Le dernier de ta vie

1729 Words
― No me dejes ― Suplicó ― No lo estoy haciendo tonta, solo estas muy ebria y drogada para notarlo. ― ¿A dónde vamos Ana? ― Camille se tambaleaba mientras Anaís trataba de mantener el equilibrio con el cuerpo de su amiga recostado sobre el de ella. ― A mi casa, vas a pasar la noche mientras se te baja un poco el subidón que nos metimos ― Y ¿Mi sexo? ― Has tenido sexo toda la noche, con más personas de las que puedes contar. Creo que ya no eres virgen, de ningún lado de tu cuerpo. ― Me duele arrière ― Rieron al tiempo con el comentario de Camille. ― Seguramente por todo lo que pediste que te hicieran. ― ¿Te gustó? ― ¿A mí? La idea es que te gustara a ti, no a mí. ― Pero… si yo lo hago por ti, mi amor ― Ahora sollozaba Anaís se detuvo para recostarse sobre la pared de la calle solitaria, esperaba que él llegara pronto o no sería capaz de cargar más a Camille. Algo adentro de si, le dolió. Algo de eso que dijo Camille. Acababa de someter a una jovencita inocente, al sexo más rudo y asqueroso al que ni ella misma había experimentado, con el pensamiento egoísta de enseñarle lo que es sentir pasión, cuando la jovencita solo quería ser amada, por ella. ― Llegué ― Corrió hasta el lado de las mujeres para tomar a Camille en brazos. Anaís suspiro aliviada por perder el peso. ― Tardaste demasiado. ¿Qué paso? ― Debíamos pagar algo, una cuota. ― ¿El sexo no bastó? ― Por el sexo es que debimos pagar. Es como un seguro a que, lo que vimos, se quedará allí. ― ¿Quién te cobró? ― El Márquez mismo. ― Cerdo asqueroso, con todo el dinero que tiene. ― Es un seguro Anaís, es lógico que lo hagan. No cobró dinero. ― ¿Más sexo? Sonrió divertido mientras cargaba sobre su hombro, el cuerpo ligero de Camille. ― No todo es sexo. ― No entiendo ― Anaís se detenía en ocasiones cuando sentía que el mareo la abordaba. Para no ser una mortal común, le había golpeado de más la cocaína y el alcohol. ― Debía dejar un seguro, una prenda, un anillo o mi nombre y dirección. Lo que sea que les asegurara la privacidad del lugar. Anaís lo miró de arriba abajo ― ¿Qué dejaste? Lo único que traes es el vestido inmundo que te pusimos. ― Reconoces que es inmundo y me dejaste salir con él ― Rieron al tiempo ― Dejé algo que es más valioso para el mundo, que para mí. De todas maneras, no me hace falta.  Reían y caminaban, se alternaban para descansar de a poco en esquinas, Camille era de baja estatura y visualmente delgada, pero pesaba lo suficiente para requerir un respiro en el trayecto a casa. ― Se durmió ― Concluyó Anaís cuando se giró para mirar el rostro de Camille que caía sobre la espalda de él. ― Es eso o se desmayo ― Susurró él incitándole a bajar la voz. ― Damos gracias por cualquiera de las dos opciones. ― ¿Habló mucho? ― Todo el tiempo y pedía que no la dejara sola. ― Mañana, no será persona ― Se burló esperando que Anaís complementara con un chiste, pero ella se mantuvo en silencio, mientras en su mente repasaba lo último que hablaron ― ¿Todo bien? ― El rostro preocupado de Anaís le hizo indagar por una respuesta. ― No sé tu nombre, de donde vienes o quienes son tus padres ― Fue más un reproche que una pregunta. Al parecer el revuelo de pensamientos  y cargos en su mente, le hizo darse cuenta de una realidad que está evadiendo, por que ella sabe, que tal vez las respuestas no van a servirle de mucho. ― Nunca lo has preguntado, tampoco te he investigado. Pero si quieres saberlo, te diré lo que pueda de mi vida. ― ¿Por qué lo que pueda? ¿Qué parte oscura no debes mencionar? ― No es tan oscura, es más bien, demasiado clara ― Mencionó entre risas. ― Me siento muy cansada para deducir lo que tratas de decirme, mañana hablamos de esto ― Se señaló a si y luego a él, insinuando una unión.  ― No hay afán ― Concluyó mientras trataba de tomarle la mano. Pero el cuerpo de Camille estaba en medio de ellos. Ya en la habitación, dejaron a Camille en el colchón. Anaís quiso sentarse, el mareo, cansancio y dolor de cabeza parecía querer derribarle a costa de lo que fuera. Él le entregó un vaso con agua y acercó una de las sillas para sentarse a su lado. ― ¿Te sientes mal? ― Si… pero de una manera exagerada ― Meditaba mientras hablaba, como si pensara en voz alta ― ¿Por qué me pasa? ― Bebiste, te drogaste, hubo sexo rudo ― Levantó las manos ― Es normal que nos sintamos cansados ― Apunto a Camille ― Es mas joven que nosotros y sin embargo está desmayada del cansancio. ― Es que yo, yo no… ― Quería hablar y decirle que ella no puede sentir cansancio o enfermedad, pero era ponerlo en riesgo ― ¿Cuándo vamos a hablar de tu procedencia? ― Aquí estoy ― Le tomó de la mano ― Pregunta lo que quieras y hablaré hasta donde pueda. ― Es eso mismo lo que me genera dudas ― Ella hablaba mientras le daba vueltas en la mente, los miles de pensamientos que trataba de conectar. Entendía que hay algo que no ha descifrado y aunque trataba de concentrarse, era difícil hacerlo. Como si la claridad mental de su inmortalidad, se estuviera esfumando de alguna manera. ― ¿Qué dejaste en el club? ― Lanzaba preguntas al azar, como en un juicio, donde el abogado busca la verdad.  