4.

1652 Words
4. A la mañana siguiente en la casa de Anton… Como a diario, estoy listo para afrontar el día a día, acompañado de mi Dulcinea…que en este caso vi ene a ser mi querida motocicleta. Es la única que no me ha fallado nunca. Mi vieja está vestida para salir. —Hijo… tengo que ir al médico, ¿puedes encargarte de la panadería hasta que regrese? —Claro que sí viejita... —Atiende con una sonrisa y sé amable. —Siempre lo soy, viejita… —Ya, pero nunca está demás hacerlo recuerdo. Sobre todo en estos días que la gente viene tan amargada y le tratan mal a uno… —No te preocupes por eso viejita, al que me trate mal lo mandaré bien lejos viejita… —No pues hijo, por eso te digo que les tengas paciencia… —me dice colocándose esa cartera grande y fea que cuida como si fuera su hijo en el hombro—. Todo es culpa de la crisis del país… —Ya viejita… pero nunca te vi a ti o mi papá siendo groseros con la gente ni cuando estábamos peor que ahora. Eso de la crisis suena a excusa, viejita… Viene hacia mí y me agarra del cachete, como cuando tenía doce años. —Sigue el buen ejemplo que te dimos hijo… sé el orgullo de tu padre… —Lo seré viejita linda…me comprometo, pero solo por ustedes. Una hora después. La Panadería es el nombre del café que mi vieja administra y para el que mi viejo elabora el mejor de los panes. También hace donuts, medialunas rellenas, y toda clase de facturas, si no sabes qué son las facturas, quizás las conozcas como masitas dulces, como los cuernitos rellenos con dulce de leche o crema pastelera, alfajores de maicena… esas cosas ricas que a uno le gustaría comer hasta por los codos y no engorar… La gente viene a comer unas facturas acompañados con una buena taza de café o mate. Es lo mejor de lo mejor. En los últimos años, mis papás le hicieron muchas refacciones y ahora La Panadería se ve como un Starbucks, solo que más hogareño y accesible a las personas. Y ahí entra uno de los clientes asiduos, lo sé porque cuando solía ir a esta hora a las clases en la universidad, a veces lo veía salir con su paquete de medialunas recién salidas del horno. —Quiero una docena de medialunas calientes para llevar —me dice y parece que no le agrada que yo le atienda. —Aquí tiene —le contesto. ¿Pagará con efectivo o tarjeta? —Efectivo —dice y me pasa el billete de cien. —Disculpa pero la docena es ciento veinte le señalo con la mejor buena onda, el letrero con la lista de los precios. El loco hace como si no se hubiera dado cuenta pero sí que lo sabía. Seguramente se aviva de la misma forma con mi viejita. El cliente me alcanza un billete de mil. —Uf, hace siglos no veo uno de mil… ¿No tiene un billete de quinientos? Recién abrimos, la caja está vacía… El cliente tuerce la boca como si le hubiera ofendido y me alcanza uno de doscientos. —Aquí tiene su vuelto —le alcanzo el cambio y se retira sin agradecer. Al instante entra una doña con sus dos hijas, ambas lloran y se ve que van a la escuela. —Tres medialunas —me ordena y me paga con uno de quinientos. No tengo cambio. —¿Será que tiene cinco pesos? —le pregunto. —Es lo único que tengo… Mi cambio por favor, que vamos con prisa. Busco en mis bolsillos y a duras penas reúno para el cambio. —¿La doña que atiende? —pregunta inconforme con que sea yo quien la atienda. —Volverá dentro de unas horas. Se fue al chequeo médico… —Menos mal —dijo la mujer al recibir el cambio. No se despidió ni nada. Así como van las cosas será una mañana pesada. La puerta vuelve a abrirse. Es una vieja amiga de la escuela. —¿Qué cuentas Anton? —saluda Mely. —Mira a quién trajo el día… —le digo con una sonrisa de alivio, al ver que esta vez es alguien con buena onda. Es Mely, la chica nerd del curso. Por su pinta parece que le está yendo mejor que a mí. Aunque esas ojeras hablan de trasnochadas, seguramente la pasa bien. —¿Qué dices Anton? Si yo siempre vengo por donuts. Si no me crees pregúntale a doña Luz… —dice ella acomodándose en una de las