Horas difíciles.
—¡Una desgracia! Bueno, otra más que se suma. Ya tendré que cambiar mis guías espirituales porque ya nada aciertan. —Esther solo caminaba en zigzag por todo el pasillo, lloraba y de vez en cuando la veía rezar.
Yo confiaba en la ciencia, pero no en las malas vibras o envidias. Sentía que todo lo malo que llegaba a mi vida era causado por una fuerza maligna que me perseguía.
—¡Se pondrá bien! —Sentí unos golpecitos en mi espalda, era Arthur que nos había alcanzado—. ¡Me duele mucho ver a mi Esther sufriendo!
Exclamó y se fue acercando poco a poco hasta que ella lo presenció y se lanzó a sus brazos. Se amaban mucho, diría yo que eran la única pareja perfecta que yo conocía.
A él no temía demostrarle debilidad, ya eran muchos años compartiendo juntos. Los dejé que hablar