Sabe que algo en ella tiene un punto al que debe llegar, pero no sabe como hacerlo. ― Te dije de camino a acá, que es algo que no me genera importancia. ― Entonces por que lo dejaste. ― Porque a ellos si les llamó la atención. Y, eso era lo que quería. ― ¿Qué es? ― No te puedo decir ― Es algo de lo que no puedes hablar ― Concluyó y en su mente se iban aclarando las ideas ― Debes irte ― ¿Por qué tengo pasado? ― No, eso no me interesa. Debes irte por que tengo que hacer algo a solas ― Está Camille ― La señaló enojado. ― No es persona en este momento. No me genera problema. ― ¿Yo si? ― Tenemos pasado, todos. No solo tu. ― Saldré mientras lo haces. ¿Tardarás? ― No, es solo un par de minutos ― Saldré por algo de comer, ya amaneció y la agonizada no tarda en despertar a buscar comida. Volveré y hablaremos de eso que tanto te inquieta ― Se levantó de la silla y le dio un beso en la frente. Ella apretó los ojos. Anaís asintió y se levantó para cerrar la puerta, tras la salida de él. Caminó hasta aquella caja que había reservado con las hojas doradas, regresó de nuevo hasta la mesa y se sentó, tomó aire profundamente en tres ocasiones. Contempló los papeles sin sacarlos, cerró los ojos y recito el mensaje que aprendió desde niña, casi en un murmullo. Sus manos se encendieron en un aura rojiza como si fueran de fuego, pero sin quemarle. Tomó las hojas y estas se encendieron de la misma manera. Se giró para observar a Camille, seguía dormida y eso le daba la tranquilidad de poder estudiar con calma lo que necesitaba entender. Trataba de leer los títulos, pero su comprensión no era la misma de siempre, se sentía lenta, como atontada, como mortal. Rebusco un poco entre un par de hojas más y lo halló. La causa de su falta de concentración, malestar e incomodidad, estaba en un título resaltado. ― Si padre, lo tengo claro. No debías resaltarlo. ― Vuelve a casa ― La voz ronca le removió las entrañas ― Eso no, nunca. Lo sabes, déjame vivir, hallaré la manera de hacerlo. ― Nunca, debes volver a casa Anaís Leeika. ― No lo haré. Vuelve a tu casa y déjame en paz. ― Sabes que estas en estado, eso te quita la fuerza y pierdes la inmortalidad. ― Es imposible. ― Piensa Anaís, enfoca tu mente. Busca la razón. Yo no puedo mencionarla. Camille balbuceo y se removió. La luz se disipo y ahora solo veía hojas blancas sin ninguna inscripción. Anaís se giró para hablarle, pero se había dormido de nuevo. Trato de concentrarse y recuperar el discernimiento, sentía que necesitaba decirle algo más antes de olvidarse para siempre de la comunicación con él. ― Vamos, habla. Sé que puedes oírme. ― El silencio le aturdió los oídos, como si de un sonido grave se tratara ― No voy a volver, pero necesito saber que puedo continuar sin que te entrometas. Las hojas se iluminaron de nuevo y lo que leyó le dejó sin aliento. Camille se retorció de nuevo en el colchón, Anaís se giró y ante sus ojos, el cuerpo de la joven empezó a convulsionar, ella entendía lo que estaba pasando y solo pudo llorar frente a la imagen. El cuerpo se sacudió un poco más y finalmente descansó.  Un aura clara, como de un azul celeste, se esparció por la habitación, de a poco, el color se disipo, convirtiéndose en un tono sangría que caía, como gotas de sangre, alrededor de Anaís. ― No tenía nada que ver en esto ― Sollozó. La puerta sonó, tres toques, era él. Tomó las hojas y las guardó en la caja, limpió las lagrimas y salió de la habitación. El rostro de la mujer dejaba ver el temor, sus manos temblaban y se le dificultaba hablar. ― ¿Qué pasa? ― Él notó la sensación de temor. ― Ven conmigo ― Balbuceó entre lágrimas. ― ¿De qué hablas? Vamos adentro ― Trató de abrir la puerta, pero ella le bloqueo el paso. ― Ven conmigo o despídete ahora. Pero debes elegir. Él no lo dudo, le tomó de la mano y tiró de ella ― Vamos. 
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