ojos claros como el cielo, siempre me ayudan en momentos como este. Es como los mantengo hechizados, a los hombres… Siempre funciona. Mely me ha visto, y viene hacia nosotros. Le tomo de la mano al morenazo y comienzo mi plan de fuga, él parece divertido, y lo toma como un juego… Aun con el ruido de toda la gente, de la música, llego escuchar el sonido de las pisadas apresuradas de Mely, es como un tormento para mí… Pero ahora… Al cruzar la puerta de salida, unos flashes nos enceguecen… Maldita sea… ¡Los flashes me enceguecen! Maldita sea… Me irritan los ojos que por la trasnochada de ayer, ¡los tengo irritados! Sé que Mely está ahí y que tiene la expresión de espanto, que tantas veces vi en su fea cara de monja que nunca folla. —Tu trabajo es hacer que esto no pase… ¡maldita sea! —chillé. Me va a dar un ataque. Mely me mira como una conejita acorralada. Mientras los paparazis, como ratas comienzan a aprovecharse del momento, y toman más fotos de mí. Esto es un verdadero desastre. Cuando mi padre se entere… —No sé de dónde salieron… —se excusa, como siempre que no hace bien su trabajo. Ella tiene mi bolso, se lo saco y me olvido del hermoso moreno que quería comerme esa noche… Es una lástima. En cambio, voy esquivando las luces y me dirijo al estacionamiento. Odio a todos esos malditos chismosos, odio que arruinen la noche. —¿A dónde vas, Sarah? —pregunta con su ridícula voz, vienen detrás de mí, pero no pienso llevarla conmigo, que se las arregle sola. —Voy a dónde se me de la gana… y vos no vienes… Date por despedida… ¡DESPEDIDAAAAAA! —Pero, pero, pero Sarah, no puedes conducir en ese estado... —Puedo porque quiero y me da la gana hacerlo… ¿Cómo te queda el ojo? ¿ah? ¿ah? Subo a mi carro, un hermoso Mustang rojo brillante. Mely me mira sin poder creérselo, pero bien merecido se lo tiene por amargarme la noche. Enciendo mi carro y salgo de ahí. De su vista. Las luces de los semáforos y de los postes de luz me enceguecen… comienzo a creer que es debido a esa pastilla rosa que he consumido sin estar del todo segura de lo que era... Siento que el mundo gira y da vueltas… Siento que las piernas no están. Pero aún así, mi pie sigue apoyada en el acelerador y no puedo detenerme ni frenar. Oh, no, mierda... La luz del semáforo está en rojo, pero no puedo frenar, giro el timón, pero es tarde, creo que he atropellado a una persona.
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