mesas. —¿Por qué no te creería Mely? Si sé que mi viejo es un crack de las masas… literal. —Eso es cierto. Todos los días desayuno dos y llevo otras dos para mi jefa… ¡ay, no sabes lo desquiciada que se pone cuando no le llevo un par… es capaz de matarme! —No exageres pues… —Es verdad Anton… Oye, apropósito ¿Qué tal la universidad? —Ay, amiga lo dejé hace meses… —¿Por qué? Si eras de todos nosotros el que mejor futuro tenía.. —Es una larga historia… —le digo para no ahondar en mis penas a la primera—. Pero cuéntame de ti; ¡tienes unas ojeras de mapache! Seguro estuviste de fiesta… ¿ya tienes novio? —¡No, qué va! Es este trabajo que tengo… —¿Sigues en eso de asistente? Al menos la paga debe ser buena… ¿no? —Sí, pagan bien, no me quejo, pero la verdad es que cuando termina el día quedo con los nervios destrozados… —dice blanqueando los ojos. Yo ya quisiera tener un trabajo como el que tiene. Podría pagar las deudas de mis viejos, terminaría la universidad… la envidio, de verdad la envidio. —¿Trabajas turnos nocturnos? —le digo de una, mierda— ¿Podrías darme una mano? Aquí las cosas van cada ves peor… Mely cambia de expresión. Soy un idiota. No debí mencionarlo. —Me queda algo de tiempo cuéntame qué pasa… —me dice, y parece que de verdad le interesa. Pero no sé si será buena idea contarle. —No quiero agobiarte con mis problemas.. —¿Por algo somos amigos no? Además, aún te debo una por lo que hiciste por mí esa vez… —Ya no andes recordando esas cosas… —Ok, pero cuéntame, seguro no es tan grave y andas de dramático… —Está bien, pero acomódate… voy por café. —Si puede échale un chorrito de leche, ¿vale? —Como quieras jefa. —¡Ay vos siempre gracioso…! Al volver con las tazas de expreso bien calientes, la encuentro revisando el celular. Como no hay clientes me siento a lado y le narro de pe a pa todos mis problemas y Mely me escucha como toda una terapeuta con doctorado y todo. —Qué macana lo que me cuentas Anton… y creo que hiciste bien confiándome tus penas… —Che, parece que vas a sacar de las mangas un cheque… —No pues, tampoco soy millonaria… pero lo es la hija de mi jefe… —al decir eso pone cara de maldad—, y esa malcriada me tiene harta con el maltrato… “Mely soluciona esto” “Mely eres una inepta” “¡Mely!” “¡MELLLLY!” Por su culpa odio escuchar mi nombre —Mely se pone colorada y respira hondo para moderar su voz—. Con decirte que anoche me ha despedido… —No me digas… —Es la quinta vez que lo hace en esta semana… y me tiene podrida, Anton… —su expresión se distorsiona por la ira y sus pequeños ojos son dos puntos en su cara redondeada. —¿En qué estás pensando che? No me hagas asustar con esa cara… —le digo sin pensar en mis palabras. —Anton… quiero que seas sincero… pero digo completamente sincero conmigo —lo dice con seriedad. —Pues claro que lo soy, por algo somos amigos ¿o no? —¿Me consideras fea? ¿Pero qué clase de pregunta era esa? Si le decía que no, estaría mintiendo. Si le decía que sí, seguro se pondría a llorar… Tenía que zafar, es mi amiga y no quiero hacerla sentir mal. —No hay mujer fea —le digo. Esa frase tenía que servirme en momentos como este. Tengo que cambiar el tema o al menos desviarlo y agrego— .Pero entonces… ¿Te despidió o no? —Sí y no… Pero como te lo estoy diciendo le tengo rabia. ¡MUCHA RABIA! Es una rubia desabrida y siempre anda diciendo que soy fea. Anton, no la soporto, es una malcriada… Mely se toma su tiempo, trata de calmarse y suspira. —Toma un poco de café para los nervios… aunque dicen que el café te aumenta la energía… —le digo para que se calme un poco. Mely bebe un sorbo. —Y por eso pienso hacer justicia para la pequeña Mely —dice ella misma. —¿Cómo? —no entiendo nada y pregunto. —¿Cómo qué? —pregunta ella. —Que cómo lo piensas hacer… —le aclaro. —Se me ha ocurrido un plan diabólico Anton… ¡en la que tú eres parte del tablero! —¿Tablero? ¿Qué tablero? —Como del ajedrez pues…
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