Capítulo 1

1809 Words
1 Vicealmirante Niobe, Centro de Procesamiento de Novias Interestelares, la Colonia —Corre. Sabes que me gusta perseguir. Te atraparé, y entonces… La profunda voz del hombre era como un tosco susurro, pero lo escuché desde el otro lado del inmenso espacio que nos separaba como si estuviese justo a mi lado. No necesitaba terminar su oración. Sabía lo que me haría cuando me atrapase. Hacía que mi piel se erizara con conocimiento y que mi sexo se contrajese con deseo. Yo era rápida. Él era más rápido. Yo era astuta. Él era despiadado. Yo era una cazadora. También era a quien él cazaba. Era su presa. Su deseo. Su compañera. Y cuando me encontrara, me tomaría. Me daría órdenes. Me llenaría. Me follaría y me haría suya. Por completo. No escapaba de él porque no lo quisiera. Escapaba porque sí lo quería. Mi corazón latía con fuerza, no porque estuviese exhausta, sino porque excitada. Ansiosa. Y así corrí más deprisa, pues la cacería era parte del cortejo. No permitiría que un hombre que no fuese digno me reclamara. Y no me reclamaría si no lo ponía a prueba. El terreno era empinado, los árboles frondosos y el follaje encapotado que pendía sobre nuestras cabezas bloqueaban una buena parte de la luz del sol. El aire se sentía húmedo, cálido. Casi sofocante. Sonreí mientras rodeaba rápidamente un gran árbol y saltaba sobre un tronco caído. —Estás húmeda por mí. Puedo olerte desde aquí. Solté un gemido porque era verdad. Estaba mojada y necesitada. No solamente acalorada por la persecución o por los kilómetros que habíamos recorrido. Sentía desesperación por su polla. Él se movía tan velozmente que sus pasos eran silenciosos sobre el suelo. Sin embargo, lo oía con la misma facilidad con la que él me oía a mí. Su respiración era superficial; el sudor le cubría la piel. Respiré su aroma. Reconocería su oscura fragancia en cualquier lado. En cualquier momento, por el resto de mi vida. La mayoría de las mujeres se detendrían. Esperarían. Dejarían que sus compañeros las atraparan. Dios, la mayoría de las mujeres ni siquiera correrían, en primer lugar. Pero yo no era como la mayoría de las mujeres. Yo era everiana. Una cazadora por derecho propio. Una guerrera. Y por tal motivo me movía todavía más deprisa. El suelo debajo de mis pies se veía borroso; mi cabello volaba en mi cara por el ritmo que llevaba. —Cuando te tenga debajo de mí, compañera —gruñó—, sabrás a quién le perteneces. Quién es el dueño de tu sexo. Te correrás cuando yo lo diga. En mi polla. Debajo de mi boca. Me distraía pensar en su cabeza entre mis piernas, en su lengua en mi clítoris, dando vueltas y provocando ese inflamado c*****o. Me tropecé, pero no caí. —Ah, compañera. ¿Quieres sentir mi boca en ti? —Había oído mi traspié—. Entonces déjame atraparte. Me reí y entrecerré los ojos cuando irrumpí en un claro. —Nunca. Cuando lo oí gruñir, mi corazón saltó de alegría. Quería mi lucha. Mi espíritu. Mi necesidad de demostrar mi fuerza antes de rendirme. Porque lo haría. Me deleitaría con su dominancia. Con su fuerza. Pues, aunque finalmente me entregaría, yo tendría el poder sobre él. Mis pensamientos me distrajeron, porque todo estaba en silencio. Ninguna pisada. Ninguna persecución. Solo se oían los animales del bosque y el viento. Ya no me perseguía. Su táctica cambió. Bajé la velocidad y me detuve cuando todo seguía en silencio. Dándome la vuelta, miré en todas las direcciones. Busqué. Escuché. Sentí. Lo escuché de nuevo. Un latido. Una respiración. Inhalé lo que solo le pertenecía a él. Aroma oscuro. Me giré sobre los talones, allí estaba. Frente a mí. Tuve que echar la cabeza