Caminaba por la playa, sintendo como el viento levantaba mi cabello y hacía pequeños revueltos en mi vestido, cuando la voz de Christian me hizo sobresaltar. Giré y lo golpeé por idiota, pues me había dado un susto de muerte.
— ¡Oye! ¡Quería acompañarte, loca!
— ¡Pues no!— lo miré con la mayor indiferencia posible.
— ¿Pues no? — se paró en frente, tapándome el paso. — ¿Qué quieres decir con "pues no"?.
— pues no quiero que me acompañes. — le saqué la lengua y continué.
— ¿Puedo saber por qué? — me siguió. — ¿hice algo mal?.
— hiciste toooodo mal, idiota, te pasaste con el comentario que hiciste sobre Susan frente a todos ayer.
— ¿Perdón? — rascó su ceja con su dedo meñique y una notable cara de confusión. — ¿Me puedes recordar que dije?
— no.
— ¡Christin!
— No, baboso, ve y se lo preguntas tú, y así de paso te disculpas. — me detuve y señalé la cabaña, que hacía dejado treinta metros atrás.
— Al menos dime qué no fue tan malo.
— no fue malo. — sonreí. Mi hermano soltó el aliento con referente alivio. — ¡Fue malísimo!
Su sonrisa de alivio desapareció, me miró como si quisiera lanzarme al mar sin oportunidad de retorno y resopló con fuerza. — me caes mal. — dijo y me señaló.
Me agradaba fastidiarlo, pero más me gustaba verlo así de culpable, porque sabía que aunque no estuviera de acuerdo, sabía que era lo correcto y debía disculparse con Susan.
Seguimos caminando en silencio hasta llegar a las afueras del terreno familiar, cerca de un supermercado, compramos papas fritas Pringles, una bolsa de caramelos, un bote de helado y una soda jumbo.
— ¿hacemos Vaca negra?— inquirió, una vez que salimos del supermercado y nos sentamos a la orilla del muelle.
Asentí relamiendo mis labios, mientras llevaba una papita a mi boca.
Me encantaba la idea, pues era lo que siempre hacíamos cuando nos sentíamos confundidos por algo o simplemente queríamos nuestro momento de raros, a solas.
La Vaca negra era un trago-postre, sin alcohol, consistía en agregar Coca-Cola a la mitad de un vasito de helado y listo, podías tomarlo con pajilla y decorar el vaso a tu gusto, sabía refrescante y exquisito y sin tanta ciencia.
El problema con nosotros era, que no teníamos los vasitos desechables.
— ¡No me recordaste, bestia! — me culpo, Christian, por algo que había sido su culpa también. — ¡Ahora hay que regresar hasta el supermercado!.
— ¡No me grites, bufón! ¡Ya regresó! — despeiné su cabello y me puse de pie para ir por los vasitos, pero entonces… — Christian. — me tambalee y me fui un paso de espalda.
Mi hermano, que aún no se había dado la vuelta y seguía tragándose las papas sin intención de dejarme, contestó con un simple "¿hum?. — yo…— me detuve.
Por un momento me pareció ver todo a mi alrededor, volverse oscuro, pero luego todo regresó a la normalidad. — no llevo dinero… para los vasos y más papas.
— ¿Y tú billetera?— se dió la vuelta y traté de disimular mi malestar y mi semblante decaído, tras una sonrisa. — ¿Estás bien?. — frunció su ceño, levantándose con rapidez.
Eso solo quería decir que había fracasado en mi misión.
Aparté su mano cuando tocó mi rostro y bufé, fingiendo normalidad. — estoy bien, tú solo dame dinero, no seas cangrejo.
Sonrió.
Había hecho referencia a don Cangrejo, el de Bob esponja.
— tú me estafas y te aprovechas de mi billetera. — bufó. — además, ya tenemos papas.
— ¡Sí! Pero al paso que vas te las acabarás antes de que yo regrese. — rodó los ojos y yo me sentí realizada cuando sacó su billetera.
Sacó el dinero y me lo entregó, me miró por un rato más hasta que giré fuera del largo muelle y se volvió a sentar a atragantarse las papitas.
Caminé con mucho malestar en mi estómago, sentía que me iba a ir en vómito en cualquier momento y las enormes arcadas Iván en incremento con cada paso que daba.
Me sentía del asco.
Durante el camino de regreso al supermercado, me detuve por lo menos tres veces para controlar los malestares, pero apenas llegué al supermercado comencé a sentirme peor.
— ¿Se siente bien? — preguntó la chica de la caja, quien apenas me vio entrar, salió de atrás del mostrador y se acercó con premura.
No me sentía bien, no me sentía bien ni siquiera para contestarle, sin embargo hice un esfuerzo y negué con la cabeza.
— ¿Quieres ir al baño? — preguntó más alarmada, sosteniéndome de los brazos.
Afirme sin mucha fuerza y la seguí con pasos lentos hasta donde me estaba guiando, con mis ojos totalmente cerrados y sin prestar atención por donde caminaba, solo me dejaba llevar por ella.
