Veni ad me

2150 Words
Ella esperaba, de pie en la esquina de aquella locación. El punto de encuentro de todas las semanas, aquel café que le permitía hablar abiertamente de lo que tanto amaba, un poco más, que su, recién estrenada, libertad. Notó que el grupo de mujeres había arribado en el lugar, entre sonrisas y algunas de ellas, con hermosos extensores de cigarrillos, a los que les daban, ocasionalmente una fumada, llena de glamour y finura. Desde unos metros de distancia, de donde ella se encontraba, una de ellas le reconoció e invitó a seguir. Estaba tan emocionada como preparada para el evento. Café de Flore, era propiedad de una de las mujeres más influyentes de su grupo. En él, reservaban una de sus habitaciones, más allá de la cocina, para las reuniones donde, las artistas en potencia, amaban pintar en sus lienzos, las bellezas desnudas de sus amigas. Todas anhelaban el sillón, ese color rosa, tallado en madera y con curvas que se ajustaban, encajando a la perfección con las suyas. Los turnos se sorteaban, todos los viernes, luego del té, corrían presurosas, desmedidas en sonrisas y coquetería, hasta aquella habitación donde todo estaba dispuesto para darles el momento de ser, unas artistas del oleo y los desnudos. Este día era el turno de Ana, finalmente luego de meses de estar asistiendo a la tertulia semanal, era su momento para desnudarse frente a ellas y esto le llenaba el corazón de gozo. Su libertad era completa, si podría vivir, por algunas horas, como lo hizo una eternidad antes de llegar a París. ― ¿Emocionada? ― La voz suave de Camille, le recordó que se sentía nerviosa por el evento. Se saludaron de beso, uno en cada lado del rostro, siempre sonrientes, distinguidas, femeninas y presumidas. ― Si ― Titubeó ― Creo que sí. – Llevaba un vestido de pliegues, suelto al cuerpo, de tirantes que dejaban ver la redondez y falta de gravedad en sus enormes senos. ― Es normal que te sientas avergonzada ― Le acarició el hombro, Anaís siempre sintió que Camille, estaba interesada en ella, pero decidió pasarlo por alto, finalmente, esto no le incomoda en demasía. Anaís asintió con una sonrisa corta. Ella no sentía vergüenza por el hecho tácito de desvestirse frente a las jovencitas pintoras. Tal vez el temor, era no sentir esa cortedad de la que la hablaban. Eso que, al parecer todas habían sentido, era para ella, una de las emociones más fuertes y hermosas que experimentaría luego de su travesía para llegar a vivir en Paris. ― Vamos ― Alentó Camille ― Ve a cambiarte, estamos esperándote. Anaís caminó hasta el pequeño cuarto de baño que hacía las veces de acopio de trastos.  Analizó el lugar antes de entrar, una sensación trató de detenerla. Se desvió un poco del lugar, unos metros solamente, para observar un hermoso jardín que iniciaba, al parecer, en las afueras del café De Flore. Era un ambiente totalmente diferente al de la entrada, en esta, las mesas y sillas, estaban abarrotadas de hombres con sombrero y grandes sacos, mientras conversaban del aliciente que llenó las tierras parisinas luego del gran destrozo que dejó la guerra. Un par de sillas metálicas se observaban sobre el lateral izquierdo y al fondo, suponía el límite de la propiedad, una alargada silla, en la que perfectamente, todas las damas del grupo, podrían disfrutar de su café y cigarrillo, en la pausa del arte, el entremés. Anaís caminó hasta allí, se dejo llevar por la intriga y el querer disfrutar del olor fantástico que las zonas verdes le producían. Era como tener una porción de tierra en medio del cemento del lugar. Ella cerró los ojos y se centro en respirar el momento, antes de que notaran su tardanza y le hicieran correr a desvestirse. ― Es un gran lugar, para pensar ― El idioma no era francés, el tono era grueso, como el de un hombre y era un español, como el suyo. Ciertamente este sujeto, no era parisino. Ella no se giró, solo asintió. Tal vez eso haría que él se retirara. Sin embargo, el silencio le dio espacio para acercarse, él era más alto que