hacia atrás para encontrarme con sus acalorados ojos. —¿Cómo...? Él sonrió; la sonrisa era feral y, aun así, dulce. —No importa, compañera. —Su pecho se expandió mientras tomaba una bocanada de aire. Me irritó. No me vencería tan pronto. Hui. Él se rio. Me atrapó de nuevo. No tenía idea de cómo lo hizo, pero no pude distinguir su ubicación hasta que estuvo sobre mí. Parecía como si lo hubiese cubierto una capa, protegiéndolo. Ocultando sus movimientos. No conocía esta habilidad. Pero la demostraba, pues de pronto me tomó, me giró y me estampó contra un árbol. Me tocó como si estuviera hecha de cristal, aun con la agresividad que corría en nuestras venas. —Ríndete —gruñó. Su mano se posó en mis caderas y la otra en el árbol, junto a mi cabeza. Toda la longitud de su m*****o se presionaba contra mí. Cada duro centímetro de él. Sentí su polla, el grueso falo contra mi estómago. Me sentía indecisa. El poder de la unión dividía mi concentración. Quería escapar. Correr. Ser perseguida una vez más. Más. Necesitaba la emoción que venía con ello. Sin embargo, a la vez ansiaba su tacto. Sus latidos. Su dureza. Quería desplomarme de rodillas ante él. Despojarme de mi ropa y exponerme, recostarme en la hierba y separar mis muslos. Quería ponerme en cuatro, mirarlo por encima del hombro y observarlo mientras me montaba. Mientras me reclamaba. Mientras me tomaba con fuerza, justo como lo necesitaba. Una enorme mano se posó en mi barbilla y levantó mi cara hacia la suya. —Dila. Di la palabra que te hará mía. Tragué, luego me relamí los labios. Él estaba aquí. Me encontró. Me cazó. No había nada más que pudiese hacer, o quisiera hacer. —Sí. Cayó de rodillas ante mí, me quitó las botas y los pantalones para que estuviese descubierta de la cintura para abajo. Era tan rápido en desnudarme como lo era cazándome. En un segundo, mis piernas quedaron sobre sus hombros y su boca se posó sobre mí. Allí. Su cuerpo me apretó contra el árbol. Me elevó del suelo sin que yo me sujetara de nada, excepto de su cabeza, donde mis dedos se enredaban en su cabello. Me lamía, separándome, encontrando mi clítoris y rodeándolo. Un sonido primitivo retumbaba en su pecho mientras me llevaba al orgasmo. Sabía que le empapaba el rostro, muy deseosa, y el clímax fue muy intenso. —¿Por qué? —pregunté, cuando pude recobrar el aliento. Él no movió la cabeza mientras besaba las profundidades de mis muslos, sino que alzó la mirada para ver mis ojos. —¿Por qué me arrodillo ante ti cuando eres tú quien se va a someter? Asentí, y mi espalda golpeó la dura corteza. —Tu cuerpo, tu placer, es mío. Eres mía. Aunque pueda ser quien está arrodillado, tú me lo darás todo. No podía ver el grueso contorno de su falo, pero sabía de su dureza. Deseoso de follar. —¿Y qué me dices de ti? En un instante, quedé recostada sobre la suavidad del suelo, aunque mis piernas seguían sobre sus hombros. Él se movió para abrirse los pantalones, sacar su m*****o, alinearlo en mi entrada y empujarlo profundamente. —¡Sí! —grité al sentirme tan atiborrada, ante la sensación de él dentro de mí. Estirándome. Reclamándome. —Ahí está de nuevo esa palabra. Tu consentimiento. Tu sumisión. Se apartó, yo gimoteaba, y en un abrir y cerrar de ojos quedé apoyada sobre mis manos y rodillas mientras él me montaba. Entonces me tomó con fuerza. Su firme cuerpo se curvaba a mis espaldas; su boca seguía en mi cuello, pellizcando el sitio donde mi pulso palpitaba, mordiendo la coyuntura entre mi cuello y hombro. —Mía. Palpé el húmedo suelo para buscar algo a lo que aferrarme, pero no había nada. Nos resbalábamos por el suelo del bosque, y los