— es aquí, si quieres te dejo sola y…
Negué, abrí mis ojos tan solo un poco y las afectadas y el vértigo que sentía se hicieron insoportables. La tomé de la mano y cayendo de rodillas al piso, comencé a vomitar.
La chica de cabello oscuro y ojos avellana, me sostuvo en cabello y espero a que terminara, pero era horrible. Si dejaba de vomitar, el mismo olor y la opresión en mi garganta me volvía a producir náuseas.
— ¿Mejor?.
¡No!
— Sí. — mentí. Para nadie era cómodo estar viendo a otra persona vomitar y peor si era una completa desconocida.
Me levanté a como pude, lavé mis manos y enjuagué mi boca y con su ayuda logré salir caminando de aquel diminuto cubículo.
— ¿Segura que estás bien? — inquirió nuevamente. Asentí y ella no preguntó más.
— gracias por ayudarme. — sonrió, regresando a su lugar de trabajo. — en realidad solo venía por un par de vasos desechables y un paquete de Pringles.
— ¿Pringles? Creo que ya no hay.
Aún podía correr y evitar que Christian se comiera todo el paquete…
Bueno, no, de hecho no, no podía, apenas y podía hablar sin sentir que todo daba vueltas.
— ¿te puedo hacer una sugerencia?. — llamó la chica, sancándome de mis cavilaciones.
Asentí.
— ¿Hace cuánto te estás sintiendo así?. — cuestionó, después de meditar sus palabras unos segundos.
Fruncí mi entrecejo e intenté hacer memoria, la verdad era la segunda, quizá tercera vez desde ayer, pero seguramente había sido algo que había comido y me había caído mal.
— es la tercera vez, creo, supongo que fue el pastel de carne que preparó mi tía anoche, no es muy buena en la cocina.
Y aquello no era una mentira, cuando nos invitaban a cenar en su casa, al menos que quien hubiera cocinado, fuera el tío Axel, íbamos, de lo contrario, inventabamos alguna excusa para faltar.
La última excusa que usé fue que me quedaría cuidando a Christian por su problema de... hemorroides. (Qué no tenía).
— la verdad no sé, quizá estoy equivocada en sugerirte esto pero, para estar segura, deberías comprar una prueba de embarazo.
Abrí mis ojos como platos, un poco más y estos saldrían de sus orbitales.
— noo, — reí. — no creo que sea eso…
Enarcó una ceja no muy convencida.
— solo es una sugerencia, me pasó lo mismo cuando quedé embarazada de mi primer hija.
Qué bien por ella, pero no por mí, no podía estarlo y el hecho de vomitar en un baño público y sentir náuseas, no era sinónimo de embarazo.
Me negaba, me negaba rotundamente a creerlo.
— No lo creo, yo no puedo estar... así. — tragué saliva. — solo cobra un par de vasos y un paquete de pajillas, por favor.
Me di la vuelta y seguí buscando golosinas para comer en el camino y dejar de sentir aquella horrible amargura en mi paladar.
Tomé una revista del mostrador, en la que aparecía "los hombres jóvenes más influyentes, ricos y más deseados del mundo"
A Susan le gustaba leer de vez en cuando está clase de tonterías y ahora que las miraba, lo había recordado, así que decidí llevarla conmigo.
Se la entregué a la chica, metió las compras en una bolsa y la revista en una bolsa aparte y con cierto misterio, sonrío y me dió la cuenta. Pagué con el dinero que Christian me había dado y dándole las gracias una vez más, salí de aquel lugar.
Había sido demasiado incómodo.
Caminé hasta el muelle un poco más recuperada, masticando caramelos sabor a limón, pues mamá decía que eso ayudaba a controlar las arcadas.
Apenas llegué, me recibió un molesto Christian. — te tardaste. — se cruzó de brazos. — ¿Por qué?.
— estaba buscando la revista favorita de Susan, en la que salen los hombres más influyentes, ricos y deseados del mundo. — sacó los casos sin darme mucha importancia y después de unos segundos sonrió.
— esa es una ridiculez.
— ¿Por qué seguramente es pura farándula?
— no, porque dicen los hombres más influyentes del mundo y heme aquí, siendo el sirviente de mi hermana.
Lo miré mal. — ¿A poco sales ahí?.
— soy el primero, aunque Andrew ganó el lugar en la portada y Dave el segundo después de mí.
— no sé de quienes estás hablando. — tomé mi Vaca negra y lo llevé a mi boca, jadeando se gusto por su delicioso sabor.
— ¿No recuerdas? — pareció sorprenderse. — llegaban a jugar a casa cada fin de semana cuando éramos pequeños… supongo que fue hace mucho tiempo para tí, es lógico que no los recuerdes.
— supongo que sí, pero como sea, la revista es de Susan y me tarde por buscarla.
Negó, concentrando su mirada en el mar y comiendo una que otra gomita.
Si algo había extrañado de América, era a él.
Amaba a toda mi familia, pero más a él.
Copié su acción, mirando fijamente hacia el horizonte, pero sin dejar de pensar en lo que la chica del supermercado había dicho.
Yo no podía estar embarazada… ¿Cierto?.
****