Capítulo 2-1

2036 Words
2 Quinn, cazador de élite; Latiri 4, Base de integración de la Colmena, sector 437 Unos pesados grilletes me rodeaban las muñecas y el cuello; la sangre coagulada era la única señal de las intenciones de las unidades de integración. Volverme uno de ellos. Parte de la Colmena. Controlarme. Controlar mi fuerza y mis habilidades de cacería. Controlar mi mente. Moriría antes de rendirme ante el zumbido en mi mente, un sonido que se hacía más fuerte con cada ronda de inyecciones. Perdía más de mi mente, aun cuando sentía que mi cuerpo se volvía más fuerte. Había visto a dos de mis amigos de toda la vida, dos cazadores de élite como yo, morir retorciéndose en sus celdas. Pero ellos no se habían convertido en el enemigo. Habían luchado hasta el final, y le negaron a la Colmena lo que quería. Más soldados. Guerreros de élite. Mis hermanos no le dieron aquello que quería el bastardo azul de la Colmena. Yo era el último que quedaba. El último cazador de élite en estas celdas subterráneas. Su última oportunidad de tener éxito. Los otros habían luchado contra él hasta el final. Así lo haría yo. —Veo que estás despierto, cazador. —El alienígena azul oscuro era una mezcla entre plata y un oscuro e intenso color azul. Sus ojos eran casi negros. Completamente opacos; no había nada tras ellos, ni un brillo de emoción, ni alma. No era el azul de un cielo luminoso, sino algo más oscuro y aún más siniestro. Sabía que me enfrentaba al infame nexus, uno de los míticos líderes, o creadores, de los sistemas de la Colmena. Mi información venía directamente desde la CI, la Central de Inteligencia de la Flota de la Coalición. Menos de un puñado de personas habían visto a uno de estos, y todas eran mujeres terrícolas del nuevo planeta de la Coalición llamado Tierra. —¿Qué es lo que quieres? No me gustan los hombres, y no me gustan las cosas azules, así que no te emociones. —El nexus frunció los ojos, pero no mostró más reacción. Sabía lo que quise decir. Podía sentir su irritación en el aire. —No tengo deseos de procrear contigo. —Gracias a los dioses por ello. Eso lo irritó aún más. —Puedes tratar de bromear, cazador, pero no te salvará. Al final serás mío. Sacudí la cabeza y lo miré a los ojos, lo cual hizo que el ruido en mi cabeza incrementase hasta convertirse en un rugido; el dolor era como agujas perforándome los ojos, pero mantuve la mirada y lo desafié a matarme. —No, yo seré un guerrero muerto más, y tú un fracaso. El nexus bufó, alzó la mano y me golpeó en la mejilla. Los nexus no eran como sus drones. Los nexus reaccionaban. Se referían a sí mismos en primera persona, no en tercera. Estaban vivos. Eran individuos. Podían ser manipulados. Sentir miedo. Ser burlados. Sonreí a la criatura azul incluso mientras levantaba la mano para avisar a uno de sus drones que empezase con otra ronda de inyecciones. Las agujas me perforaban el cuello y las muñecas, escarbando profundamente, llenando mi cuerpo de tecnología microscópica de la Colmena: nanocitos tan pequeños que los doctores de la Coalición no tenían la esperanza de extraerlos de guerreros contaminados como yo. Si sobrevivía, mis días de cacería probablemente habrían terminado. Dependiendo del alcance de las integraciones, podría ser exiliado a la Colonia, inútil y olvidado. No había esperanza para mí, pero mantuve la sonrisa en mi rostro mientras el nexus se alejaba. Cuando se fue, me recosté contra la pared. Me dejaron el uniforme puesto cuando me capturaron, pero tomaron mis armas. El traje mantenía regulada mi temperatura corporal, aliviándome, pero no podía hacer nada para resguardar mi mente de la cruda realidad de esta cueva, de toda la base o de la estación de transporte a la vista desde mi celda. Veía llegar a nuevos cautivos por docenas: prillones, vikens y humanos, atlanes y xerimianos; aunque menos de los últimos dos, pues eran muy peligrosos para tenerlos en gran cantidad. Había todavía menos cazadores everianos como yo. El hecho de que el nexus estuviese dirigiendo un complejo de integraciones aquí, en este planeta, justo bajo las narices del comandante Karter, era más que siniestro. Demente, incluso. Nadie sabía que estábamos aquí. Justo aquí, donde no nos buscaban porque asumían que no estaba la Colmena. El pensamiento me llenó de furia, la adrenalina corriendo por mi cuerpo intensificó el volumen en mi cabeza una vez más. No podía permitirme tener emociones. Debía estar calmado si iba a luchar contra la tecnología de la Colmena para permanecer cuerdo; si iba a ganar esta guerra con el bastardo azul que trataba de quebrarme. Respirando profundamente, desaceleré mi ritmo cardíaco e imaginé a mi amigo Zee, cuyo rostro estaba lleno de cicatrices, y a su nueva compañera allá en Everis, viviendo una pacífica y alegre vida. Si Zee tenía suerte, tendría dos o tres pequeños corriendo por ahí todos los días, y su hermosa compañera terrícola, Helen, se rendiría a su tacto todas las noches. Había deseado a una mujer propia, una tierna y sumisa mujer que necesitase una mano fuerte que le diese comodidad y placer. Incluso me registré en el Programa de Novias Interestelares y pasé por las pruebas de unión, siguiendo todos los protocolos. Eso había sido meses atrás. Ninguna compañera llegó para compartir mi vida, ninguna mujer había sido emparejada conmigo. Quizá estuviese muy destruido. Quizá tuviese demasiadas cicatrices adentro. Estaba demasiado lleno de ira. Sabía que ya no era un hombre apto y, aun así, mantuve la esperanza. No obstante, mirar los fríos y negros ojos del depredador nexus durante los últimos días logró que la esperanza de tener una compañera se desvaneciera junto con los demás. No necesitaba esperanza, aquí no. Necesitaba fuerza. Una actitud desafiante. Determinación. Voluntad. El nexus no me quebraría. Podría matarme, pero no me quebraría. Niobe, Centro de Procesamiento de Novias Interestelares, la Colonia Kira vino y me abrazó, lo que hizo que me tensara sorprendida. —¡Sí, te gustó! —dijo ella. Puede que hubiéramos trabajado juntas en la Academia, durante las misiones secretas para la CI, pero no quería decir que quisiese que me apretara—. Ya está. Es como una inyección cuando éramos niñas. Pensarlo era peor que el pinchazo en sí. ¿No estuvieron bien las pruebas? Ella no dejaba de provocarme, pues me guiñó el ojo al terminar la pregunta. —Conoces mi postura sobre tener un compañero. Tengo treinta y seis años. Llegué hasta aquí sin uno, así que ya me parece algo tonto. —Y aun así tú misma te sentaste en la silla. Nosotros no te obligamos —dijo Rachel finalmente. Tenía razón. También la odiaba. Suspiré. Me habían pedido que me tomara un tiempo de la Academia, pero no tenía familia a la que visitar. Aun cuando era mitad everiana y había vivido en el planeta por dos años antes de unirme a la Coalición, no sentía que perteneciese ahí. Nunca iría a uno de los planetas lejanos por vacaciones, y no habría venido a la Colonia si Kira no me hubiese invitado. Como insistió más de una vez, cedí; —no la vistaba no porque no me cayese bien, sino porque no me gustaba el hecho de estar sin trabajar—, y por tal motivo aterricé en esta estúpida silla de pruebas. Y eso sin estar ebria; podía beber a la par del más grande atlán gracias a la ascendencia rusa de mi madre y a mi predilección por el vodka, lo cual parecía ser parte de mi ADN. No obstante, no era parte de mi ADN el deseo de tener niños. Una familia. Lo que fuera que un compañero de la Coalición esperaría de una novia. Podría tener útero, pero no estaba disponible para nada de ese rollo. Para nada. —Lo sé —respondí, deslizando mis manos por mi uniforme, eliminando arrugas que no existían. Ellas no me forzaron a tomar las pruebas, pero lo hice sin ninguna emoción. ¿A quién conseguiría? Era mitad humana, mitad everiana. Nunca encajé en la Tierra mientras crecía, y solo era una terrícola en Everis. Era, como siempre, la rara. No me gustaba estar de mal humor o fuera de control, y todo lo que sentía era alboroto, sudor y el cabello despeinado como si hubiera terminado de follar. Pero sin que hubiera sucedido. Dios, ¿quién era esa pareja con la que había soñado? Eso sí era una relación. Una intensa. La conexión era increíble. ¿Y esa forma en que la mujer se había sometido a su compañero? Sí, esa parte no funcionaba para mí. No me sometía a nadie. Como la vicealmirante a cargo de toda la Academia de la Coalición, no necesitaba un compañero que me mangoneara. Podía ciertamente aprovechar su polla, sin embargo. Eso definitivamente podía mangonearme, especialmente en la forma que el macho de mi sueño lo había hecho. Dios, sí. Pero una polla sin un hombre solo era un dildo, y ya tenía suficientes. —No estás obligada a tener bebés —me recordó Kira, como si hubiera sido capaz de leerme la mente. O me había oído refunfuñando constantemente sobre por qué no debería ser una novia desde que ella y Rachel lo sugirieron. —Ambas lo hicisteis —repliqué, mirándolas. No tenía montones de amigos porque en la academia debía permanecer separada de los estudiantes y la mayor parte del personal. Estando a cargo, simplemente no podía hacer amigos. Estas dos mujeres me habían tomado bajo su ala durante mi visita, incluso cuando no estuve muy emocionada por ello. Sabían que era fastidiosa, muchas veces insoportable por mi habilidad de ver las cosas solo en blanco o n***o, no literal sino figurativamente. Pero eran terrícolas y era genial poder hablar de cosas de la Tierra. Secadores de pelo. Helado real hecho con leche de vaca, un animal que solo existía en la Tierra. No me sentía tan… diferente. De alguna forma, ambas me marearon con lo de estar soltera todo este tiempo. Iba seis misiones de la Coalición tarde para tomar la prueba y tener un compañero. Era una solterona y estaba bien al respecto. —No somos como tú —respondió Kira—. Queríamos hacer bebés. Claro. —Doctor Surnen, dígale a la vicealmirante que no está obligada a tener montones de bebés alienígenas para su compañero —dijo Kira. El doctor, quien se desplazó para sentarse en una silla con ruedas, me lanzó una mirada. —La vicealmirante no necesita que se lo repitan —dijo—, no insultaré su inteligencia. Un prillón listo. Sonreí y asentí al hombre. —Bien —murmuró Kira—. Entonces lo haré yo. Eres lista, pero tienes la cabeza metida en el culo en esto. Las pruebas te emparejan con tu compañero perfecto, lo cual significa que, si no quieres hijos, entonces las pruebas lo saben. No se te emparejará con un hombre que quiera doce bebés si es tu pareja perfecta. Miré al doctor, quien asintió. —Bueno, no es como si un emparejamiento ocurriese inmediatamente —dije, caminando a la puerta, hacia el cuarto de pruebas que era parte de la unidad médica—. Volveré a la Academia y puedo esperar. He oído de algunos guerreros aquí que han estado esperando por años. El doctor se despejó la garganta y todas miramos en su dirección. —Lamento decepcionarla, vicealmirante, pero sí ha sido emparejada. Mi boca se abrió de par en par. Mi corazón se hundió. —¿Qué? Kristen y Rachel se rieron, aplaudían con las manos como animadoras de un show de porristas. ¿Por qué estaba con ellas? —Ha sido emparejada. —Lo oí la primera vez —bufé hacia el doctor—. ¿Eso qué significa? —Significa que ha sido emparejada en Everis, y con un cazador de élite. —Claro, fuiste emparejada en Everis —dijo Kristen—. Tiene sentido ya que eres mitad everiana y tienes una marca. Volteé mi mano y miré la marca sobre mi palma. Mientras crecía en la Tierra, pensaba que solo era una marca de nacimiento. Pero cuando fui a Everis, supe que era mucho más para ellos. Para mí no significaba nada. No esperaba un compañero con la marca, obviamente, ya que recién pasaba las pruebas. Y recién me emparejaban. —Ni siquiera sabía que era mitad everiana hasta que esos cazadores me encontraron en la Tierra a los catorce años. Para mí, tener la marca despertada era como magia, y no creo en eso. No, no soy una romántica esperando esa clase de sucesos. Soy… realista.
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