sonidos de nuestra carne chocando entre sí, del mojado movimiento deslizante de su polla dentro y fuera de mi sexo, todo podía oírse. Habíamos espantado a los animales. Nosotros éramos los animales. Salvajes y frenéticos. Tanto que me embistió profundamente y grité, lista para correrme otra vez. —Qué coño tan codicioso. Muy húmedo. Perfecto para mí. Tú eres perfecta para mí. Mía. —¡Sí! —¡Dámelo todo! Sabía de lo que hablaba. No solo pedía mi orgasmo, sino mi cuerpo. Mi alma. El interior de mi sexo lo apretó con fuerza, metiéndolo más profundamente, deseándolo, necesitando cada grueso centímetro de su m*****o. Grité mientras me corría; el sonido hacía eco por todo el bosque, por todo el terreno en donde me había perseguido. Me embistió hasta el fondo. Se tensó. Gruñó. Se corrió. Y sentí el calor de su semen al liberarse, al hacerme suya. Y él era mío, pues, aunque fuese él el dominante, le había dado el mayor de los placeres. No estaría completo sin mí. Y yo… me rendí ante todo. Voluntariamente. Feliz. Por completo. Mis ojos se abrieron y jadeé. —¡No! —grité, fue la única palabra que resonó en las paredes de la simple habitación. —Estuvo así de bien, ¿eh? Parpadeé, alzando la mirada al presumido rostro de Kira. Mi amiga se inclinó sobre mí, pero se echó para atrás cuando me senté bruscamente. Me froté los ojos con las manos. Cielos, fue intenso. Muy real. Pero todo había sido un sueño. Un estúpido sueño de la prueba de novias. Rachel, otra mujer terrícola que había sido emparejada con el gobernador de la Colonia, permaneció callada, pero la esquina de sus labios se curvaba. Sí, se reía por dentro. El doctor Surnen, quien estaba a cargo de todas las pruebas en este planeta, sostenía su tableta al otro lado de la silla de pruebas. No estaba segura de si callaba porque sabía que las pruebas involucraban intensos sueños sexuales o porque era la primera mujer a quien había evaluado, y no estaba seguro de qué decir. Por lo que me dijeron, actualmente era la única mujer sin emparejar en el planeta, además de la madre de otro hombre terrícola, Kristin. Este doctor normalmente no les hacía las pruebas a las mujeres. Solo evaluaba a los soldados integrados que eran transferidos aquí luego de escapar de su cautiverio. Sabía que mis pezones estaban duros, pero definitivamente no se lo iba a comentar al doctor. No tenía una erección porque no tenía polla, pero mis partes femeninas estaban adoloridas por el sexo que vívidamente imaginé… pero que no tuve. Estaba caliente. Más caliente de lo que nunca había estado en la vida. ¿Se suponía que las pruebas fuesen crueles y que te dejaran bien caliente y alterada sin la oportunidad de aliviarte? ¿Eran así para que la persona que fuese evaluada estuviera tan desesperada por correrse que siempre aprobara la unión solo para conseguir ese sexo? En este punto, con mis pezones traicioneros y mi sexo contrayéndose, deseando un falo que lo llenase, probablemente aprobaría la unión con un planeta entero, cuyos hombres fuesen azules y tuvieran dos pollas. —Vine aquí para visitaros a ti y a Angh, no para que me evaluasen —le recordé a Kira, y no por primera vez. Ella entrecerró los ojos. —Hiciste ambas cosas. Fue un viaje muy productivo. Me levanté de la silla de pruebas y me estiré. Una mala idea, ya que solo logró que se frotaran mis pezones contra la tela del uniforme de la Academia. Gimoteé. Rachel se reía. —No me agradas —gruñí y le lancé la mirada malvada de líder de la Academia, la cual usualmente hacía que los cadetes se mearan en sus pantalones. Ella solo se rio más fuerte.
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