Dolce Vita

2880 Words
Por aquellos días, eran muy comunes las fiestas en las que desenfrenadamente, se exhibía todos los sentimientos reprimidos por la sociedad. Francia, era el único lugar de la época, donde el ser humano, podría hacer todo lo que quería ser. Un torbellino de libertad que amenazaba con aniquilar lo que estuviera en su camino. Un accionar de expresión, emoción, pasión y cocaína. Anaís fue invitada a una de esas celebraciones, que decían en los corredores, era ofrecida por el tal Marqués de Sirley, un hombre excéntrico y millonario que era el puente entre parís pudiente, innato y elegante, con el parisino común, corriente y con mucha sed de libertad. Este caballero disfrutaba sentarse en su trono, una silla alta en uno de los balcones de su club de Jazz, para observar desde allí, la diversidad a la que el ser humano anhelaba llegar por las calles del mundo y que, recorría miles de kilómetros para expresar en libertad en la tierra que prometía ser la cuna de la expresión artística, social y s****l en el mundo. Las tarjetas de invitación eran selectas, pero por esa época, el hombre adinerado quiso invitar a las mujeres que hacían parte de los movimientos artísticos coloquiales de parís, fue así como Camille, emocionada y sonriente, llegó hasta la pequeña y lúgubre habitación de Ana con las mejores noticias que sus días les podrían proveer. ― ¿Cómo duermes a esta hora Ana? Anaís no abría los ojos, desde su desgastado colchón en el suelo, intentaba escuchar la gran noticia que su amiga tenía para darle y que le hizo desplazarse hasta este lado pobre y triste de la ciudad. Camille era hija de un matrimonio pudiente de la sociedad, pero ella amaba pasar sus días entre las calles menesterosas a donde Anaís había ido a parar luego de dejar la vida de riquezas que conoció por mucho tiempo.   ― ¿Te dormiste de nuevo? ― He tenido mucho trabajo estos días ― Reprochó, aún con los ojos cerrados. ― No quiero saber de qué va ese trabajo tuyo ― Refunfuñó y se acercó hasta la única ventana que tenía el estrecho dormitorio donde vivía Anaís ― Ojalá pudieras sentir el olor que emana en esta habitación. ― “… Que emana” ― Repitió admirando el léxico de su amiga ― Morirán tus padres cuando descubran hasta donde vienen a mancharse tus zapatos. ― No digas eso Ana ― Abrió la ventana y una brisa recorrió el lugar, removiendo un poco las sábanas de la improvisada cama y los documentos sobre una mesa  ruinosa, a punto de caer por el tiempo de uso. Una hoja voló hasta los pies de Camille, esta se inclinó para tomarla y Anaís se percató del peligro que su amiga observara lo que estaba en ella. Salió del colchón casi gateando y llegó hasta el papel. ― Yo lo recojo ― Respondió ante la mirada inquisidora de Camille ― Ordenaré un poco mientras me hablas del gran motivo que te trajo hasta las calles más oscuras de París. ― No empieces con el tema ― Se giró de lado a lado analizando el trabajo que le restaba a Anaís para que el lugar se viera “ordenado” ― Tenemos tiempo ― Se burló señalando el desorden. ― Ya sabes que no amo ordenar, viví mucho tiempo en régimen y ahora quiero sentir que vivo como se me da la gana. ― ¿Cuándo me vas a hablar de esa vida tuya de antes? ― Se sentó sobre el colchón, en un orillo, casi sin ocupar mucho espacio y sin poder evitar la cara de incomodidad. ― Deja me ordenarla primero ― Señaló el colchón ― Para que estés más cómoda. ― Estoy bien, sigue con las cosas tiradas para que podamos bajar a buscar algo de comer, apuesto que llevas días sin hacerlo. ― No me hace falta ― Expresó con tranquilidad, olvidando que debe cuidar lo que dice, más para proteger a Camille que a ella. ― Todos necesitamos comer Anaís ― Negó con la cabeza y reprocho con una mueca en su boca ― En fin, termina pronto y nos vamos, así no tendrás el olor a podredumbre en tu cuerpo. ― ¿A qué? ― Sonrió mientras tomaba las