Una corta fantasía
—Sí, estamos hablando de negocios. —Las barrí con la mirada—. ¡Largo de aquí!
—¡Lo siento tío, pero afuera hay un auto esperando! Debe ser el novio de Edna. —Giré el cuello, tipo, el exorcista para buscar la mirada de la chica.
—No es mi novio… ¡Aún! —Eso era nuevo, incluso Esther bromeaba diciendo que mantenía relaciones lésbicas con señoras ancianas porque no le había conocido el primer novio.
Tales insinuaciones surgían porque era m*****o de un club de mujeres maduras que salían a ejercitarse algunas tardes.
—¡La próxima vez me dices y yo te dejo en casa! —dije disimulando que por alguna razón me molestaba que ese hombre hubiese ido a buscarla.
—¡Adiós! —se despidió y las chicas la escoltaron.
—¡Qué embarrada, justo cuando se venía lo bueno! —Pasé la palma de la mano por mi rostro, para mitigar un poco la frustración, la observé y
—¡Oh, una pestaña! Pediré un deseo… —No esperen a que les cuente de qué se trata… Correría el riesgo de que no se me cumpla.
Conduje mi cuerpo a la ducha. La necesitaba, había sido un largo día.
Me posicioné frente al espejo
—¡Hola, hombre guapo! ¿Cómo le haces para ser tan atractivo? —Sé que ya lo pueden haber notado, pero el narcisismo me domina. Empuñé la mano y apreté los músculos.
—¡Nada mal! —El ejercicio me tenía en forma. Escuché el teléfono sonando en la habitación, pero ahora estaba en un momento solo mío.
Ni el presidente de la República tendría mi atención en este momento tan íntimo. Solía ser estricto con todas mis rutinas y la que más me agradaba era esta. Pasé a la pequeña habitación de sauna y me senté los treinta minutos de costumbre.
Las imágenes de Edna disponiéndose para mí, empezaron a pasar como una película.
Cerré los ojos y me dejé llevar por la fantasía… Ella entró con un paño rodeando su cuerpo y lo dejó caer.
—¡Padre Santo, que aparición tan perfecta! La Venus del baño de Cánova en mi humilde spa. —dije y me quedé observando la redondez de sus senos.
Estaban moldeados por los propios dioses, y lo más impresionante eran los pezones erguidos y de color rosa.
Si cabellera cobriza caía en su espalda como una cascada de lava en su inmaculada piel blanca. Sus piernas eran largas y su sexo aún estaba cubierto por una diminuta prenda de color blanco.
—¡Ven acércate a mí! —ordené. Ansiaba de nuevo sentir los suaves labios juntándose con los míos.
Ella vacilaba para acercarse, pero en sus ojos veía que también estaba tan necesitada como yo de romper la distancia.
Posó una mano en su cuello y empezó a bajarla con tranquilidad. Una vez que alcanzó la separación de sus pechos, llevó la otra mano y cogió ambos pezones, empezando a frotarlos.
—¡Me gusta lo que veo! —susurré—. ¡Acércate pronto!
La ansiedad me atormentaba, pero no podía forzar nada o terminaría por esfumarse. Jamás había conseguido sentirme tan entusiasmado.
Ella negaba con su cabeza y agarró uno de sus pechos llevando el pezón a la boca. Paseaba la lengua en círculos y emitía soniditos de placer.
Con ambas manos me despojé del paño y recosté la cabeza en la pared relajando mi cuerpo. Sentía la tensión recorrer todo mi sistema nervioso.
Ella seguía contoneándose y provocando que mis pensamientos oscuros se materializarán. La euforia me llevó a mover las manos con agilidad hasta estallar, mientras el resultado salpicaba en sus piernas. Entonces me di cuenta de que esa mujer había estado más cerca de lo que yo había pensado.
De nuevo el teléfono me sacó del trance, desacaloré mi cuerpo y me retiré el sudor con mi jabón indu, siete esencias.
Llegué a la habitación y todas las llamadas eran de mi hermana Esther. «Parecía una emergencia»