Los hijos de Pandora

3000 Words
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó la voz temblorosa de una niña mientras veía las siete sombras que se acercaban a ella- aléjense de mí -Tranquila querida, no vamos a hacerte daño -habló la primera sombra, era una mujer, su voz tenía un toque seductor y relajante. -No lo creo -volvió a hablar la niña. -No le mientas Cleo -habló la segunda sombra, esta vez era un hombre, su voz parecía ser de un joven- dime niña ¿Crees en la esperanza? -al pronunciar esta palabra se le notó irritado. -Sí, tengo esperanza en que el mundo pueda ser mejor- respondió la niña muy segura. Al momento todas las sombras soltaron una carcajada. -¡Qué niña tan tonta! -habló una tercera sombra, era otro hombre que hablaba rápido y su voz era muy aguda al gritar- ¡Nunca cambiará nada! -¡No es cierto! -respondió la niña y echó a correr, todo estaba oscuro así que se metió en un callejón estrecho; las sombras le seguían así que aceleró el paso pero sin darse cuenta se tropezó y cayó al suelo bajo una lámpara. Las sombras reían fuertemente. -¿De qué te sirve tu esperanza ahora? -habló la cuarta sombra, era la voz de un hombre adulto pero con cierto acento infantil- aquí terminan tus ilusiones. -Mientras exista alguien que tenga esperanza todo podrá ser mejor -habló la niña en voz baja. -¡Niña tonta! -hablo la quinta sombra, era otro hombre joven y su voz era un poco afeminada- Lucian, déjame acabar con ella de una vez. -Espera Kai -Habló la sexta sombra, era otro chico y su voz era tranquila, solemne, con autoridad- ya tuviste la oportunidad de robar a otro humano, deja que Fegor lo haga, al menos no ensuciará tanto como tú. - Qué aburrido -habló la última sombra, entre todas, parecía la más juvenil; hablaba suave, despacio y llena de desanimo- oye niña, déjame cumplir tu sueño, dejare que veas el triunfo de la esperanza, pero primero duerme un poco -se acerco a ella y le sopló suavemente el rostro, de inmediato quedó adormilada y se fue durmiendo poco a poco, de fondo solo se escuchaba la risa de las demás sombras. Sus ojos le pesaban y antes de cerrarlos por completo pudo ver que se acercaban a la luz, vio el rostro de todos y los reconoció al instante. Los hijos de la oscuridad o como los conocían en la antigüedad, los hijos de Pandora. A la mañana siguiente un anciano encontró el cuerpo de la niña en aquel callejón donde la habían dejado, parecía dormida, pero al acercarse encontró la marca de aquel que engaña con el sueño y supo lo que había pasado: la habían atacado los siete hijos de Pandora, en particular el hijo de la pereza. No era la primera persona a la que le pasaba, en los últimos meses miles de personas habían sido encontradas en situaciones similares, todos atacados por alguno de los siete. En particular, esa ciudad donde el sueño había acabado con la niña, era una donde cada semana se contaban en decenas los ataques de esas sombras. Los ancianos tenían conocimiento de todo lo relacionado con aquellos seres, durante muchos años fueron tomadas como historias para niños, cuentos y novelas de fantasía; aquellos que creían en algún ser divino guardaban recelo por aquellas viejas historias y si bien las tomaban como ciertas no les prestaban toda la atención necesaria. además habían sido siempre prósperos, nunca les faltaba nada, todo iba de maravilla, tanto a los que eran adinerados, poco aquellos que no lo eran tanto; todos eran felices y nunca tenías problemas imposibles de resolver; también, aunque no todos eran religiosos o creyentes, tanto para los creyentes como para los escépticos de la fe siempre había esperanza, siempre había paz y amor. Pero un día todo cambió. Varias personas empezaron a encontrar c*******s en las calles con las marcas que veían en los escritos de los siete, pero como la mayoría eran jóvenes suponían que se trataba de una moda y que solo buscaban llamar la atención, sin embargo el número de c*******s y de desapariciones fue en aumento y habían tanto niños, jóvenes y adultos entre los afectados, Aparecían todas las marcas, la forma en que encontraban los cuerpos concordaban con las descripciones de los libros y según la sabiduría de los ancianos. Las personas esperaban que se tratase de alguna secta que habría llegado a la ciudad y que estaba infundiendo miedo en los pobladores, pero el nivel al que había llegado aquella barbarie sobre pasaba todo tipo actuar sectario, fue entonces cuando se enteraron que estaba pasando en todo el mundo. Ya era inevitable pensarlo, había llegado el fin de la humanidad, tantos años viviendo y gobernando la tierra habían llegado a su fin. el ser humano quedaría en las manos de aquellos seres que venían de otra dimensión para acabar con todos ellos. Algunos le echaron la culpa a los tantos dioses que podían existir, otros le echaban la culpa al mismo ser humano; otros lo tomaron como un castigo de la naturaleza, pero para la gran mayoría el pensar era el mismo: ya no queda esperanza. De a poco, el número de creyentes se redujo, ya nadie tenía dentro tiempo o espacio para esas cosas; los ricos se volvieron pobres pues derrochaban sus riquezas sin control; los pobres se enriquecían y empobrecían cada vez más en un desenfreno total; los crímenes aumentaban, la gente confiaba cada vez menos en los demás. Solo un pequeño porcentaje de personas conservaban un estilo de vida esperanzador, tanto aquellos que creían en sus dioses, como aquellos que nunca creyeron conservaban sus vidas en paz, esperanza y luz; pero con todo eso, eran los que más ataques sufrían por los hijos de Pandora, pues esa era su misión: desaparecer por completo la paz y la esperanza de la tierra. Los siete hijos de Pandora y sus marcas son: Cleo, originaria del desierto, cuenta con una belleza insuperable, seduce tanto a hombres como mujeres con los placeres de la lujuria. De piel morena, cabello largo, labios carnosos, mirada profunda y un deseo insaciable. La marca que deja en sus víctimas es la de un beso ensangrentado. Rex, su cuna es el viejo mundo, arrasa con todo a su paso movido por una furia imparable, ha destruido ciudades enteras consumido por la ira. Es rubio de osos verdes, alto todo lleno de músculos, lleva siempre consigo una espada o dos sí puede. La marca que deja en todo aquel que atrapa es la de una serpiente venenosa. Simon, nacido en el nuevo mundo, siempre inconforme con lo que tiene, busca constantemente el tener desinteresadamente todo lo que puede. Cabello castaño y ojos oscuros, no muy alto, con un físico bien esculpido, aunque alguno de sus hermanos cree que no es su cuerpo verdadero; anda siempre con monedas de oro en el bolsillo aunque no gasta ni una sola de ellas. La marca que deja en aquellos que sucumben ante el es un diamante gigante en sus frentes. Kai, proviene de las tierras orientales, vive siempre a la sombre de sus hermanos por lo que despertó deseos de superarlos a todos en lo que sea. Su forma original es desconocida pues su apariencia siempre adquiere detalles de sus hermanos, se presenta con el cabello largo y castaño, su piel blanca y con músculos, lleva consigo una espada, un saco con monedas doradas y se viste siempre elegante. La marca que deja en sus víctimas es una mano manchada en sangre. Iaco, viene de las tierras del norte, con un apetito feroz, busca llenarse con todo a su paso. Su apariencia puede ser desagradable para algunos ya que siempre está comiendo, su cuerpo grande y relleno, siempre con algún alimento en las manos o la boca. Las víctimas que deja a su paso están llenas de migajas de aquello con lo que intentaron saciar su apetito. Fegor, de las tierras del sur, todo le parece aburrido, nada tiene sentido. Es flaco, alto, cabello corto despeinado, sus ojos oscuros llenos de ojeras, anda siempre desorganizado y adormilado, puede parecer pacífico pero sus intenciones son igual de perversas que el resto de sus hermanos. Aquellos que caen en su trampa quedan con la marca en sus ojos, la cuencas oculares vacías y el cuerpo enflaquecido. Lucian, el mayor de todos, de las tierras lejanas. Su apariencia siempre bien cuidada, perfumado y con traje elegante, bien peinado y afeitado, de piel clara y con el cabello oscuro al igual que sus ojos, alto de buen físico, lleva en sus mano un anillo el cual le recuerda su madre y el cual es la marca que deja en aquellos abatidos por él, el cofre del cual salieron todos y cada uno de sus hermanos. estos siete hermanos viven todos juntos en un castillo situado en una isla situada en medio del mar donde ningún humano corriente puede acceder. Pero, no todo está perdido para la humanidad, las historias de los antiguos y en los libros de historia se cuenta la historia de un último hijo, aquel que se quedó hasta el final con su madre y que podría llegar a vencer a todos sus hermanos para devolver la esperanza al mundo, es el menor de todos pero con las fuerza de todos, pocos recuerdan quien es ya que solo aparece en los momentos cuando todo parece perdido, su fuerza es la de aquellos que con todo lo que les ha pasado siguen creyendo en un futuro mejor, siguen confiando en que las cosas podrán cambiar y que por encima de todos los males podrán encontrar una nueva luz. Su nombre es Sam, el enviado de la luz, que a diferencia de sus hermanos dueños de la noche y la oscuridad, lleva consigo el día y la claridad de su lado; no gusta de usar armas a no ser que sea extremadamente necesario; sus ojos de un color miel, su piel canela, su cabello largo hasta los hombros, alto y aunque en apariencia no se vea musculoso cuánta con gran fortaleza, pasaría desapercibido como uno más, pero en su interior guarda todos los secretos que podrá desatar cuando decida despertar de su sueño interior y no tardará mucho para ello. -¿Qué ha pasado contigo? -pregunta una mujer en la calle. -Lo siento, me caí en unos arbustos -responde el joven con la mirada baja. -Pero, mírate: estás hecho un desastre, como si te hubieran atacado -repuso la mujer preocupada por él- ¿No te estarías peleando otra vez con esos malhechores? -No ¿Qué te hace pensar eso? -respondió él sorprendido, claramente lo había hecho, y no era bueno diciendo mentiras. -Sam, sabes que no puedes mentir, se te ve en los ojos que lo hiciste -la voz de aquella mujer de volvió más suave de repente- debes tener cuidado, aún eres joven y no eres tan fuerte como ellos. -Me cuidas como si fueras mi madre, Lili, me conoces hace años, sabes que no aguanto estas injusticias, antes todo era tan tranquilo, pero desde que llegaron los siete todo se ha venido abajo -los ojos de Sam tenían un brillo tenue, se le veía triste e impotente, en ellos se podía reflejar Lili, era una mujer a penas un par de años que mayor que él, de piel clara con el cabello a media espalda de color rojizo, con unas pecas en el rostro, sus ojos de color avellana y no muy alta de estatura. -Lo sé Sam, pero entiende, tú solo no puedes contra esos hombres que atormentan la ciudad, mucho menos contra los siete -se acerco al joven y le acarició el cabello- vamos, entra en casa para que te limpies. Sam vivía con Lili desde que tenía memoria, ambos parecían ser huérfanos, nadie en toda la ciudad tenía información de sus padres, en su sector eran queridos por todos, y cuando eran niños se encargaban entre todos de su cuidado, cuando ya eran lo suficientemente grandes para cuidar de ellos mismos les apoyaron en todo lo que podían. Si hogar era una casa de dos pisos, en el piso de abajo había una cocina y una pequeña sala que hacía las veces de comedor; en el segundo piso estaban las habitaciones de cada uno, eran medianamente grandes con lo esencial para ellos, ambas habitaciones contaban con su propio baño. La habitación de Lili estaba llena de pinturas y materiales de tejer, era muy hábil con esas cosas, era una artista plástica increíble, la mayoría de sus pinturas eran de ángeles y demonios luchando entre sí; por otro lado, la habitación de Sam parecía una biblioteca llena de libros de todo tipo y en diversos idiomas, también tenía una guitarra y un piano, no era un compositor pero interpretaba con entusiasmo cualquier pieza musical que se encontrara. Sam entró en su habitación y puso un poco de música en un aparato que tenía en su escritorio, era fanático del rock; se metió a la ducha y se lavó todo el cuerpo, tenía todo el cuerpo llenó de heridas, desde que llegaron los siete y sus secuaces no paraba de luchar contra ellos, la mayoría de veces resultaba gravemente herido, esta vez no había sido la excepción; en su pecho tenía una marca en forma de cruz y al rededor de esta diversos cortes superficiales que tenían un poco de