hojas que se esparramaban por la mesa y otras tantas por el suelo desde que Camille abrió la ventana. Camille se sonrojó, era un poco más baja que Anaís y algo más delgada, ante las demás mujeres del grupo de pintura o las personas de la sociedad, se mostraba enojona, directa y fuerte. Pero en la soledad, al lado de Anaís, era una jovencita que doblegaba su carácter, tal vez, para incitar a Anaís en esa sensación de confianza y unión que su corazón anhelaba por que se diera. ― Huele feo ― Sonrió ― Este lugar huele mal y tu vives aquí, es lógico. Anaís sonreía coqueta mientras organizaba de a poco las hojas, en su mente se desataba una batalla en la que los recuerdos de un pasado glorioso y pudiente, la enfrentaba con la realidad que había elegido vivir. Esos papeles, le recordaban su naturaleza y lo fuerte que debía ser para continuar viviendo su libertad, esa por la que renunció y la que la llevo a la tierra extranjera. Necesitaba resguardar el bendito libro, antes que alguna de sus hojas hiciera contacto con energía pura y se desatara un momento muy incomodo en su vida, con el poder supremo ascendiendo del suelo y todo el protagonismo que el señor adoraba tener. ― Debo poner esto en un lugar seguro ― Mencionó en voz alta cuando dedujo lo feo que se pudiera poner todo por el desorden. Camille se levantó del colchón y meditó un poco. Recordó que a un lado de la ropa notó una caja de zapatos o algo que se le pareciera, caminó hasta ella y la tomó ― Está llena de polvo, pero déjame le limpio y será el lugar perfecto para resguardar tus papeles secretos ― Se burló. A Anaís se le dibujaron unos hoyuelos en los cachetes, le divertía las indirectas de Camille cuando trataba de buscar las respuestas y a ella le encantaba desviar el tema con comentarios que le dejaran sonrojada y en silencio. ― A veces es mejor no conocer los secretos oscuros de las personas. Puede hacer que te desencantes de ellas. ¿No crees madam? ― Trató de mencionar con cierto acento francés. ― Eres un desastre para el idioma francés. ― ¿Qué? No digas eso. Mi pronunciación fue perfecta. ― Ma dame ― Corrigió ― Madanm ― Repitió imitando los gestos gloriosos de Camille. ― No estuvo tan mal, pero va haciendo tiempo que lo practiques. ¿Cuánto llevas acá y no hablas el idioma? ― No vine a Francia a aprender el idioma ― Remontó desde la ventana mientras encendía un cigarrillo ― Vine a… ― A ser libre ― Complementó el argumento frecuente de Anaís. ― Camille tomó las hojas y las guardó en la caja que ya había limpiado, ni siquiera revisó el contenido de los documentos, para no alertar a Anaís. ― Déjalo, vamos por el desayuno ― Sonrió ― Creo que la habladera me está dando hambre. Camille acomodó la caja a un lado del colchón y tomó la bolsa con las cosas por tirar que Anaís acumuló en un intento por ordenar, fallido, como siempre. La mujer le miraba desde la ventana, mientras caminaba de un lado a otro recogiendo empaques y otros desechos. ― Serás una excelente ama de casa ― Apuntó con su voz coqueta― Solo te falta la minifalda mientras recorres la casa limpiando todo. ― ¿Quién te dijo que ese era mi sueño? Sonrieron coquetas, las dos disfrutaban esos momentos. Sin embargo, para Anaís, no era más que tentar al deseo con la posibilidad de dejarse llevar por los labios gruesos y virginales de Camille, aunque para ella, era un amor que iba creciendo desde que la conoció y que jamás imaginó sentir por otra persona, menos por una mujer, por su amiga extranjera que guardaba todos los secretos que un individuo pudiera guardar y que, absolutamente, no se ajustaba en nada al prototipo de pareja que sus padres esperaban que la cortejara. ― ¿Vamos o vas a limpiar también las paredes? ― Ya, vamos. Claramente no será desayuno, más bien almuerzo. ― Yo también quisiera saber de donde viene tu claro léxico español. ― Las dos tenemos pasados ¿No crees? ―Sonrió coqueta mientras se acercaba hasta Anaís, tanto, que solo centímetros, separaban sus labios, ambas permanecían sin moverse, no tenían intenciones de detener el momento. Anaís por disfrutar el roce sensual y provocador, Camille por anhelar besar los labios de la mujer, desde el mismo día que la vio. ― ¿Me besas o nos vamos? ― Sentenció Anaís, jugando nuevamente con la cordura de Camille. La joven se sonrojó de nuevo y bajó la mirada ― Lo tomas tan a la ligera ― Se excusó. ― No lo pienses tanto, ya lo hemos hablado. ― No sé que quieres Ana. Ella tomó el rostro de la jovencita. Ana, era de apariencia mayor que Camille, como de unos diez años más, pero realmente la edad no era un factor en ella.  ― Ya te he dicho que pasa conmigo ― Mantuvo la mirada fija mientras le sostenía por el mentón ― No soy una buena influencia para tu vida, no me van a amar tus padres, empezando por mi género. ― Le sonrió y le guiñó el ojo ― No soy buena ma dame ― Esta vez acertó con la pronunciación ― Soy mucho menos de lo que te mereces. ― Vamos ― Concluyó con un deje de tristeza en su voz. ― Te haré daño Camille ― No se movió a pesar de que la jovencita diera un par de pasos atrás, soltándose del agarre de la mujer. ― No hablemos más, no voy a alejarme ni nada de eso que quieres decirme. No eres buena, lo entiendo, lo sé. Ahora vamos a comer algo para contarte una gran noticia que tengo, sé que te encantará la idea, al fin de cuentas, es un gran paso para tu plan de venir a París ― Sonrió fingiendo emoción. ― Vamos ― Se acercó de nuevo a ella, tanto que los labios ya no guardaban distancia, le tomó por el cuello y deslizó su lengua por la boca de Camille, bordeando sus labios. La jovencita no se resistió y se apretó contra su cuerpo para sentir el pecho pronunciado y que ha deseado en silencio desde hace tanto tiempo. ― Vamos― Suplicó entre besos pasionales, mientras sus lenguas se entrelazaban y con las manos recorrían una a la otra, las espaldas, cuellos y brazos de su amante. ― No te haré daño ― Se contuvo Anaís mientras daba un paso atrás, luchando contra todo el deseo que le estallaba por la piel. ― No debes cuidarme Ana, no soy una niña. Sé lo que quiero y lo que puedes darme. Se acercó decidida hasta ella y tomó el borde de la blusa ligera, de esas suaves y amplias que siempre llevaba y que aún así, dejaban ver claramente su hermosa figura. La subió hasta llegar a la cabeza, Anaís sonreía, le causaba ternura la fuerza con la que Camille se decidió finalmente a dejarse llevar por un enajenante encuentro s****l con su amiga. ― Te burlas de mi torpeza ― Refunfuñó Camille haciendo un mohín. ― Esa torpeza me encanta ― Sonrió mientras retiraba la camisilla ajustada de su amiga, y dejaba a la vista, los pequeños y sensuales senos de la jovencita ― ¿Tiemblas? ― Inquirió al notar al movimiento de sus brazos ― Es mi primer… ― ¿Tu primer qué…? ― Se detuvo buscando la verdad en los ojos de Camille ― ¿Tu primera vez con una mujer? ― Mi primera vez en todo ― ¿No has estado con un hombre? ― Se sorprendió tanto que fue difícil ocultarlo el gesto en su rostro. ― No Anaís, no es como que salga mucho de casa o viva tu vida de libertad ― Refunfuñó enojada. ― No te estoy juzgando ― Le tomó de la mano, para este momento ambas estaban sin sus prendas superiores y solo con la ropa interior, que no dejaba al descubierto todo el esplendor de sus senos. Anaís acariciaba los pechos de la jovencita mientras escuchaba su discurso enojado y obstinado. ― No me escuchas Ana ― Concluyó y guardó silencio. ― No es así, lo hago. Pero no quiero que esto pase así. En una habitación sucia, con olor a pobreza y un desorden en medio. ― Solo necesito que sea contigo, lo demás no importa ― Se que eso es lo que quieres, pero no es lo que mereces. Ten paciencia ― Se acercó de nuevo a sus labios y esta vez lo hizo suave, con ternura. ― Lo haremos, pero no ahora. ― ¿De que hablas? ― Te daré un recuerdo que no sacarás de tu mente jamás. Lo haré.  Pero no aquí, ni ahora.  Vamos por algo de comer y escucho lo que tienes para decirme. Tomó las prendas del suelo y acercó la de Camille a sus manos, ella la tomó enojada, se vistió y salió primero de la habitación. Anaís se quedó unos minutos mientras fumaba otro cigarrillo y pensaba con claridad. Ella estaba segura que lo mejor era un encuentro digno de la gran mujer que era Camille, pero esta solo pensaba con la emoción y escuchaba rechazo por donde quiera que quisiera explicarle. Salió de la habitación, Camille esperaba del otro lado de la calle que conectaba con una de las avenidas principales del sector. Anaís había sido muy enfática cuando le hablaba de lo riesgoso que era el sector y que no saliera sola del edificio, pero esta vez, el enojo no la dejaba pensar. ― Maldita sea que es terca ― Reprochó mientras caminaba hasta ella ― Debiste esperar adentro del edificio. ― Vamos ― Musito entre dientes mientras caminaba delante de Anaís, dejándola un par de pasos atrás. ― Eres una niña caprichosa Camille y yo no estoy acá para soportar berrinches. Vete a tu vida adinerada y déjame la mía es paz. ― Estaba fastidiada, ella solo quería ser amable y condescendiente con la joven, pero ahora ella se mostraba antojadiza y susceptible. ― Vamos a buscar algo de comer, tengo que contarte lo que te dije y ya luego te devuelves a tu madriguera. No te molestaré más, si eso deseas ― Camille mostró cordura y se mantuvo  inmóvil al lado de Anaís para forzarla a responder ― ¿Si? ― Solicitó. Asintió sin pronunciar palabra y caminaron una al lado de la otra, en silencio, pero en calma, como si toda la incomodidad de minutos antes, hubiera quedado en el pasado. Eso mismo era lo que no le dejaba a Anaís alejarse de Camille, que la molestia no duraba más de un par de minutos. Al fin de cuentas siempre se mostraba con la madurez suficiente, como para ella poderle confiar el mayor de sus secretos. Llegaron a un café, uno de esos que la comida no era tan costosa, pero a las dos les agradaba el sabor. ― Traeré el chocolate y un croissant ― Mencionó Camille sin preguntar, Anaís asintió y tomó asiento en una de las sillas del andén, donde perfectamente disfrutaba del entorno y de su comida. La jovencita se perdió entre las personas y el mostrador, mientras esperaba, sacó otro cigarrillo y antes de poder encenderlo, una mano le ofrecía fuego, muy eficientemente. Ella sonrió, sin levantar la mirada, por que estaba acostumbrada a los hombres que se jactaban de coquetearle mientras ella ignoraba las hazañas de los individuos para llamar la atención. ― La vida nos coincide en los caminos. Esa voz, era la misma que le aceleraba el alma sin necesidad de ser tocada. Por primera vez en mucho tiempo, sintió sonrojar su rostro y sonreír tontamente. ― Hola ― Saludo con timidez. ― Hola ― Le imitó sonriendo, el hombre alto, de tez morena y corpulento. Ese que ella saboreo por al menos una hora en el salón de pintura mientras sus gritos de placer eran oídos por las compañeras de arte. ― ¿Esta es tu faceta tímida? ― ¿De que hablas? ― Las palabras le salían con torpeza ― No es timidez ― Bajó la mirada para ocultar la vergüenza. Antes que él pudiera comentar algo, Camille llegó hasta la mesa con una bandeja de chocolates y dos croissants. El se apresuró a tomarla para aligerar la carga de la jovencita, quería ser cortes, pero ella no lo veía con buenos ojos. ― Yo puedo. No se moleste ― Mencionó cortante ― No es molestia, déjame atenderlas. Dos mujeres hermosas deben ser solo admiradas y atendidas. Anaís sonrió tontamente y Camille mantuvo su expresión de enojo sin deseo de ocultarla. Más aún cuando notó que él tomó una silla de las que estaban a un costado luego de servir la mesa, para sentarse al lado de ellas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD