Je veux te manger

2501 Words
El tiempo era cálido, el verano estaba en su esplendor y la multitud disfrutaba del aire libre y el café. Eran días en los que prácticamente todo era válido, desde caminar, salir a pasear, recorrer jardines de la ciudad, hasta las fiestas excéntricas y para nada clandestinas de auge en la época. Anaís y él conversaban amenamente, por suerte, Camille conocía a cabalidad el español y no se sentía abrumada por esto, pero la sensación de intimidad que ellos tenían, era lo que le incomodaba, tanto que le arruinó el momento. Él notó el fastidio de Camille y quiso integrarla a la conversación haciendo ligeras preguntas que eran respondidas por monosílabos casi inentendibles, Anaís torcía la boca, le molestaba tanto la actitud de la jovencita, aunque entendiera perfectamente, que la inmadurez no era su fuerte. ― Creo que el croissant estaba más pequeño que siempre ― Lanzó el comentario al aire, como esperando que Camille lo tomara y decidiera levantarse de la mesa para traerle otro. ― Iré por otro ― Casi sin terminar la oración, se levantó de inmediato y caminó hasta el mostrador, eso les daba un par de minutos de gracia, al menos para no sentir la presión de la mirada incomoda y el gesto de rechazo. ― Creo que no soy santo de su devoción― Él mencionó mientras apuntaba con la boca al interior de la tienda. ― No es así. ― No puedes negar que me detesta― Le tomó la mano y le acarició la pierna, por debajo de la mesa. Anaís se excitó solo con el roce de los dedos sobre su piel. ― No a ti, no es específicamente contigo. ― ¿Pasa algo entre ustedes? ― Se acercó y la beso, con sensualidad, pero sutilmente, solo rozando la lengua sobre sus labios ― Me excita pensar en las dos. Anaís se respingo y soltó una risita coqueta ― A Camille le cuesta aceptar que no le gustan los hombres, creo que está enamorada o algo así. ― ¿De ti? ― No dejaba de besarla y acariciarla mientras le oía hablar e incitaba a contar, preguntándole cada cosa. ― Si, creo. No soy una buena influencia en su vida, ella es una jovencita de clase. ― Le harás daño y no lo entiende. Sé lo que se siente. ― Lo peor es que no… ― El roce de los dedos de él en su entrepierna, le detuvo el argumento, apretó un poco los ojos y se dejo llevar por el movimiento armónico del índice tratando de excitarla, un poco más de lo que ya estaba. ― No que ― Sonrió al sentir que era el culpable de la distracción. ― Concéntrate o todos se darán cuenta.   Tenía razón, debía controlar sus emociones. Pasó saliva y continúo con la conversación ― No quiero alejarla de mí, porque le tengo gran aprecio. Pero ella debe entender que no podemos ser algo así, como una relación. ― Huyes al compromiso ― Las palabras exactas que describían la emoción de Anaís. ― Llevo tanto tiempo buscando mi libertad. El taconeo de los zapatos de Camille, les avisó que caminaba hasta la mesa de nuevo. Él saco la mano de aquel rincón donde mantenía la calidez y Anaís se sintió vacía, como si le hubieran dejado un trago a medias. ― Era el último, tienes suerte Ana. Ella le sonrió y Camille se sentó de nuevo, está vez, acercó un poco más la silla al lado de la mujer. Él lo notó y se sintió complacido por la escena de celos. ― Háblame de eso que dijiste que amaría― Anaís le sonríe y toma de su mano. Él sabe que lo hace para excitarlo, recordó la confesión del deseo que le producía estar con las dos. ― No creo que debamos hablarlo ahora ― Menciona entre diente, sin retirar el agarre de la mano. ― ¿Lo dices por mí? ― Se mostró discreto y trató de levantarse, pero Anaís lo tomó de la mano y lo trajo hacía ella. ― No debes irte ― Le guiñó el ojo y Camille lo notó, retiró la mano del agarre con fuerza y Anaís sonrió. ― Camille debes dejar de comportarte como una niña. Somos adultos y sabemos lo que queremos. Anda habla de eso que me dijiste, que estoy perdiendo la paciencia. Él se sentó, esta vez repitió la acción de la joven y acercó la silla hacía Anaís, ella colocó su mano izquierda sobre la pierna del hombre y con la derecha, sujetó la mano de la joven. Camille se removió para sacar la tarjeta de su pequeño bolso, casi imperceptible en el que escasamente entraba el papel. ― El marqués de Sirley ofrecerá una fiesta en su club de jazz Él se mostró sorprendido y miraba la tarjeta anhelante, Anaís por el contrario, no tenía idea de a que se referían. ― Es una fiesta Ana, una que no tiene las mínimas restricciones de nada, donde puedes vestir y actuar como quieras. Toda la noche puedes