POV Gianella
El corazón me latía acelerado, no me gustaba que la gente me mirara, y ahora estaba aquí en el medio de un pequeño estrado esperando a que algún hombre hiciera una oferta por una cita conmigo. No había sido difícil para las otras chicas, pero todas eran iguales, altas, rubias, ojos azules y vestido en alguna tonalidad de rojo, ahora que lo veo, Nathali estaba perfecta para esto.
La subasta estaba por comenzar y yo apenas podía controlar mis manos. Entonces las use para apretar mi cartera.
Nunca había hecho algo así. Ni siquiera conocía bien al hombre que organizaba todo esto, pero era para ayudar a la gente de la asociación a la que Nathali y yo pertenecemos así que toda ayuda era necesaria.
El presentador carraspeó y su voz se alzó por el salón:
— ¡La subasta comienza en mil dólares! ¿Quién da más?
Una voz masculina se oyó desde el fondo:
— Dos mil.
Después, otra:
— Cinco mil.
Levanté la vista y lo vi. Era Bruno Laughton. Cantante, famoso, sonrisa perfecta. No lo conocía en persona , pero si había escuchado su música y era uno de mis cantantes favoritos.
— Diez mil — dijo otra voz. Esa voz. Grave, con autoridad. Un eco que me atravesó el estómago.
Ares.
Lo busqué entre la multitud y lo encontré, apoyado en la silla como si estuviera en su trono. Solo. Elegante. Imperturbable. Su mirada fija en mí, con una intensidad que me hizo tragar saliva.
No, no, no. No quería que él ganara. Cualquier otro, menos él.
Había algo en Ares que me descolocaba. No sabía si me atraía o me irritaba. Tal vez ambas. Era tan seguro de sí mismo, tan… hombre. Ese tipo de hombre que te hace sentir desnuda con solo mirarte.
Y ese no era el tipo de poder que quería que alguien tuviera sobre mí.
— Veinte mil — dijo Bruno nuevamente.
— Treinta — respondió Ares, sin titubear.
— Cuarenta — Bruno nuevamente. Vamos, Bruno, tú puedes, pensé con ironía.
— Sesenta — Ares y me tensé.
— Ochenta mil — Bruno. Su tono ya era más forzado. Competitivo.
Ares se inclinó ligeramente hacia adelante, pensé que se había rendido pero luego dijo:
— Cien mil.
La sala entera se quedó en silencio, a mi se me secó la boca. ¿Cien mil? ¿Acaso estaba loco? No entendía por qué lo hacía. ¿Era un juego? ¿Orgullo? ¿Diversión? ¿Simplemente podía y ya?
Me hervía la sangre. Me sentía expuesta, subastada, comprada. Pero también… había algo más. Algo retorcido en la forma en que mi cuerpo reaccionaba a ese hombre, ese arrogante de ojos azules, que acababa de pagar cien mil dólares por una cita conmigo.
Y una parte de mí, una parte que odiaba admitir, se sintió halagada.
— ¡Vendida! — gritó el presentador con voz emocionado. Bruno se rindió. Ares se levantó. El presentador sonreía como si esto fuera una película romántica.
— ¡Y el ganador de la cita con la señorita Gianella Moore es… el señor Ares Reed!
Los aplausos sonaron de fondo, pero yo no podía escuchar bien. Tenía un nudo en el pecho, mi orgullo lloraba, sentía rabia, pero al mismo tiempo ansiosa de compartir un momento con ese hombre. Todo mezclado como una tormenta.
Él subió al estrado, y cuando estuvo frente a mí, lo odié un poco por verse tan perfectamente tranquilo. Como si yo fuera solo un trofeo más.
Extendió la mano hacia mí, como quien ofrece una promesa sin pronunciarla. Titubeé apenas un segundo antes de corresponder al gesto.
Y al tomar su mano, una sensación extraña recorrió mi cuerpo. No era tangible, ni siquiera fácil de explicar, pero fue como si algo dentro de mí se activara. Una conexión silenciosa, inesperada, casi incómoda por su intensidad.
Inmediatamente lo miré, sorprendida, no por él, sino por mí. Por lo que había sentido.
— Ares — dijo, sin perderme de vista.
— Gianella — respondí , mi voz más baja de lo que esperaba pero trate de verme firme y decidida.
Nuestras manos aún seguían juntas, más tiempo del necesario. Maldición. Su toque era suave, pero firme. Soltó mi mano de una manera brusca, me obligué a sonreír, una mueca afilada, contenida.
— Ares, la mesa para la cita está en ese rincón apartado. ¿Vienes? — pregunté algo nerviosa.
— No puedo quedarme — dijo, dando un paso hacia atrás, alejándose de mí.
— ¿Entonces todo esto fue solo para marcar territorio? — No se respondió solo se alejaba más — Entonces no le molestara que tenga mi cita con el otro caballero que pujó por mí.
— No soy de compartir lo que me pertenece y tú eres mía — soltó y mi cuerpo tembló. Tragué saliva para poder aclarar mi garganta, aunque pensé que me había dejado muda.
— ¿Suya? ¿Se refiere a la cita? Yo cumplo sí con mi compromiso con usted, aunque no sea hoy.
— Qué bueno que seas cumplida porque yo no soy un compromiso cualquiera.
Y entonces se giró, como si él tuviera el derecho de cerrar el telón cuando quisiera. Pero justo antes de irse del todo, sin mirarme, dijo:
— Te buscaré mañana — No era una pregunta, era una orden y lo peor es que una parte de mí quería que lo hiciera.
Me bajé del estrado sintiendo las piernas de plomo.
El aire seguía espeso, como si la mirada de Ares aún estuviera clavada en mi piel. Caminé hacia una de las mesas al fondo, buscando refugio entre copas y luces suaves
.
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué pujar por mí si no pensaba quedarse? ¿Por qué aparecer así, irrumpiendo mi noche, como un huracán que promete arrasar pero nunca termina de tocar tierra?
Me senté, cruzando las piernas con más elegancia de la que sentía. Tomé una copa de vino, necesitaba calmarme. Observé a la gente “buscando a Nathali” pero en mi interior sabia que lo buscaba a él, a Ares.
Entonces, escuché una voz detrás mio.
— Espero no estar interrumpiendo — dijo una voz cálida, con un dejo de ironía suave que me hizo sonreír antes de mirarlo.
Bruno.
Lo reconocí de inmediato. Alto, pero no imponente. Tenía el tipo de belleza que no gritaba, sino que susurraba cosas bonitas al oído.
Cabello oscuro, algo despeinado, como si hubiera pasado la tarde componiendo en lugar de peinarse. Ojos miel, cálidos, expresivos, como si cada emoción le pasara por ellos antes de hablar. Vestía con elegancia pero informal, una camisa de lino claro abierta en el cuello, colgando una cadena fina con un dije que no llegué a ver.
— Tal vez sí interrumpes — le respondí, alzando una ceja — pero puedes sentarte si deseas.
Sonrió, y fue como una canción.
No tenía la frialdad de Ares, no esa energía cargada de dominio. Bruno era diferente. Más luz de atardecer que tormenta. Más verso que sentencia. ¿Por qué lo estaba comparando con Ares? Ni yo misma sabía.
— Me habría encantado ganar la subasta — dijo, sentándose frente a mí sin esperar permiso — pero supongo que cien mil es un número difícil de superar sin vender un riñón.
— O dos — dije, y él rió, un sonido real, sin esfuerzo.
— ¿Ese tipo es tu novio? —preguntó, con una mezcla de interés y algo que parecía… decepción.
— No — dije demasiado rápido — Ni siquiera lo conozco. Creo que la competencia era solo contigo, no iba por mi — Bruno me miró como si eso fuera un regalo.
— Entonces tengo una pregunta.
— Adelante — dije, fingiendo desinterés.
— ¿Aceptas tener tu “cita no oficial” conmigo? — dijo y no supe que decir… yo no soy la chica a la que invitan a “citas” — Solo quiero invitarte a cenar un día.
Lo miré. Sus dedos jugueteaban con la copa, como si compusiera una melodía invisible. Su mirada no exigía. Solo pedía. Y eso, después de la tensión con Ares, se sentía… refrescante.
— Está bien — dije finalmente, bajando la guardia — Pero solo si no me escribes una canción después.
Él sonrió con picardía.
— Demasiado tarde.
— ¿Demasiado tarde? — repetí, alzando una ceja con una sonrisa divertida
Bruno apoyó un codo sobre la mesa, inclinándose un poco hacia mí, con esa actitud desarmantemente relajada que parecía natural en él.
— Cuando te ví empecé a componer en mi mente. Solo me pasa cuando estoy muy inspirado. Gianella… quizá así le ponga a la canción — luego sonrió y empezó a reír.
Reí. No pude evitarlo Bruno era gracioso.
— ¿Sabes? — dije, girando un poco la copa entre mis dedos — No quería decirlo porque sonaría demasiado cliché, pero… soy fan tuya desde hace años.
Él arqueó una ceja, encantado.
— ¿Ah, sí? ¿Desde cuándo?
— Desde que tenía diecisiete. Y me dejaste traumada con esa canción “ When i was your man” — confesé
— ¡Esa es mi favorita! Es mi carta de presentación para las almas sensibles.
— No seas tan modesto. Esa canción rompió corazones — le dije — Aunque admito que cuando supe que eras tú quien había pujado por mí… entré un poco en pánico.
— ¿Pánico? ¿Por qué?
— Pensé: No puedo salir con uno de mis cantantes favoritos. Voy a arruinar la fantasía — Bruno soltó una carcajada suave.
— ¿Y cómo va la experiencia hasta ahora? ¿Ya arruiné la fantasía? — Lo miré un momento, inclinando la cabeza.
— Aún no. Aunque tengo que decir que eres más guapo en persona, lo cual me molesta un poco.
Él sonrió, apoyándose más cómodamente en la silla.
Bruno estaba contándome una anécdota absurda sobre cómo escribió una canción en medio de una tormenta, atrapado en una cabaña sin luz ni señal, cuando escuché el sonido familiar de unos tacones apresurados.
— ¡Gianeeeeee! — gritó una voz que no podía ser otra que Nathali. Rodé los ojos, sonriendo antes de girarme.
Ahí venía, desbordante de emoción como siempre, con un vestido ajustado que brillaba bajo las luces y una sonrisa que decía quiero saberlo TODO.
— Perdón por interrumpir — le dijo a Bruno sin siquiera intentar sonar sincera — pero esta mujer me debe explicaciones urgentes — Bruno se levantó con naturalidad, galante.
— No quiero convertirme en el villano que le roba tiempo a las amigas — Me puse de pie también, algo apurada.
— Fue un gusto, de verdad. Gracias por… la charla — Bruno sacó su celular y me lo tendió.
— ¿Me podrías dar tu número? Por si alguna vez quieres llorar con otra canción — Me reí mientras escribía.
— ¿Este es tu teléfono? — pregunté cuando sentí mi móvil vibrar.
— Así es ¿Te puedo llamar mañana? — preguntó y yo respondí que sí — Nos volveremos a ver Gianella — dijo guiñándome un ojo antes de alejarse de nosotros.
Nathali apenas esperó a que desapareciera de nuestro campo de visión para agarrarme del brazo y jalarme hacia una esquina más apartada.
— ¡¿Me puedes explicar qué fue ESO?! — explotó, con los ojos como platos — ¡Bruno Laughton! ¡El Bruno Laughton! ¡Estaba coqueteándote como si fueras una musa griega!
— Shhh, bájale a la emoción — le susurré, riendo.
— ¡No! No puedo bajarle nada. Estoy en modo fan histérica. Y tú… ¡tú estás en medio de dos galanes de novela! — me señaló como si yo fuera una criminal — ¿Qué pasó con Ares? ¿La cita? ¿Por qué no está contigo ahora mismo besándote contra una pared?
Negué con la cabeza, mi amiga estaba acelerada, iba muy rápido.
— No hubo cita. Pujó por mí, me ganó, dijo un par de cosas que me descolocaron y luego… se fue.
— ¿¡Se fue!? — repitió, como si acabara de escuchar que alguien rechazó una propuesta de matrimonio de Henry Cavill.
— Sí. Así como vino, se fue. Me dijo que me buscaría mañana — Nathali se cruzó de brazos.
— Que raro… Fueron Cien mil dólares, pensé que estaba muy interesado en ti ¿Y qué sientes tú?
— No sé, Nathali. Estoy confundida — admití, bajando la voz — Con ese hombre todo es … tensión. Como si estuviéramos a punto de explotar todo el tiempo.
— ¿Y Bruno? ¿El te gusta, no? — preguntó
— Es como una fantasía, pero no estoy buscando novio, pero si, con Bruno fue fácil. Natural. Me hizo reír. Me hizo sentir… liviana — Ella me miró con una mezcla de ternura y drama.
— Ay, amiga… estás atrapada entre el infierno y el cielo. Y ambos están buenos — Me reí, porque sí, tenía razón — ¿Qué vas a hacer? — preguntó bajito. La miré confundida.
— jajaja, ¿Qué más? Tenemos que ir a dormir, que no hay mas nada que hacer aquí.
……………………
Dormí mal.
Soñe con Bruno, que me cantaba una canción, pero luego apareció él. Ares. Ese hombre extraño con ojos de hielo y palabras que ardían como fuego, me tomaba por la cintura y su rostro se acercaba al mío, en ese momento me desperté.
¿Qué clase de persona paga cien mil dólares por una cita… y luego se va sin siquiera quedarse a tomar una copa?
A las ocho de la mañana mi celular vibró en la mesita de noche, interrumpiendo el último tramo de un sueño agitado.
— ¿Hola? —respondí con la voz ronca, aún medio dormida. Hubo un silencio breve.
— Gianella — El latido en mi pecho cambió de ritmo. Lo reconocí de inmediato.
— ¿Ares? —me incorporé en la cama, confundida.
— Pensé que serías de las que madrugan — respondió, con esa calma irritante que lo hacía sonar como si estuviera en control de todo, incluso de mi sueño — No tienes cara de desvelarte por una fiesta.
— ¿Cómo tienes mi número? — Un suspiro apenas audible del otro lado.
— Siempre cuido lo que es mío — Fruncí el ceño. ¿Estaba borracho?
— No soy una pertenencia — lo reté
— No me refería a ti, me refería a la cita. La gané. La cuido.
Cerré los ojos, intentando no dejar que esa voz tan grave, tan medida, me afectara. Porque lo hacía. Y eso me molestaba más que sus respuestas de doble sentido.
— ¿Y para eso me llamaste a esta hora?
— Quiero almorzar contigo — dijo, directo — A las doce. Tengo un compromiso a las cuatro y necesito ese tiempo contigo — Solté una risa incrédula.
— ¿Necesitas?
— Digamos… que me interesa cumplir lo que compré.
— Eres un arrogante.
— Solo puntual. ¿Vas a venir? — Miré el techo. Pensé en decirle que no. En colgarle. En volver a dormir.
Pero la verdad es que… tenía curiosidad de conocerlo. Nuestras interacciones habían sido explosivas pero eso no quitaba la sensación de adrenalina al hablar con él, su presencia, incluso a través del teléfono, desordenaba algo en mí interior.
— Está bien. A las doce.
— Te paso a buscar.
Y colgó.
Sin despedidas. Sin gracias. Sin explicaciones.
Solo me quedé ahí, el teléfono aún en la mano, preguntándome ¿A dónde me iba a recoger?
¡Ay!... mejor ni lo pensaba demasiado, si tiene mi teléfono claramente tiene mi dirección.
Me quedé mirando el teléfono como una tonta, aun saboreando sus últimas palabras.
No Gianella, no te puede gustar un hombre así como él — me dije a mí misma — pero aun luchando contra eso no podía sacarlo de mi cabeza.