ella, visiblemente. Anaís trato de leer sus emociones y se reprimió en silencio por no poder hacerlo, ahora que necesitaba identificar al hombre que se le acercaba y que extrañamente, ella no quería rechazar. ― ¿No me hablarás? ― Estaba a su lado, los dos enfocados en la misma dirección, no se veían el uno al otro, pero si sentían sus hombros, cerca de sus cuerpos. ― Ni siquiera sabiendo que hablo tu idioma, que no soy un francés presumido que busca cogerte. Ella sonrió, quiso disimular la emoción, pero la manera tosca en que le habló, le hizo sentir cómoda. En eso, él tenía razón. Desde que llegó a este lugar, solo se han acercado a ella con intensiones poco corteses y aunque, le interesaba muy poco el tema de la dignidad, lo que más le fustigaba, era no tener interés s****l en ninguno de ellos. En su pasado siempre fue exigente con los susodichos que se acercaban para cortejarla, eso no cambia ahora, que esta en tierra extranjera. ― ¿Qué quieres? ― Hablaste, puedo morir en paz. Intentó girar para caminar de nuevo al salón, total ya llevaba mucho tiempo fuera de allí y las mujeres estarían preguntándose la ubicación de ella. Él le tomó del brazo, sujetándola con firmeza, pero suavidad. Eso le causo, nuevamente, una sonrisa desprevenida, aunque esta vez, le sorprendió más la emoción de deseo, que le recorrió en el agarre. ― ¿Te vas tan pronto? ― Esta vez ya se miraban de frente. ― Debo ir, me esperan en el salón. ― ¿En qué salón estás? Conozco a mucha gente del lugar. ― No creo que conozcas este lugar. Es más, te apuesto a que no lo haces. ― Una apuesta se paga… ― …Con sangre o con el alma ― Respondió casi sin pensar y miles de recuerdos llegaron a su mente. ― Debo… Debo irme. Él rostro del hombre se trasformó, soltó el agarre que mantenía a Anaís a su lado, de repente, el interés se disolvió. Ella se retiró sin mencionar palabra y él se quedó de pie, sin inmutarse. Dejó que ella se alejará y ella lo hizo pronto, antes que todas las ideas que se le ocurrieron al respecto se hicieran realidad. Entró al lugar donde estaba la toalla con la que se cubriría para salir hasta la habitación de pintura. Se retiró el vestido y dejó todo a un lado, sin esforzarse si quiera por ocultar la ropa interior o parecer ordenada, ese, sinceramente no era su fuerte. Dejó de lado el pensamiento sobre el encuentro misterioso en aquel jardín, aunque insistiera en repetir en su mente, el rostro radiante y sensual de aquel hombre, así como la emoción que hace muchos años, no lograba coincidir. ― ¿Dónde estabas Ana? ― Camille mencionó detrás del cabestrillo. ― Tardaste demasiado. ― Lo sé, lo lamento. Necesitaba un momento para aliviar los nervios ― Mintió mientras se acomodaba de manera sensual sobre aquel sillón, ese que tanto anhelo sentir, tanto que hasta, dedicó un par de sueños a recrear el momento. ― Ana, reste immobile ― Virginia mencionó ofuscada, Anaís no entendía el francés, pero reconocer una voz enojada era algo que no requería conocer idiomas. ― Dijo que me quede quieta ¿Verdad? ― Le comentó a Camille mientras trataba de mantener la postura que había imaginado siempre. ― Te llevaré un cigarrillo, para que lo mantengas en la mano, solo es para la posición. ― No me importaría fumarlo, si eso hace que Virginia no se enoje conmigo. ― Si sigues hablando, no podremos avanzar. Debes quedarte quieta. ― ¡Merde! ― Eso lo entendí ― Habló entre dientes Anaís. ― ¡Shhhh! ― Sentenció Camille Fue un poco más de una hora, el tiempo en que Anaís permaneció sentada mientras el grupo de mujeres le dibujaba y conversaban en francés. En su mente, el momento no era así, era algo más, lujurioso. Al contrario, para ellas era normal observar mujeres desnudas en tantos meses en que han disfrutado del grupo de pintura. ― Hemos terminado, puedes retirarte ― Sentenció Camille. Anaís pareció dormir con los ojos abiertos, y el tono fuerte de la mujer, le despertó de un sueño imaginario. La puerta de ingreso se movió un poco y una de ellas gritó algo en francés, tal vez una maldición o solicitaba un momento para abrir. Ana cubrió su cuerpo con la toalla que había lanzado al suelo, justo en el momento en que el sujeto entró al lugar, sin esperar ser invitado. ― …Osé ― El susurró de la mujer, una de las más jóvenes del grupo, sorprendió a Ana. Algunas palabras le eran claras, otras no tanto. ― Des excuses ― Él mencionó mientras tapaba sus ojos con la mano. Para Anaís el momento era divertido, disfrutaba la sensación de casi ser vista, más aún por aquel extraño hombre que removió sus emociones. ― Te acompaño ― Camille se acercó a ella, para tratar de resguardar su intimidad del hombre que aún no se retiraba. Ellas eran aguerridas, fuertes e independientes, pero el papel ante un hombre, aún no les permitía gritar u ordenar. ― Son unos malditos atrevidos ― Mencionó mientras cerraba la puerta del cuarto en que Anaís se ponía la ropa. ― Odio tener que refrenar el deseo de gritarle que es un Cochon dégoûtant ― Anaís sonrió con el acento francés de Camille, la puerta se había abierto y ella se asomó con los senos descubiertos. El rostro de su amiga se sonrojo y aquella sensación de afinidad que Anaís siempre conjeturó desde que la conoció, le era ahora más clara. ― ¡Oh! ― Fingió vergüenza ― Se abrió la puerta ― Cerró con afán ante la mirada excitada de Camille, mientras sonreía triunfante por suponer acertadamente. A la mujer no le agradaban los hombres, más que por su nivel de privilegio, al parecer, era por que realmente, lo que le interesaba era el género femenino. Anaís se tardó un poco más, para darle un tiempo de vergüenza mayor a Camille, sabía que enfrentarla evitaría que se pensara sobre lo que había visto. Una de las damas se acercó y conversaban algo, el volumen era bajo y no identificaba lo que hablaban, pero ciertamente hablaban de un hombre o un sujeto, tal vez el mismo cerdo al que hizo referencia Camille. Anaís acercó su oreja a la puerta, tratando de identificar las palabras. ― Ana ― Susurró Camille desde el otro lado. ― ¿Si? ― Tuvo que retroceder un poco para no sonar tan cercana. ― El hombre aquel, dice que necesita hablarte ― Su tono era de enojo, tal vez de celos y eso le divertía a Ana. ― ¿Le conoces? ― No, no sé quién es ― Se apresuró a complementar antes que Camille se entrometiera de más ― Pero puede ser importante. ¿Le dices que en un momento le alcanzo? Por favor. Escuchó como los cortos tacones de Camille golpeaban el suelo, hasta alejarse totalmente de ella. Salió unos segundos después y busco detallar su rostro en algún reflejo, acomodó aquel lazo en su cabello y recogió un poco más el vestido, quería dejar a la vista sus largas y estilizadas piernas. Caminó con elegancia hasta el salón, las damas se habían retirado y Camille esperaba a un lado, muchos metros de distancia del hombre. Ella se encontró con su mirada y le sonrió. ― Ya las alcanzo Camille, no tardó ― Respondió con sutileza. La mujer salió sin mediar palabra, solo dejando en claro, que no estaba de acuerdo con la idea. ― ¿Me buscaba? ― Le mencionó al hombre mientras encendía el cigarrillo en el extensor que había dejado sobre el sillón. ― No imaginé jamás que fueras la modelo en esta ocasión. ― Debiste llegar minutos antes. ― Lamento no haberlo hecho, en realidad lo lamento. ― Le sonrió y ella también lo hizo, como dándole permiso a eso que los dos tenían en mente, eso que pasaría, por más que trataran de refrenarlo. Segundos más tarde, ella gemía sin temor a ser oída, sentía como su cuerpo convulsionaba en un derroche de pasión, mientras sobre él, que estaba sentado en aquel sillón rosa, ella cabalgaba sobre su m*****o y él disfrutaba del espectáculo de sus grandes pechos, tambalearse de arriba abajo al compas del movimiento de caderas. Él si era, él era, tal vez ella no entendía que, ni tenía idea de el entorno en la vida de aquel hombre, pero después de muchos años, él era quién, con solo tomarle del brazo, le hizo querer liberar todo el deseo que llevaba reprimiendo por una eternidad. 
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