beber y drogarte, la cocaína está a la orden del día. ― Y lo mejor es que no todos pueden asistir, las tarjetas son exclusivas y sus invitados selectos. No de elite, no es para personas millonarias ¿Cómo la conseguiste? ― Inquirió directamente él a Camille. ― Se me fue entregada para el club de arte, es un pase para tres personas. ― Perfecto, iremos los tres ― Respondió gloriosa Anaís, mientras apretaba la mano de la joven y la pierna de su hombre. ― Son tres mujeres Anaís. Si no lo recuerdas, el club de arte es de mujeres. Lo pensó un poco y su rostro se iluminó como si estuviera a punto de hablar sobre un grandioso descubrimiento. ― Irás, vestido de mujer ― Camille soltó una carcajada burlona que se vio interrumpida por la afirmación de él, sin mayor duda. ― Por supuesto. Iremos las tres ― Mencionó el hombre dirigiéndose a Camille. Eso la irritó aún más de lo que toda la situación le generaba incomodidad. Anaís lo miraba embelesada, la libertad que él emanaba, esa actitud de autonomía mientras hablaba acerca de aceptar su idea, sin detenerse a pensar en lo malo o lo difícil que sería, esa misma era la que ella necesitaba a su lado, sin complicaciones, sin ataduras. Esa naturalidad con la que él hablaba de los temas que, si bien ella nunca tuvo prohibición, se cansó de ver en su mundo, como centenares de personas pagaban con dolor, por el simple deseo de ser libres. Él por su lado, quiere experimentar todo lo que su vida terrenal le permita, en el corto tiempo que se le tienen permitido recorrer las calles de parís y sin manchar todo el historial de su vida. Solo como una especie de tiempo fuera, después de tanto trabajo. ― Recuerda que, es hoy Ana. Sea lo que sea que quieras hacer, debemos hacerlo pronto. Mis planes fueron cambiados por tus alocadas ideas. Conversaban de camino a casa, el hombre había tomado su rumbo y concretaron verse tres horas más tarde en el mismo café para que ellas pudieran llevarlo hasta la habitación de Anaís y prepararlo para la noche de faena que les esperaba. ― Estaremos a tiempo, sé que sí. Imagino que irás a casa para que te vean y poder salir de noche. ― Si, necesito fingir que iré a dormir, mis padres salen de viaje esta noche y la nana duerme temprano. Creo que le daré un poco más de te hoy y la acompañaré a descansar antes de salir de casa. Así se quedará más tranquila. ― ¿Nos vemos en tres horas? ― Tardaré un poco más en ir y volver. Pero creo que eso no será un problema para ti ― Reprochó refiriéndose a el hombre. ― Esta noche, será tu noche Camille. Conocerás el verdadero placer s****l ― Se acercó y le beso los labios, frente a las personas que pasaban por su lado y sin importar el rostro avergonzado de la joven. Anaís continúo su camino, sin sacarse de la cabeza la idea, de pedirle a él que esta noche, se encargaran del asunto de Camille, juntos. Pasaron las horas y Anaís durmió lo suficiente como para fingir que su cuerpo necesitaba recuperar energía, cuando lo cierto era que la mortalidad no era un problema para ella, no por ahora y mientras mantuviera a salvo las hojas de oro y respetara las condiciones que, al parecer, gobernaban la tierra. Se le hizo tarde y debía caminar de nuevo al café para buscar al hombre, anhelaba tenerlo a solas en su habitación para contarle sobre el plan pasional que la tenía ardiendo de deseo. Solo imaginarlo a él, besándolas y teniendo sexo con las dos, le motivaba a caminar, una de las cosas que más odiaba de vivir en parís y no en su mundo. ― Lamento la tardanza ― Se excusó cuando lo vio de espaldas, paso su brazo por la cintura de él y lo apretó un poco. ― Me debes un beso, uno como él que le diste a ella al despedirte. Sonrió al entender que les siguió de vista y se acercó para besarlo, pero con él las cosas eran diferentes, además de la gran pasión que le recorría las venas cada vez que lo tenía cerca, él le producía ese deseo de hacerse pequeña entre sus brazos y sentir la protección de su cuerpo. Eso que, Camille, anhelaba que Anaís hiciera con ella. ― Vamos a mi habitación ― ¿Tendremos sexo antes que llegue la niña celosa? ― O ¿podemos tenerlo con ella? ― Anaís comentó sin temor, para tratar de analizar la expresión del hombre. ― Sabes que lo haría, con tanto gusto como cuando te tuve ese día sobre mí. Pero no sé si ella lo acepte. ― Lo hará, quiero que lo haga. Ella no ha estado con otra persona antes y quiero que esta noche sea para ella, luego de la fiesta, le enseñaremos lo que es la pasión sin ataduras. Él le abrazó por la espalda mientras caminaban hasta la habitación, ella moría por que llegaran para hablarle con claridad y para disfrutar, aunque sea por un corto tiempo, algo de la sensación de sus cuerpos desnudos. Desde aquel día, no se han hablado o visto, pero la sensación de cercanía era tal como si vivieran juntos desde hacía miles de años. ― Bienvenido a mi hogar ― Expresó emocionada mientras le señalaba los escasos metros cuadrados en los que vivía. En ellos solo tenía el colchón, la mesa a punto de caer, un par de sillas, una improvisada estufa con algunos platos, al parecer aún sucios. ― Muy acogedor ― Entró  siguiendo los pasos de Anaís. Cerró la puerta y se giró de nuevo para verla tirarse sobre el colchón. ― Ven a mi lado― Golpeo el acolchado y el se acercó. Se acostó a su lado y acarició su cabello. ― Quiero conocerte Anaís― Mencionó él, pero casi sin sopesar las palabras, por lo que al emitirlas quedo atónito. ― De ti no tengo miedo al compromiso ― Ella también se dejaba llevar por el revuelo emocional. Esta vez la besó con ternura. Se detenía para admirarla y acariciar su cabello, ella cerraba los ojos mientras se dejaba llevar por lo que sentía a su lado. En este momento, querían solo sentir, solo esperar y sentir. Sin el afán de poseer. Camille tocó la puerta, él se levantó con cuidado, Anaís estaba dormida y no quiso despertarle. Abrió y del otro lado se encontraba la jovencita con un vestido rojo escotado, ceñido al cuerpo y de un brillo esplendoroso, llevaba el cabello rojizo suelto, le caía sobre los hombros y dejaba ver claramente la profundidad de su espalda. Él se deleito con la figura mientras ella caminó hasta la mitad de la habitación, sin intenciones de detener el festín visual que el hombre se estaba dando. ― Anaís duerme, que novedad. ― No quise despertarla, al parecer estaba muy cansada ― Si lo dice usted, señor ―Inquirió con sutileza ― No fui yo ― Levantó los brazos excusándose ― No la he tocado, solo esperamos en la cama mientras llegabas. Hoy quisimos apartar el deseo para darte una noche de fantasía. ¿Qué opinas? Ella solo guardó silencio, en el fondo le molestaba que Anaís le hubiera hablado de ella a el hombre imprudente y metiche. Pero si eso era la que la mujer que le robaba el deseo, quería, eso mismo se haría. ― No sé, lo que Ana quiera, eso se hará. Ella dice que soy la caprichosa, pero no ve que quienes estamos a su lado, actuamos bajo sus instintos. ― Nos gobierna, su arma poderosa es esa, el placer de tenerla cerca. ¿No crees? Camille notó que Anaís abrió un poco los ojos, fingía dormir para escuchar lo que ellos hablaban, así que quiso regalarle un pequeño adelanto de sensualidad. Dejó sobre la mesa, los antifaces que había traído para los tres y un par de bolsas con ropa y maquillaje. Se acercó a él y  lo miró de frente, era un mucho más alto que ella, teniendo en cuenta que la altura no era su fuerte, así que debió levantar un poco la cabeza para encontrarse con sus ojos. ― Creo que, no me tomado el tiempo de detallarle, antes de juzgarle ―Rozó la barbilla del hombre y con el pulgar tiro un poco del labio inferior, él quiso tocarla, pero ella detuvo el movimiento de la mano con su izquierda ― Eso no quiere decir que podemos empezar. Deje me conocer lo que voy a probar.  Se agachó ante él y cuando estuvo a la altura que necesitaba, rozó el m*****o erecto del hombre. Camille se sorprendió en sobremanera por lo que estaba tocando, pero no quería demostrar su inocencia, así que solo sonrió y mordisqueo su labio inferior. Él gozaba del espectáculo desde su altura mientras que Anaís, fingiendo estar dormida, anhelaba que la jovencita se desinhibiera. Ella se mantenía masajeando le y finalmente se decidió por bajar la cremallera del pantalón para dejar al descubierto el m*****o.  Anaís dudaba de que lo hiciera y él un poco más. Si era una jovencita inexperta que gustaba de mujeres, muy difícilmente inicia su vida s****l, con una felación masculina. Pero ante la mirada sorpresiva de los dos, comenzó a bordear el m*****o con la lengua y a mover su boca en él. Como si no fuera la primera vez, como si conociera el arte de dar placer. No tardó mucho en finalizar el momento, en la boca de ella y sin dejar mayor rastro. Para ese instante Anaís ya admiraba el evento con los ojos bien abiertos y una gran sonrisa en su rostro, todos en esa habitación habían disfrutado de un gran espectáculo. Y aún no llegaban a la fiesta.
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