sangre, su brazos también tenían cortes junto a varios moretones, en su rostro se encontraban algunas heridas, sus cejas partidas y sus labios reventados; el contacto del agua con esas heridas le provocaba un pequeño escozor. al salir de la lucha se encontró unas prendas listas para usar, unos pantalones grises y una camiseta negra con el estampado de un lobo. Sabía que Lili le había escogido esa ropa, era de sus estilos favoritos, eran muy buenos amigos, ella lo trataba como un niño chico, se trataban como hermanos mutuamente pero había un cariño oculto entre ambos, algo más que solo una hermandad pero ninguno se atrevía a confesarlo. -¡Sam, baja a comer! -gritó Lili desde el piso de abajo. Pero por el volumen de la música no le escuchó, así que ella decidió subir a su habitación, él tenía la puerta abierta- Sam, te estaba llamando... -empezó a decir mientras entraba en la habitación y se dirigía al escritorio a mermar el volumen de la música, pero se cortó en seco al ver a Sam. Pocas veces le había visto así, normalmente no salía de la habitación sin sus camisas, ese día estaba parado en la ventana mirando la calle y tenía la camiseta en la cama; el ver su espalda llena de heridas entre las cuales aún había algunas sin sanar se llenó de una confusión de tristeza y nerviosismo que le sonrojó de inmediato. se acercó lentamente a él a tocarle el hombro, en ese momento él se dió la vuelta y con vergüenza se arrojó por su camiseta a la vez que apagaba la música. -Lo siento -dijo él torpemente- no te escuché entrar. -Te estaba llamando -respondió ella con la voz baja, al momento se aclaró la garganta y siguió hablando- ya está lista la comida baja cuando estés listo- terminó de hablar y salió rápido de la habitación. Sam se terminó de vestir y bajó a comer, ya llegaba la noche y el clima se tornó frío cuando entró en la sala Lili estaba terminando de servir los platos, mientras ella hacia eso él se dispuso a encender una pequeña chimenea que tenían en la casa para que calentara un poco el ambiente. Se sentaron a comer, los platos llenos de comida, esa noche comieron pastas y bebieron un poco de vino, pero su velada no sería tan común como parecía. -Esta deliciosa está comida -dijo Sam luego de tragar un bocado- eres una gran cocinera. -No seas tonto, es solo una comida más -dijo ella un poco sonrojada- aún estoy aprendiendo nuevas recetas. -Pero si cocinas mucho mejor que yo, mi comida no es comestible si quiera -ambos se rieron en ese momento, el resto de la cena la pasaron entre chistes tontos y comentarios sueltos. Cuando se levantaban de la mesa un estruendo fuera de la casa llamó su atención, una luz cegadora se veía por la ventana que daba a la entrada principal; ambos se observaron sorprendidos, Sam tomó un cuchillo que había sobre la mesa y se acercó lentamente a la puerta, mientras tanto Lili, se fue tras de él; mientras se acercaban a la puerta la luz se fue atenuando. Sam estaba nervioso sobre todo al sentir a Lili detrás suyo, solo una vez había peleado con ella a su lado y al igual que esa vez debía defenderla de lo que pudiera estar ahí afuera. Cuando estuvieron a punto de abrir la puerta escucharon una voz ahogada pidiendo ayuda, no era la voz de nadie conocido así que se apresuraron a abrir la puerta, al hacerlo la poca luz que aún quedaba desapareció, tirado en el suelo casi al pie de la puerta encontraron a la persona que pedía ayuda. Tanto Sam como Lili quedaron paralizados de solo verlo. -Por favor, ayúdenme -dijo el hombre allí tirado, su voz estaba debilitándose con cada palabra que decía -por favor, ayúdame hermano -le hablaba a Sam. -No soy tu hermano -replicó él serio- no puedo ser tu hermano, no te conozco de ningún sitio. -Debemos ayudarle -le dijo Lili- ayúdame a levantarlo -Está bien -se agacharon juntos y cuando se acercaron a su rostro Sam lo reconoció de uno de los cuadros que Lili tenía en su habitación, no cabía ninguna duda para él, era la misma persona, no podía ser de ninguna manera su hermano. No podía ser el hermano de un ángel. -Muchas gracias hermano -dijo el ángel cuando se pusieron en pie. -No me digas así, hasta que me expliques todo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD